¡Oh, qué pasada! Esa mierdera y coñuda puta de Vallecas riéndose de mí, enseñándome su culo como si fuera mierda caliente y, además, sin tener ni la mitad de las tetas, ni el pandero, a las que yo estoy acostumbrado.
La miré por detrás mientras se alejaba por el corredor, ese que hay después del recibidor… ¡Qué maldito coño! Ella llevaba un vestido de una especie de lana rosa, con lo que su trasero resaltaba como una manzana que me estaba pidiendo que le clavase el diente.
¡Oh, caliente zorra de Vallecas, que venía aquí a enseñarme su conejo, y a conseguir que todos los chavales se pusieran calientes y se preocuparan por problemas que todavía no comprendían por entero! Pero ella no esperaba encontrarse allí a alguien como Pedro Ramiro.
¡Estaba bien, perra! Antes de que yo me marchara de ese barrio madrileño, ella estaría sentada sobre su sucio culo implorándome perdón.
—¿Qué coño has venido a hacer aquí?
Al escuchar esta pregunta me di la vuelta, y me fui a encontrar con mi prima Flora. Como de costumbre ella pegó un brinco, rabiosa y enseñándome los dientes.
— ¡Vete de aquí, cerdo! ¡Donde tú te encuentras siempre ocurre algo desagradable!
De un salto la cogí por un brazo y se lo retorcí con dureza. La situación cambió radicalmente. Ella emitió una especie de gemido característico, compuso un gesto suplicante, y debo admitir que me puse caliente.
—Cualquiera te podría escuchar, nena. Supongo que la mayoría de los que llenan el hotel ya estarán al tanto.
Mi prima permaneció mirando hacia abajo, como si se sintiera muy triste.
—En el caso de que yo me pusiera a gritar los de dentro se asustarían. Pero haré lo que me pidas. ¿Qué ganaría enfrentándome a un salvaje? Dime una cosa, ¿tú no tenías un estudio o algo parecido, Pedro?
Preferí empezar a andar rápidamente hasta el salón-bar. Me había entrado mucha sed y deseaba tomarme alguna bebida.
—Tu estudio no estaba mal —comentó ella—. Era una sucia trampa para ligarte a las golfas de la calle Orense… Bueno, estoy preocupada… ¿Por qué has venido aquí? Supongo que andas detrás de una chavala…
Yo no dije nada. Me limité a seguir en silencio mi camino. Y Flora continuó andando detrás de mí como una idiota, que en realidad es exactamente lo que era por entonces.
—Sólo puede ser Andrea, la nueva —dedujo ella—. No te molestes por una vecina de Vallecas. Te va a dar muy poco. Me parece que es más dura que…
—¿Más dura que quién? —pregunté, sonriendo irónicamente—. Tanto como yo, ¿verdad, primita? Esta puta se hace la estrecha, por lo menos eso es lo que me parece a mí. Te apuesto cualquier cosa a que entre sus dos piernas hay un coñete dulce y suave. Por cierto, tú siempre has sido una especialista en la materia… ¿Crees que me gustará? Flora compuso esa especie de mirada de loca triste, y se me ablandó como mantequilla derretida.
—Pedro, ¿tienes que hablar necesariamente de esa manera? Ya sabes lo que me duele cuando te oigo decir eso sobre alguna chica. Seguro que no pararás hasta hacerla una desgraciada.
Ella se quedó callada porque habíamos llegado al salón-bar. Pero cuando entramos vimos que no había nadie allí. ¿Crees que volvió a hablarme? Podéis apostar vuestro culo a que lo hizo.
—Cuando tú hablas de otras chicas consigues que me pique el chichi… ¿Recuerdas lo bien que nos lo pasamos en Cercedilla hace dos años?
—No me hables del diluvio universal, nena. Sonreí y me hundí en un sillón confortable que había en aquel lugar tan carrozón.
—He de reconocer que te portaste como una jodedora de primera, Flora.
—Por favor, calla…
Ella susurró y miró rápidamente a la puerta; luego, se fijó en mí diciendo:
—Yo sólo tengo veintiocho años y…
— ¡Y una mierda de vaca! — le solté, riéndome—. Tú eres una «anciana» de treinta y dos años, chorba.
