La mujer de mi hermano

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Relato enviado por Urbano (Madrid)

Paula era la mujer de mi hermano. Podría haberla llamado mi cuñada, pero jamás la había considerado así, porque pertenecía a Víctor, mi hermano. Una hembra tan hermosa, fascinante y llena de gracia sensual, que despertaba todas mis envidias y recalentones de huevos.

Pero jamás me atreví a soñar con que un día fuese mía, debido el hecho natural de que Víctor me superaba en todo: belleza, elegancia, don de gentes, facilidad para ligar y, sobre todo, en edad. Sin embargo, el hecho de que Paula hubiese entrado en mi dormitorio, totalmente desnuda, y me estuviera invitando a follar con ella… ¡Me pareció un imposible! Sentí el deseo de pellizcarme, para comprobar si realmente me enfrentaba a un hecho real o a una alucinación. No, la invitación era cierta.

—Estamos solos en casa. Mi marido no vendrá hasta mañana al mediodía, debido a que ha debido partir para Barcelona con la mayor urgencia. ¿Qué te sucede ahora, Urbano? ¿Acaso es más fuerte el respeto que sientes hacia tu hermano que el deseo que siempre has sentido de poseerme?

—No sé de qué me estás hablando, Paula…

—A las mujeres no se nos pasa por alto la pasión que despertamos a los hombres. Mucho menos si éstos forman parte de nuestra familia, tienen la delicadeza de fijarse si una se ha cambiado de vestido o de peinado, y se desviven por ayudarte hasta en las cosas más insignificantes. ¿Por qué crees que llevas viviendo un año con nosotros, «cuñadito»?

— Mi hermano se ausenta demasiado de casa. Vivís en las afueras, el edificio es bastante grande y mi presencia significa para ti una protección.

— ¡Pero que tonto eres! ¡«No hay peor ciego que el que no quiere ver», Urbano!

— ¿A qué te refieres con esa broma, Paula?

—Yo se lo pedí a tu hermano. ¡Lo cierto es que me ha costado más de seis meses que me autorizase a joder contigo!

— ¡Eso es mentira!

— ¡Pero mira que puedes ser gilipollas, «cuñado»! Me tienes aquí, desnuda y con los brazos extendidos, llamándote desesperadamente… ¿Tanto te cuesta complacerme? ¿Acaso eres otro picha floja como tu hermano?

Ella descendió de la cama, caminó lentamente hasta donde yo me encontraba, se arrodilló en la alfombra y comenzó a bajar la cremallera de mi pantalón. Yo pretendí echar un paso hacia atrás. Escapar de lo que consideraba una encerrona tendida por una loca. Pero tropecé con la pared, muy cerca de la puerta.

Sus manos se habían aferrado a mis piernas y sus uñas se habían clavado a mis muslos de tal manera que con cualquiera de mis movimientos yo la arrastraba por el suelo. Tuve que pensar en otra forma de escapar de allí, sin humillarla o hacerle daño. Fue un instante de indecisión, que sirvió para que Paula me abriese la bragueta, sacara mi polla… La tenía flácida, asustada. Algo que a ella no le importó en absoluto.

Dejé que sus labios se posaran en mi capullo, fabricando unos besos presionantes, abrasadores y que se fueran adhiriendo a cada zona de aquél glande. Luego, le aplicó varios golpecitos con la lengua, buscando derretirme de la manera más eficaz. Una nube roja llenó mi cerebro, anulando en mí cualquier tipo de resistencia. Y yo cedí, me rendí ante la hermosura de Paula, pensando tan sólo en mi propio placer.

Nunca había dejado de pensar en conseguir superar a Víctor, aunque sólo fuera en un motivo insignificante. Creo que esta realidad, unido a la fabulosa belleza de Paula, me condujeron a aceptar aquella situación, a pesar de las consecuencias que pudieron derivarse de ellas.

