Soy miembro del personal de una compañía aérea dedicada al turismo. Hace tres años que conocí a mi amante, que continua siendo la única mujer de mi vida, aparte de mi esposa. Me compenetro perfectamente con las dos, especialmente con la primera.
Llevo una vida feliz. Mi mujer es del tipo que se considera «burguesa» y nos llevamos a las mil maravillas en todos los terrenos, aunque aflojamos en lo sentimental. Follamos correctamente como muchas parejas, pero sin la menor fantasía. No es que yo haya querido introducir nuevos juegos en nuestros instantes sexuales. Sin embargo, ella siempre se ha mostrado negativa a ello y acostumbra a permanecer muy pasiva.
Lo más que he conseguido de mi mujer ha sido la práctica de la felación y en raras ocasiones la del cunnilingus. Y que consienta en llevar medias en lugar de los horrorosos leotardos y las bragas caladas que yo mismo elijo. Como veis eso no da para mucho y me desquito con mi amante, con la que todo es completamente diferente.
Pero, como vivimos en distintas ciudades, lo más que podemos vernos es dos veces al mes. Como los hijos de mi primer matrimonio residen en Barcelona, me proporcionan la excusa para ir allí en esas fechas que he indicado.
Entonces… ¡vaya festín que se me reserva! Laura, mi amante, es una mujer de una inteligencia poco común. Mucho más lista que yo. Como no nos contentamos con vernos tan poco tiempo hemos puesto en práctica un sistema de comunicación arótico-amoroso, que nos mantiene en un estado casi permanente de unión espiritual y carnal.
Creedme que resulta algo estupendo, y que pone un condimento especial a nuestras vidas. Primero, todas las noches nos telefoneamos a las diez de la noche y, en aquel momento, cada uno por nuestra parte. Y durante diez o quince minutos nos transmitimos con fuerza unos pensamientos amorosos que llegamos a disfrutar perfectamente. Hablamos uno con el otro, evocamos cada una de nuestras caricias del último encuentro. Después, nos cuidamos de planear las que formarán el próximo.
Laura vive sola. Acostumbra a echarse en la cama, se levanta la falda, se quita las bragas y se abre bien el coño —le llamamos Lauri—, como si estuviera allí a punto de introducirse en ella.
Veo sus dedos que juegan con el clítoris, y penetran un poco dentro de sus carnes. La siento respirar dulcemente y gemir. Ella también me habla y, si consigo aislarme, también desnudo mi polla —la llamamos Bob – y la acaricio. Pero procuramos llegar al orgasmo durante estas veladas.
El sábado se cumplió el aniversario de nuestro primer encuentro, y conseguimos que resultara algo diferente. Un poco antes de la diez, Laura se afeitó el pubis —ésto me entusiasma, aunque nunca he podido conseguir que lo hiciese mi esposa—, y después de unas caricias preliminares se introdujo en el coño algo especial. Me refiero a un falo de cuero, que yo mismo le he confeccionado fijándome en el mío, y que empezó a meterse y a sacarse muy lentamente. Hasta que obtuvo un orgasmo tan rápido y completo.
Tanto por el poder de evocación de la verga como por los movimientos que la estaba imprimiendo. Le llamamos Bobby a ese falo de cuero. Así me escribe cosas como ésta:
«Querido: te escribo con Bobby dentro de mi chumino, y le acaricio tiernamente, casi con tanto cariño como a Bob. Y cómo te agradezco que me lo hicieras tan precioso. Resulta un compañero muy fiel…»
Una vez se lo dejó dentro, sujeto a su liguero con unas cintas. Y así se fue a trabajar; pero no lo pasó bien, porque a pesar de lo mucho que intentó controlarse, tuvo una serie de orgasmos seguidos. Difíciles de disimular en público a causa del frotamiento de Bobby en el interior de Lauri durante su desplazamiento. El sábado por la noche acostumbra a ponérselo, y lo conserva dentro durante todo el domingo si no tiene que salir mucho rato.
Tengo que decir que cuando conocí a Laura llevaba viviendo una serie de años en un letargo sexual. Hasta que se volcó en nuestro amor y, sin pedantería ni machismos, puedo asegurar que se ha convertido en mi esclava. Me venera como a su dueño.
De esta situación obtenemos una serie de satisfacciones que no son exclusivamente carnales. Como quiero que me recuerde continuamente, la he fabricado con una cuerdecita de nylon una bolita del tamaño de una avellana, para que la lleve continuamente en el interior de Lauri. La llamamos Robertín, y le resulta fácil quitársela tirando de un cordoncito que lleva sujeto a la cintura.
Cuando follamos se lo mete en el coño, y esto acrecienta nuestras sensaciones. Luego, se deja en el interior a Robertín durante mucho rato, impregnado de mi esperma.
Supone un placer para mí imaginarla sentada en su mesa, con su excitante slip. Y el pequeño Robertín permaneciendo en su templo sagrado. De vez en cuando, ella frota los muslos uno contra el otro y lo siente. Podría hablaros mucho más de nuestras relaciones, especialmente de cuando nos encontramos en vivo. Todo obedece a una especie de ceremonial, que hemos creado juntos y que trasciende los actos sexuales que siguen a continuación. Todo ésto prueba que el erotismo, como el amor, procede más del espíritu, de nuestro cerebro, que de las terminaciones nerviosas de ambos amantes.
Fred – Barcelona