Me eché hacia atrás, estirando las piernas y poniéndome cómodo. Me sentía a gusto allí, sin nadie que estuviera hablando, ni ensuciando el aire con su hedor a tabaco. Aunque la hembra que se hallaba conmigo ya despedía su considerable aroma a colonia cara.
—Tú también eras una puritana, a pesar de llevar seis años de profesora de gimnasia. Hasta que probaste el sabor de una buena polla. Ahora me parece que le voy a tener que decir al grupo de chavales que se dediquen por entero. Les enseñaré cómo deben subirte las bragas. ¿Verdad que llevas algún tiempo insatisfecha?
—Quedé muy satisfecha con la única polla que he conocido —me soltó, como reprochándome mis palabras.
Acto seguido miró otra vez la puerta, y después, ¿dónde? Hacia abajo… ¡Al bulto que yo tenía en la parte delantera de los pantalones. Ya se le había incrustado en las pupilas esa mirada de perra salida. Una expresión que yo conocía, porque muchos de mis agradables ratos con ella habían venido después de esa llamada «ocular». Bueno, si mi prima estaba allí, en lugar de la puta de Vallecas, ¿por qué no iba a hacer un buen uso de la ocasión?
—Sírveme una bebida —le dije.
¿Os creeréis que saltó enseguida de su silla para traerme lo que yo le había pedido? Correcto. Eso fue exactamente lo que hizo.
—De acuerdo, de acuerdo, Pedro.
Ya estaba apunto de ponerse pesada, y de empezar a decir que me odiaba tanto que se odiaba a sí misma. De verdad, yo la conocía muy bien.
—Lo único que deseo Pedro, es que no hables de ese modo si alguien entra aquí.
Flora llegó al mostrador. Sólo tenía que servir la bebida y dejar el dinero en el platillo.
—¡Yo hablaré como me dé la jodida gana! —le escupí.
Nada más escuchar a alguien conjurar alguno de los tiempos del verbo «joder», Flora se ponía más caliente que un «misil». Por eso añadí:
—Escúchame, zorrona, y ten mucho cuidado conmigo —le grité.
—¡Cómo me pones de nerviosa cuando te lías a hablarme en voz alta y de una forma tan histérica como ahora!
—Deja en paz el zumo. ¡Terminarás por romper la botella!
—Está bien. Siempre he de someterme a todo lo que tú dices —ella no cesaba de murmurar y de farfullar.
— Rompe, destroza a todas las personas que quieras; pero no me armes un escándalo en el hotel. Flora se llevó mi vaso; parecía como si hubiera rejuvenecido de repente.
—Yo debería saber mejor que nadie lo mucho que te gusta dominar a las mujeres. Te he seguido muy de cerca. Por eso he aparecido antes de que te metieras en un buen lío.
—Voy a tener que cambiar de idea. Me parece que te has ganado que te folle aquí mismo.
—Busquemos un rincón, Pedro.
No tuve que mirar hacia arriba para saber que ella estaba fija en mi polla. Yo hice lo posible para que se me empalmara; luego, la volví a contemplar… ¡Al loro! Ella exhibía unos ojos de lo más hambrientos, estaba completamente salida, y podía casi ver como le colgaba la baba de la barbilla. Bajó la cabeza y eché un vistazo a mi bulto.
—Esto también te sabrá sabroso —exclamé—. ¡Ven a probarlo!
Sus pupilas se agrandaron animadas por la sorpresa y por el deseo. Ya se encontraba enteramente caliente.
—¿Aquí? —preguntó.
—Tiene que ser aquí mismo, en el salón-bar. ¡En un lugar donde la gente pueda entrar en cualquier momento y vernos! ¿Acaso quieres desperdiciar la oportunidad?
Mi expresión sarcástica la acompañé con un salto de mi polla. Y fue una lástima que ella no la hubiera podido ver salir, justo por debajo del jersey de deportes una vez que hubo superado los pantalones.
—¿Qué te pasa muñeca?
¿Acaso ya ha dejado de gustarte la follada?