— ¡Qué hermosa es! — exclamó la mujer de mi hermano, de pronto, quedándose contemplando mi picha —. ¡No existe trofeo mejor que una verga de grandes proporciones y con una berenjena gorda y reluciente!

Acto seguido, echó una buen cantidad de saliva por encima de mi glande. Como es natural, el líquido resbaló; y Paula, cachonda perdida, se entregó a lamerlo, a sorberlo, a succionarlo y a tragarse todo lo que tenía a su disposición.

—¡Qué felicidad poder recorrer toda esta maravilla! — susurró, parándose a cada chupetón—. ¡Posee el sabor del macho que cuida con esmero lo mejor de su cuerpo! ¡Sabía que tú me ofrecerías algo superior a todo lo conocido… Y cómo me calientan los contactos que mantengo con este prodigio de la Naturaleza!

—¡Víctor tiene que ofrecerte algo parecido o superior, Paula —advertí, bajo los vestigios del respeto y la admiración que siempre había sentido hacia mi hermano.

—No hables de él, Urbano.

Me di cuenta, entonces, que me iba a ser muy difícil continuar. En base a que Paula no dejaba de chupar y mamar mi polla con una gracia y una dedicación, que me estaba proporcionando todos los placeres del mundo. Suponía una conquista inesperada y, al mismo tiempo, la materialización de un sueño que siempre había considerado imposible.

— ¡Necesito hundirla en tus carnes, querida! —le pedí—, sin contener los escalofríos que me provocaban los lengüetazos de mi amada—. ¡Ya no me importa nada de lo que pueda suceder desde hoy… Soy incapaz de esperarme… Tengo que follarte… o se me reventarán los cojones…!

—Espera un poco, no seas impaciente, Urbano! —me aconsejó ella, a la vez que su respiración empezaba a perder ritmo a marchas forzadas—. Concédeme un minuto para que te la deja bien limpia. Todavía quedan algunas gotas de saliva por debajo del capullo. Sólo tienes que guardar un poco… ¡Vaya banquetazo que me estoy dando!

Continuaba de rodillas ante mí, chupándome la bolsa de los cojones porque allí se encontraban las últimas gotas de su saliva. Encima, la muy zorrona, se entretuvo en pasarme los dientes por la base de la polla. Ya no pude mantener el control sobre la eyaculación, debido a que el martirio al que me hallaba sometido resultaba excesivo.

Los primeros disparos de esperma saltaron al aire, más allá de los hombros femeninos. Mientras, me convulsionaba en el éxtasis de la corrida, sin quererlo hacer de aquella manera. Pero me encontraba a merced de las furiosas oleadas del placer orgásmico. A pesar de que ello me pareciese el comportamiento de un eyaculador precoz.

Paula soltó un gritito al verme en tal situación, presionó con energías la parte central de la picha, para lograr detener la última fase de la salida de mi esperma. Esto supuso que mi capullo se quedara muy hinchado, pues contenía casi la mitad de la lechada. Al mismo tiempo, se produjo un sorprendente retroceso de la misma hasta la parte inferior de la uretra. Todo un prodigio de terapia sexual.

—¿Dónde has aprendido este truco, Paula?

—¡Con mi marido! Llevamos cuatro años casados. No he follado con ningún otro hombre. Tú eres el segundo al que permito que me lo haga; ¡pero serás el «primero» en todo para mí!

—¿Acaso Víctor es o ha sido un eyaculador precoz?

—Te he pedido que no hablemos de él. ¡Te lo ruego, mantén ese trato, Urbano! Y quítate la ropa, ¡que me siento muy injustamente tratada!

Reconozco que no había caído en este detalle. Procuré complacerla lo antes posible. Para entonces ella ya se estaba agitando, totalmente despendolada. Se tumbó en la cama, volvió a tender sus brazos hacia mí y me brindó la entrada de los mil goces. Espatarrada y con un coño que era la cueva de «los cuatro ladrones», con todos los tesoros al fondo.

