Relato enviado por Marta (Madrid)
Me casé a los diecinueve años para abandonar la casa paterna. Tuve un hijo al año siguiente y me separé a los pocos meses. Había sido el tercer vástago de una familia de tres hermanos, mis padres y una tía soltera que tenía un «pico de oro». La gente suficiente para que a una la espabilasen y le permitieran adquirir el necesario gusto por la promiscuidad sexual. Si hay tantos hombres en el mundo, ¿por qué yo debía conformarme con uno solo?