Teníais que haberla visto la cara. Estaba deseándolo; pero le daba cierto reparo hacerlo allí, donde en cualquier momento podían entrar los clientes del hotel. Con el fin de animarla un poco más, me bajé la bragueta y saqué la polla. La disimulé un poco con el jersey, en mi primera concesión a sus miedos. Yo sabía a la perfección que Flora era capaz de ponerse un cacahuete en el clítoris, y venirse andando desde el rincón más lejano del barrio de Tetuán para disfrutar de mi herramienta.
—Venga, anímate. Sólo tienes que alargar las manos y romper la barrera de la vergüenza —le invité, con una voz baja y melodiosa—. Ponte de rodillas y coloca tu boca exactamente en mi capullo. Sé que lo estás deseando.
—Pedro, ¡qué bruto eres! No me obligues a realizar una cosa tan peligrosa… ¡Especialmente aquí, donde armaríamos un escándalo!
—Es muy excitante. ¡Cómo me calienta el riesgo! Sólo tienes que clavar las rodillas ante mí, como si te estuvieras colocando un zapato… Sí, en este punto… ¡Vas a chupármela sin que yo me baje los pantalones!
¡Y ya creo que se quedó arrodillada! En menos de un segundo, pude sentir su tibia boca, que me recogía la polla delicadamente. Pronto se lió a hacer virguerías con ella.
—¡A tope! ¡Siempre te portas como una estupenda mamona!
Con otra concesión a mi prima, continúe con un ojo pendiente de la puerta. Casi nadie acudía al salón-bar a aquellas horas; sin embargo, siempre podía aparecer un despistado o alguien que deseara un poco de soledad.
—No la chupes con tantas prisas, ¡te vas a atragantar, Flora! Sin continúas así, va a parecer que yo me he estado chupando los pantalones.
Sus labios conocían la forma de actuar, eso he de admitirlo. Incluso a través de dos capas de ropa poseía la habilitad de comportarse como una campeona. La cabeza de mi polla se asomó aún más por la bragueta, deseosa de ser lengüeteada por mi prima.
Llegó un momento en que coloqué mi mano derecha en su cabeza, controlando sus acciones. Con la izquierda le acaricié los pezones. Sin dejar de echar un vistazo que otro hacia la puerta.
—¿Te está gustando? —susurró ella.
Empleó un tono tan gracioso que a punto estuve de echarme a reír. Me pareció como si estuviera haciendo gárgaras. Bueno, es que su garganta se hallaba ocupada con una tarea que a mí me ponía loquito. ¿Quién puede esperar que una mamona hable claro en el momento que se encuentra en el punto más interesante de su faena?
—Sí, está muy bien. Pero no hables sobre la cuestión, ¡limítate a practicarla!
—¡Mmmmmm…!
—Me pregunto si Andrea será tan buena mamándomela.
Ella echó su cara hacia atrás y me miró con ojos asesinos. Por unos momentos llegué a asustarme. Las celosas tienen estas reacciones.
—¡Esa estúpida no me llega ni a la altura de los talones!
Sólo esa larga frase; acto seguido, colocó sus manos sobre mis rodillas como si se dispusiera a dar un salto y dijo:
—¡Ella jamás sería capaz de hacer ésto! Yo soy la única que sabe complacerte, Pedro.
—¡Presumida! Tranquilízate.
Sujeté su cabeza y le apreté el cuello, de tal manera que le mostré mi agradecimiento. Añadí para rematar la faena de «pelotari»:
—Sólo bromeaba, primita. Nunca me propongo joder con una chavala para divertirme. Prefiero buscar algo más. ¡Pero con esa «putona» sería cuestión de darle un escarmiento!
Entonces sonó un timbre lejano. Los dos saltamos como si hubiéramos recibido un susto de muerte. Después, al comprobar que nadie entraba en el salón- bar, nos relajamos.
—Preocúpate tan sólo de conseguir que mi polla se sienta bien. Y no pienses en nada más, Flora.
Me dejé caer de nuevo en el sillón, profiriendo un suspiro. Pronto vi como su cabeza se volvía a hundir lentamente para atrapar mi polla. Estos labios suyos tan calientes siempre me proporcionaban todo un universo de placer. Aunque se haya hecho y dicho de todo en este mundo, yo no creo que pudiese vivir si me faltara mi prima Flora.