—¡Ya puedes metérmela! — me pidió, con un hermoso tono de desesperación en su voz—. ¡La mamada me ha llevado a un punto que bordea el límite del reventón! ¡Fóllame ahora mismo… o sería capaz de sacarte los ojos!

Podéis comprender que, al verme acompañado de tan excitante espectáculo y con unas palabras apremiantes, a mí se me desataron unas ganas tremendas. Me eché sobre Paula, dispuesto a penetrarla. Para ocupar lo que había sido el «coto privado» de mi hermano Víctor.

Me notaba muy nervioso. Por fortuna conté con la ayuda de ella, pues me la cogió para llevársela al centro de su chumino.

—Lo encontrarás hambriento de folladas —dijo, intentando controlarse al haber conseguido lo que se proponía—. ¡Déjala dentro de mí, que te la voy a machacar con las valvas de mi chocho y te la acariciaré con la punta de mi clítoris!

En efecto, me prestó aquellos dos servicios. Nada más que la tuvo en su interior, abrió y cerró los muslos y contrajo los músculos vaginales. Y a cada uno de mis empujones respondió, fue capaz de aprisionármela con mayor fuerza sin dejar de lanzar unos gritos de placer. Tan grandes que llegué a pensar que era yo el que la estaba «matando».

No obstante, los dos nos sentíamos tan cachondos, que nos entregamos a una cabalgada alucinante.

— ¡Me vienen los orgasmos en chorrosss… Ya no puedo frenarlos…! — gritó Paula de nuevo —. ¡Qué maravilla… Con el tiempo que hacía… que no gozaba de nada parecido… Mmmmm…!

El tapón mental que había colocado en el punto del cipote salió disparado hacia el quinto infierno. Y me brotó el resto de la eyaculación, más otra cantidad parecida alimentada por todo el tiempo transcurrido. Provoqué una explosión descomunal, como jamás había conseguido en mi larga experiencia de follador. Algo lógico si se tiene en cuenta que me acababa de follar a la mujer de mi hermano: mi sueño imposible de mil noches y el objeto de centenares de pajas.

Por este motivo continué empalmado, sin que a mi naturaleza pareciera importarle el hecho de haber soltado una enorme cantidad de leche.

— ¡Tu coño es un almohadón tan grato que no quisiera salirme de él en toda la vida! — exclamé, con lo que logré que creciera la satisfacción que me estaba produciendo aquel instante sublime—. ¡No comprendo cómo has podido estar sin una polla, teniendo a mi hermano…! Ya sé que me has prohibido que hable de él. Dejaremos el tema para otra ocasión.

Continuaba manteniendo mi carnosa apisonadora en el chumino de Paula. Hasta tuve fuerzas para alzarla en vilo, atrayéndola hacia mí, casi en el aire y con el simple apoyo de mis brazos. La galería vaginal me la aceptó con glotonería. Las presiones de las lubricadas paredes me dijeron que ella siempre se encontraba dispuesta a ser follada. Como si se notara hambrienta de orgasmos.

Empujé la zona interna del chocho milímetro a milímetro. Realmente me comporté igual que si la estuviera violando, sin que los labios femeninos pronunciasen la menor protesta. En seguida se escucharon mis profundos suspiros, porque yo estaba capacitado para moverme por dentro y por fuera, sin que me importara la dificultad de la postura.

Mi cipote poseía una gran sensibilidad, y llegó a friccionar sobre el erecto y duro clítoris. Al cabo de unos minutos, el trasero de Paula empezó a agitarse convulsivamente, abriendo y cerrando los ojos. Se retorcía encima de mi cuerpo, de la forma que puede hacer una funámbula que se mantiene en equilibrio sobre la cuerda floja.

Por fin los dos conseguimos un orgasmo intenso y larguísimo. Para mí constituyó un premio fabuloso. La mujer de mi hermano ya había sido mía.

— ¡He tenido a un hombre sobre mí! —exclamó Paula, muy feliz—. ¡Un verdadero macho alfa!

