Tengo veintiocho años y soy soltero. Mi trabajo es bueno y la verdad es que no tengo mayores problemas. Soy heterosexual. En la escuela me solía masturbar unas veces solo y otras junto a varios compañeros. Esto nos parecía algo formidable, y nos proporcionaba mucho placer. He de reconocer que todavía me masturbo. Como voy a deciros que lo practico más que la follada. Acaso porque lo prefiero, debido a que si me encuentro con una chica en la parte de atrás de un coche resulta mucho más sencillo que los dos nos acariciemos y nos toquemos respectivamente que llegar al desenlace que supone la penetración.
A finales del mes de julio pasado, me enviaron a Holanda por motivos laborales. Y en mi ilusión de conocer cosas nuevas, me decidí a visitar una sauna. Era un pequeño lugar, donde se encontraban una veintena de hombres cuyas edades oscilaban entre los dieciocho a los sesenta años. Todos desnudos y sin mostrar la menor vergüenza.
La encargada era una chica muy agradable, llevaba de maravilla el lugar, y se cuidó de mostrarme diferentes habitaciones. En todas ellas pude ver lo que hacía la gente. Para la encargada todo aquello resultaba de lo más natural. Me desnudé cerca de un tipo de nacionalidad alemana, que debía ser un cliente habitual del local.
Hablamos en medio del vapor; mientras, observaba lo que ocurría alrededor de nosotros… Un jovencito se había convertido en el centro de la atracción. Tres hombres se encargaban de excitarle de diferentes maneras. Los cuatro se hallaban en erección, y el muchacho permanecía echado sobre la espalda.
Esto le concedía una libertad ilimitada. Los espectadores no quitábamos ojo de la excitante escena.
Las pollas se endurecían cada vez más. La verdad es que yo me sentía un poco intimidado, y no me atrevía a acercarme aunque hubiera deseado hacerlo. De repente, mi compañero alemán empezó a masturbarse; al mismo tiempo, seguíamos hablando, pero él no me rozó ni un pelo. Yo me eché hacia atrás en el instante preciso, con el fin de evitar que me mojase con su esperma. Pues éste caía chorreante por toda la banqueta.
Poco más tarde, el muchacho se levantó, y se fue a tomar una ducha para librarse de la gran cantidad de esperma que le cubría el vientre. En el mismo lugar se situó un hombre de unos cincuenta años, al que otro compañero de una edad similar le empezó a trabajar en los órganos genitales. Sabían lo que se hacían.
Horas después, me paseé por el establecimiento. Dos hombres se encontraban acostados en una cama: el primero a cuatro patas y el otro detrás de él. Y la enorme verga de este último penetraba en el ano del amigo hasta el fondo; al mismo tiempo, le masturbaba el sexo con la otra mano. Los dos gemían de placer.
De pronto, se me ocurrió que deseaba ver a la mujer y la fui a buscar. En seguida me convidó a café y me ofreció unos cigarrillos. Me sentía a disgusto desnudo frente a ella en la misma mesa. La chavala me contó la historia de su sauna. Su primera idea fue crear un lugar reservado exclusivamente a las mujeres; pero aquello no le dio resultado. Ellas se masturbaban en grupo y, al ser muy pocas, la mayoría quedaban insatisfechas y ya no volvían a la sauna.
Con los hombres el negocio resultaba mucho más rentable, porque acudían una gran cantidad de clientes. Le pregunté si no había tenido algún problema, y me contó que su yerno acudía regularmente a ayudarla. Aseguró que éste era un homosexual convencido, sin que pareciese que aquello le produjera el menor disgusto.
Vi pasar a un hombre con un bastoncito en la mano. Le seguí y comprobé de que manera golpeaba a un compañero en las nalgas; para, a continuación, regalarle con una felación rápida. Por último, escupió el esperma en el lavabo. Me pareció algo increíble, y comencé a preguntarme qué sensación se podía obtener al acariciar a otro hombre…
Decidí realizar esta experiencia. Un hombre de mi edad entró en la sauna, me sonrió y nos sentamos juntos en un banco. Comenzó la acción acariciando dulcemente mi verga y, luego, descubrió el glande con sus dedos afilados.
Me llenó una deliciosa sensación y, acto seguido, toqué su polla ardiente de deseo. Se inclinó, se la metió en la boca y me la chupó.
Repentinamente, me di cuenta de que me iba a correr, y apenas podía resistir los deseos de gemir de placer. A la vez, apretaba su rostro contra mi vientre, y su lengua abrasadora en acción apenas me permitía respirar. Al fin conseguimos una eyaculación simultánea. Seguidamente, le chupé yo con entusiasmo, hasta que conseguí que volviera a eyacular y me bebí hasta la última gota de su esperma.
Volví a la sauna holandesa dos días más tarde. La encargada me saludó como si yo fuera un cliente asiduo. Estuve echando alguna que otra ojeada hasta entrar en erección. No puedo explicaros cómo sucedió, pero me vi en medio de una pareja de chicos rubios, como dos ángeles del «infierno».
Tenían toda la pinta de ser nativos del país. Y se dedicaron por entero a hacerme un homenaje: me acariciaron todo el cuerpo, dedicando una atención especial a mis tetillas y al bajo vientre, pero sin tocar mi polla y mis cojones. Más tarde comprendí que los reservaban para la traca final.
Cuando entendieron que yo estaba lo suficiente caliente, me llevaron a una especie de camilla formada de tablillas estrechas y que dejaban unas grandes aberturas. Allí me echaron boca arriba. Uno de ellos se dedicó a mamarme la polla, y el otro se entregó a llenarme de saliva el ano. De verdad, nunca me habían dado por ahí. De pronto, me entró un dedo más allá de donde suelen llegar los supositorios. Lancé un grito de dolor, y la pareja de holandeses se asustaron. Ya no insistieron.
Por fortuna, el fracaso les hizo volcarse totalmente en mi paquete genital. Me lo atacaron por los dos flancos, repartiéndose sabiamente las acciones a realizar… ¡De verdad, perdí la cuenta de las eyaculaciones que me extrajeron! Llegó un momento que me sentí tan débil, que ni fuerzas tuve para suplicarles que me dejaran en paz…
Terminaron aquel fantástico juego, metiéndome sus pollas en la boca. Las tuve que chupar y mamar a pares. Aquello se me hizo interminable, y cuando soltaron la crema me noté tan repleto, que todavía hoy, luego de haber pasado más de diez días, continuo advirtiendo el ahogo y la ansiedad de querer tragar toda aquella cantidad de líquido… Pude dejar que cayesen por cualquier parte. Sin embargo, me entró una extraña fiebre por tragarme hasta la última gota…
Había llegado el tiempo de despedirme de la encargada de la sauna. Ya no volví allí. Me convencí de que, sin duda, yo era hetero en un 55 por 100; pero ese 45 por 100 de homosexual no resultaba precisamente nada desagradable para mí… ¡Y cómo me alegro de haberlo descubierto!
JORGE – GRANADA