—Estupendo, muñeca. Tú consigues que me sienta de maravilla. Así que después de esta sesión, mi polla y yo hemos decidido nombrarte compañera permanente. Si pudiéramos entrar en tu habitación, te pagaríamos una cena muy suculenta.
Ella me miró directamente a los ojos, como si no se lo creyera. Tenía en las pupilas esa clase de mensaje que a mí siempre me ha gustado. Me estaba comunicando que se sentía loquita por mí, y que realizaría cualquier cosa que le pidiese.
—¿Por qué hemos de esperar hasta la noche, Pedro?
Esa era precisamente la pregunta que yo esperaba. Pero me hice el despistado. Me limité a componer una expresión dura.
—Hemos oído el timbre del relevo de recepcionistas —me recordó ella—. Eso quiere decir que nadie entrará aquí por lo menos en los próximos cuarenta minutos. Podrías hacer lo que quisieras conmigo, Pedro.
Me estaba mirando con sus inmensos ojos marrones. Había dado en el blanco. Por poco me puse a reír. Pero conseguí que mi rostro no dejará traslucir mis pensamientos.
—Ahora soy yo el que se encuentra libre, Flora. Mientras que tú debes ir a dar la clase de gimnasia. Tienes el colegio en la otra acera.
—Mis alumnos se pueden cuidar solos. Además, está Charo con ellos. Es mi suplente, y conoce los trucos para justificar mis ausencias.
No me moví. Incliné un poco la cabeza, como si estuviera considerando lo que acababa de escuchar. Mientras, mi polla permanecía fuera de la bragueta. Seguía completamente empalmado. El capullo la estaba llamando con unos gritos «mudos» que resonaban en toda la estancia.
Volvió a arrodillarse y dejó su boca en mi verga. Reanudó la tarea en la que era especialista con tantos ímpetus que a punto estuvo de obligarme a caer en el sillón.
—Tienes razón, prima. Será mejor que lo hagamos ahora. De negarme tu coño estaría goteando durante toda la hora de gimnasia. Pero no quiero que me manches el pantalón. Anda, quitámelo.
Lo hizo con bastante cuidado, para no pellizcarme con sus uñas que eran bastante largas. Dejó los pantalones y el slip a la altura de mis tobillos. Después, sus manos recorrieron los pelos de mis piernas, de arriba a abajo. Mientras, su boca se movía ante mi jersey de deportes, que ocultaba la polla. Mucho más erecta de tanto esperarla.
Dejé que me toquetease hasta el culo durante un rato más, luego, me mostré exigente:
—Basta de andarnos con rodeos. ¡Aquí estamos para algo más consistente, primita!
Y con dedos firmes levanté el jersey los centímetros suficientes. La polla saltó de su escondrijo, con todos y cada uno de sus 240 milímetros. Y golpée a Flora en la nariz. ¡Diablos! Esa enorme boca suya se tragó toda la cabeza y los seis centímetros primeros de un solo golpe… ¡Me pareció una trocha hambrienta que hubiese ido directa a por un enorme gusano!
—Fenómeno, primita! —exclamé, satisfecho—. ¡Así es como se hace!
Flora se encontraba a cuatro patas, moviéndose de delante hacia atrás. Así que me doblé un poco y empecé a bajar sus pantalones deportivos. Quitárselos suponía una carga erótica de cuidado, ya que eran exactamente del mismo tipo, de la misma tela y del mismo color de los que llevaban las chicas para hacer gimnasia. En seguida me vi tocando su apetecible trasero.
Comprobé que no usaba nada debajo. Y al ver sus glúteos moviéndose con el resto de su cuerpo, me puse a pensar en la conveniencia de echarme en el suelo y montar un sesenta y nueve. Pero me dije que con eso le daría mucha confianza. A la vez, seguía mamando mi polla, babeándola y, al momento, secando hasta la última gota.
Tuve que soltar unos sonidos de pasión, que uní a unos gemidos tan provocadores que a Flora le pusieron más calientes que si se encontrara en el infierno.
—¡Mamas que es una maravilla, muñeca! ¡No te aburras…!