—Pero, ¿qué estás diciendo, cariño? Parece como si tu marido no existiera para ti.

Ella me besó en los labios, en los párpados cerrados y en la polla, ya medio arrugada. Su voz se escuchó muy tranquila y gozosa:

—Ponte la ropa y acompáñame al despacho de tu hermano. Quiero que veas algo que considero importante para que comprendas mi comportamiento.

La obedecí sin decir ni una sola palabra. Se puso una bata y me guió por los pasillos y la escalera del edificio de dos plantas. Llegamos a una especie de mirador, donde Víctor había instalado su despacho. Paula tardó más de un cuarto de hora en localizar una llave; mientras, me pedía calma diciendo:

—Tu hermano la ha cambiado de escondite. A pesar de esto no creo que sepa que conozco su secreto. Pero daré con ella.

Cuando encontró lo que buscaba no sonrió. Prefirió abrir un cajón de la mesa escritorio, sacar una carpeta especial para guardar fotografías, la abrió y me mostró varias de ellas.

—¡Dios mío! ¿Es cierto… o es un montaje fotográfico? — pregunté sin ninguna convicción.

Porque tenía ante mí la prueba de que Víctor era homosexual. Todas las fotografías correspondían a su relación con hombres de esas características. También había algunas otras de actos carnales, con sodomizaciones y mamadas de pollas. Víctor era el que daba.

—Siempre tuvo un ramalazo —susurré, en un tono muy bajo—. Pero como le gustaban las chicas, creí que era bisexual. En el momento que se casó contigo, me convencí de que sólo se preocuparía de ti. ¿Por qué no ha sido así?

—Fue un amante fenomenal durante tres años y medio. Pero los dos queríamos tener hijos. Como no venían, decidimos ir al urólogo. Nos sometieron a examen a los dos. Los análisis de tu hermano dieron un resultado negativo, lo que significó que era estéril de una forma irreversible. Mientras que yo soy fértil. Esta frustración le arrojó de lleno a su homosexualidad…

—¿Tú no hiciste nada por prestarle todo el amor que necesitaba? —pregunté, sin quererla acusar.

—No me dio tiempo de ayudarle. Escapó de casa. ¿Te acuerdas la semana que estuvo en Barcelona por compromiso de trabajo? Fue cuando estuvimos dos días sin saber nada de él, hasta que nos telefoneó con esa «disculpa». Tú llevabas seis meses viviendo con nosotros. Nada más regresar, se negó a follar conmigo.

Su justificación fue que ya no sentía ningún placer, debido a que ante mí se consideraba «menos hombre». A partir de entonces empezaron a telefonearle muchos tipos con voz afeminada. Algunas de las llamadas las atendiste tú…

—Yo no le concedí ninguna importancia. ¿En qué momento descubriste la carpeta de las fotografías?

—Siempre había abierto todos los paquetes y cartas que llegaban a esta casa. Pero él me prohibió que lo hiciera. Esto despertó mi curiosidad. Le vigilé a escondidas y a través del ojo de la cerradura, comprobé dónde guardaba las fotografías y el escondite de la llave. Mi sorpresa fue mayor que la tuya al ver las fotos… Aquella misma noche le pedí a Víctor que me permitiera follar contigo… ¡Y ya tengo tu semen en mi matriz, Urbano!

—¿Qué sucederá si te quedas embarazada? —pregunté, sin saber que decisión tomar.

—Me separaré de Víctor para casarme contigo, cariño.

Paula no se quedó embarazada. Pero es algo que puede suceder cualquier momento. Ahora follamos en mi cama aunque esté el cornudo de mi hermano en casa. Mientras, le escuchamos trajinar por el comedor o poniendo la televisión, como tal cosa, aunque en el fondo, sospechamos que el muy cabrón se la macha o incluso nos mira por el hueco de la puerta. Siento pena por él, tiene mucho dinero pero es un pobre impotente. Todavía no sé que haré, en el caso de que ella tuviese un hijo mío.

 

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