Aquella película «porno»

No sé si sabéis que en Premiá de Mar se han rodado varias películas «porno». Yo os voy a contar como hice de doble en una de ellas. Recuerdo que estaba allí porque mi hermana era la protagonista. Y se estaba dando un beso largo, extenuante. Así permaneció unida durante un buen rato a los labios de Rubén. Después, la mano de éste subió imperiosa e insinuante a lo largo del cuerpo de Meli, y la cámara se detuvo sobre los dedos morenos y peludos, que estaban soltando los ojales los botones de la blusa. Una teta apareció subiendo y bajando, siguiendo el ritmo de la respiración de mi hermana. El galán tenía los labios apretados, los ojos semi cerrados y, realmente, parecía hallarse preso de la pasión más desenfrenada.

Sin embargo, en el momento que la otra teta apareció, el director gritó:

—¡Alto, adelante los dobles!

El primer actor resopló, desapareció de su rostro el aire perdidamente apasionado y volvió a adoptar la máscara de un guaperas que se lo tenía creído. Sus labios gruesos y húmedos se mostraban rojos y carnosos y le daban un aire bastante lascivo. Mientras, Meli se arrancaba con un gesto de rabia la peluca y gritaba:

—¡Maldita sea! ¿No se podía hacer una cosa más ligera? Con ésta sudo como una condenada.

Nadie pareció escucharla. Sus rabietas ya eran conocidas y la compañía las soportaba como si fueran una cláusula más del contrato. En el fondo, mostrándose tan altanera y llena de pretensiones, mi hermana lo único que trataba era de despertar el interés de los demás.

Un psicoanalista le había dicho en una ocasión que la infelicidad que sentía se debía a su nacimiento irregular, a su condición de hija adoptiva. Y a la falta de afecto que le había acompañado durante toda su adolescencia y juventud. En efecto, las dos nos quedamos sin padres siendo muy crías y fuimos a parar a un hogar frío, donde nada más que nos dieron unos apellidos. Meli siempre se había guardado de contar a los otros cual había sido el diagnóstico del psicoanalista. Le convenía representar el papel de la estrella eternamente insatisfecha, recitar en la vida el número de la hechicera que atrae a los hombres como moscas, los usa como sementales y los tira como trapos.

En aquel momento, me di cuenta de que el director y su secretaria bebían café recién hecho; mientras, estudiaban la escena que se pretendía rodar a continuación. Iba a ser una escena altamente erótica a la que Meli se había opuesto:

—Nunca me dejaré clavar por un hombre delante de la cámara —llegó a exclamar—; sobre todo siendo mi compañero Rubén. Figuraros una marica con una bomba sexual como yo…

¡No, si queréis que ruede la película, tendréis que doblarme!

—¿Qué te parece si lo hiciera Sonia, tu hermana?

—Me da lo mismo a quien elijáis. ¡Pero sobre mí no se monta un maricón como ése!

Meli fue contentada. Nunca se enteró de que Rubén, ante la idea de rodar una escena de amor con una mujer, se sintió preso de un conato de vómito:

—¡Nunca… Nunca! —dijo y, al ver las sonrisitas irónicas del productor, añadió – ¡Jamás con esa tonta! ¿Qué queréis? ¡No es mi tipo!…

Una mirada helada del productor consiguió que el director no soltara un insulto, que de haber sido pronunciado pudo sonar así:

-Llévate a uno de tus amiguitos… ¡De esa manera podrás hacer tú el papel de la primera actriz!

En este clima había nacido la decisión de elegirme a mí como doble de mi hermana. La escena «altamente erótica» se rodaría con dos «no profesionales». La elección fue de lo más sencilla; luego, se buscó a Tomás, un joven moreno y atlético.

Nos prepararon en unos minutos. Yo con la blusa abierta sobre las tetas, y Tomás con la camisa azul y el pañuelo rojo en el cuello, tal como vestía Rubén en el momento de la interrupción. Ambos nos miramos fijamente.

«¡No está nada mal la chica!», pensó mi compañero.

Además de estar siempre dispuesto a lanzarse desde un puente en un auto incendiado, él se hallaba listo para mantener una aventura sexual. No sólo era un buen catador de hembras, sino que permanentemente se le veía en erección. Y al contemplarme pensó que la cosa podía resultar de lo más interesante.

También yo le miraba, y le encontré decididamente de mi gusto. No tenía nada que ver con los clientes que en el cine trataban de llevarme a la última fila —por esas fecha yo trabajaba de acomodadora en un cine de un tío mío—, y que me pedían que se la mamara antes de que se encendiera la luz. A mí aquello me iba bien, porque era una chavala que regalaba todo el placer que se me pedía a cambio de una caricia. Bastaba con que el chico fuese guapo para que me sintiera en el paraíso.

Nos colocamos al mismo tiempo bajo la luz de los focos.

—¡Hola! —le saludé, mirando su paquete.

—Hola… —respondió, sin quitar los ojos de mis tetas.

—¡Motor! —gritó el director.

Aquella había sido toda nuestra presentación, sin que tuviéramos tiempo de conocernos mejor.

—¡Acción!

Tomás no perdió tiempo. Había estudiado la escena mil veces desde que se la propusieron, y sabía perfectamente lo que debía hacer. Yo sólo pude escuchar unas vagas instrucciones.