Se me presentaron algunos problemas al llegar a los botones de su camisa, así que ella se los soltó. Pero, eso sí, no abandonando los lametones y los engullimientos de mi picha. Finalmente me encontré con el sujetador, que levanté hasta que asomaron sus tetas. Eran de un buen tamaño, tan blancas y grandes como un culo… ¡Adorables!
Ya no lo dudé. Caímos en la alfombra, fundidos en un estrecho abrazo. La sombra de mi barba era áspera al contacto con la mejilla de Flora, cuya lengua estaba caliente dentro de la mía. La polla se paseó por sus tetas como una daga de acero; y, cuando ella la volvió a coger entre sus manos, yo solté un suspiro desde el fondo de mi garganta, y la besé furiosamente.
Poco a poco mi prima se liberó del abrazo, y se aproximó a mi picha. Sus labios estaban hirviendo al cogerla. Pero la escuché dar una arcada, y la soltó.
—¡Lo lamento…! —se disculpó, echando hacia atrás la cabeza—. Creo que ya estoy deseando otra cosa.
—Lo comprendo, primita.
La besé dulcemente en la boca; luego, dejé correr mi lengua por su cuello y sobre sus tetas. Me arrodillé para colocarme entre sus largas piernas… Mi polla estaba dura y erecta cuando ella la cogió, llevándosela de inmediato a la boca. Sus muslos temblaron, y los labios me la abarcaron, metiéndosela profundamente hasta la garganta.
Cuando comenzó a chuparla, yo estaba perfectamente inmóvil, sin emitir ni siquiera un sonido. La acarició, y nos adaptamos al ritmo de la mamada: me llegó desde la cabeza del capullo hasta la base de mi poderoso miembro. Luego, comenzó a acercar y alejar su boca de mí; mientras, mis manos acariciaban sus tetas.
Al cabo de varios minutos, ella sintió el temblor de la cabeza de mi miembro en su boca, y comprendió que ya estaba cerca la culminación. Entonces, se entregó a chuparla con mayor fuerza.
Pero yo cambié los papeles. Apoyé mi capullo bien engrasado en el coño, y empujé fuerte para que se abrieran los labios mayores. Flora gritó de satisfacción. Le di otros golpes decisivos, y conseguí que la verga penetrase por completo; pero ella continuó gimiendo como un animal herido.
—¿Quieres que lo deje? — pregunté, preocupado—. ¿La saco?
—¿Qué dices? —protestó con un hilo de voz—. ¡Deseo llegar al goce…! ¡Continúa… No te pares nunca! ¡Clávame hasta hacerme sentir dentro todo el mango…! ¡Te prohíbo que dejes fuera de mí ni un solo centímetro…!
Hice acopio de todas mis fuerzas, y proseguí con golpes de riñones, hasta penetrar por completo dentro de ella; pero sólo llegué a la mitad, porque no cesaba de quejarse.
—¿Debo dejarlo? ¿La saco…?
—¡No, no seas tonto…! —se quejó mi prima—. ¡Siento un dolor tremendo, pero la quiero toda dentro! ¡Empuja!
—¡Te gusta a ti más la verga que a una ninfómana! —comenté, jadeando por el esfuerzo—.
¡Si tanto la quieres, voy a dártela!
Me agarré de nuevo, y empujé lo más fuerte que pude; y, al fin, se hundió dentro, provocando una verdadera explosión en el interior del coño.
—¡Ya la tienes toda! —anuncié, feliz porque estaba gozando—. ¿Te sientes satisfecha?
—Noto que me arde el clítoris… ¡Pero soy dichosa! ¡Es una sensación maravillosa!
Como galvanizado por estas palabras, poseído de un profundo goce libidinoso, me lié a meter y a sacar dentro de ella. Gemía de placer, y yo gozaba como un loco; y, de pronto, llegó la eyaculación suprema. Y mis ardientes caldos lo invadieron todo… Luego, nos quedamos varios minutos sin hablar, extenuados, uno junto a otro…
Hace ocho años que nos casamos. Ya no soy el chulo que os he descrito, aunque de vez en cuando me viene algún ramalazo. Todo el mérito de mi educación social y sexual se la debo a Flora, me querida Prima..
Pedro – Madrid