—Abandónate al instinto — me aconsejó el director.

A mí no me resultó difícil rodear con mis manos expertas la polla cada vez más excitada. Esperaba que todo marcharse sobre ruedas. Mientras, la diestra de Tomás se había colocado donde Rubén se detuvo, y mi blusa abierta le estaba mostrando una de mis tetas.

«¡Qué cosa, madre mía!», pensó.

Y tal como indicaba el guion, se inclinó a besar mis pezones oscuros y derechos que apuntaban directamente hacia sus labios. Me puse rígida. Sentí su boca sobre mi piel y sus manos que bajaban la cremallera de mi falda.

Me quedé desnuda, como querían que estuviera. Y a pesar de que trataba de luchar contra la excitación que me estaba invadiendo, no logré reprimir un quejido. Aquel quejido perdió a Tomás. Pues se encontró recorriendo con los dedos mi cuerpo blanco y bien proporcionado. Resbaló hasta mi cintura, ya que sabía por experiencia que ninguna mujer se resiste a las caricias delicadas e insistentes en la cintura. Me hizo vibrar y tuve que apoyarme en la pared. Sus dedos ya se encontraban sobre mis nalgas, ligeras. Después, las sentí allí, en el coño, precisamente donde más me ardía.

Abrí los muslos, y Tomás aceptó la invitación. Se puso a jugar hábilmente con mi bosquecillo; mientras, sus labios continuaban atormetando mis pezones. Al mismo tiempo, buscaba despacio la fisura que tenía allí tan cercana y húmeda. Capturó mi clítoris y se entregó a masajearlo…

—Pero, ¿qué hacen esos locos?

La voz de la secretaria interrumpió el silencio que se había hecho muy pesado.

—¡Calla, calla! —gruñó el director—. Déjales que hagan lo que quieran… ¡Es lo mejor!

En aquel instante Tomás había encontrado lo que buscaba, y con la punta de los dedos entró en mi cuerpo.

—¡Aaah!

Lo mío no fue un quejido sino una súplica. Como si le dijera «¡sí, sigue, acaríciame, me gusta…!»

Tomás se sentía como un toro. Yo me daba cuenta de que se me doblaban las piernas y, sin saber cómo, acabé sentada en un sofá. Mi pareja encontró aquella posición extremadamente excitante. Se inclinó y hundió su cabeza morena entre mis piernas. Su lengua dibujó diabluras en mi chumino… ¡Jamás me habían tratado tan maravillosamente!

Sólo se escuchaba el zumbido de la cámara y nuestras respiraciones fatigadas y lujuriosas. Como por encanto, en torno a Tomás y a mí se habían reunido todos los componentes de la compañía. Hasta mi hermana se encontraba allí, comprendiendo que algo extraordinario estaba sucediendo. Se había unido a nosotros. También lo hizo Rubén, aunque en compañía de su amiguito de turno.

Los dobles éramos los únicos que no nos dábamos cuenta de que nos habíamos convertido en el centro de tanta atención. Ni siquiera la luz de los reflectores servía para llevarnos a la realidad. El joven me besaba sin parar el coño húmedo y ofrecido. Y mientras se contorsionaba quitándose los pantalones, la absuda camisa y el ridículo pañuelo no dejaba de titilarme el clítoris. Al fin dio entera libertad a su polla.

—Pero, bueno, ¿qué historia es ésta? ¡El guion no preveé…! —exclamó de nuevo la voz cortante y llena de arrogancia de la secretaria.

—Si no se calla en seguida la echo a patadas —le cortó el director.

En escena yo estaba apretando con mis manos el bastón de mando. Mi arte consumado me permitió arrancar unos gemidos y estremecimientos a mi compañero. Cada vez yo resbalaba más abajo, hasta que quedé tendida en el pavimiento de madera. Tomás cayó sobre mí, me frotó el vientre con la verga y, luego, me penetró.

—¿Qué hago, lo filmo todo? —preguntó el operador, que tenía los ojos fuera de las órbitas por la excitación.

—Todo… ¡Y ay de ti si se te escapa el menor detalle!

Nosotros nos poseíamos con fuego, nos gozábamos de verdad y nos fundíamos como si durante toda la vida no hubiéramos tenido otro compañero en nuestros juegos sexuales.

Cuando el director dio el alto el motor se detuvo, las luces se apagaron. Sólo nosotros continuamos. No nos interesaba saber que había acabado nuestro momento mágico de protagonistas. Eramos nada más que dos seres felices al encontrarnos en medio de una follada extraordinaria… ¡Y no lo dejamos hasta el orgasmo simultáneo!

Meli dejó el plato llena de rabia. No se le ocultaba que mi pasión podía perjudicarla. Rubén se quedó junto a un foco apagado, con la mano apoyada en las nalgas de su amigo, excitado ante el cuerpo de aquel especialista que había demostrado ser un follador nato.

Cuando Tomás y yo dejamos el estudio era de día.

—Me gustaría salir contigo, Sonia. Lo de antes no ha sido fingido.

—Lo sé. Yo también me he volcado en cuerpo y alma.

—¿Quieres que te acompañe a casa?

—Con mucho gusto.

Y nos alejamos juntos. Hoy estamos casados. No volvimos a trabajar en otra película «porno»; sin embargo, recordamos aquella experiencia como el mejor instante de nuestras vidas.

Sonia – Barcelona