Intercambio y sodomización

Mi mujer y yo encontramos muy interesante leer experiencias distintas a las nuestras. Creemos que estos testimonios pueden ayudar a algunas parejas a volver a encontrarse. Carina, mi mujer, tiene treinta años y es muy bonita y liberada. Yo he cumplido treinta y tres y me llamo José Luis. En la actualidad somos muy liberales y carecemos de inhibiciones, por eso queremos contar nuestra experiencia.

Sucedió el año pasado durante unas vacaciones de invierno. Estábamos en un Hotel que contaba con una discoteca, a la que ya habíamos ido en otras ocasiones. Allí conocimos a gente bastante interesante.

Vidal y Mónica habían bailado muchas veces con nosotros, y ya les habíamos tratado lo suficiente y una noche en la que bebimos juntos en la barra, decidimos los cuatro ir un poco más allá en nuestro mutuo conocimiento, para acostarnos juntos. Subimos a nuestra habitación. Apenas entramos allí, Carina puso un disco y Vidal y ella empezaron a bailar en silencio; luego, él se puso a besarla en el cuello.

Mi esposa reaccionó débilmente y en seguida vi las manos de él partiendo a la búsqueda del descubrimiento del cuerpo de ella. Localizando y conquistando sus caderas, su espalda, sus nalgas, su vientre y sus tetas. Carina se dejaba hacer con la cabeza hundida en el hombro amigo y respiraba aceleradamente. Me puso muy caliente.

Entonces, yo desabotoné la blusa de Mónica y acaricié sus hermosas tetas y le titilé los pezones, que se endurecieron bajo mis dedos. Ella se puso a gemir. Momento que aproveché para soltarle la falda y su mini slip blanco, que dejó aparecer, aunque en realidad no lo ocultaba mucho, sus nalgas pequeñas y firmes y una parte de su oscura pelambrera.

Una vez libre de este pequeño pedazo de tela, tomé posesión de su coño húmedo y tenso de deseo. Su clítoris se hallaba a veces duro y dulce. Ella separó un poco las piernas para permitirme acariciárselo. Al cabo de unos minutos, no pudo contener un orgasmo que la dejó jadeante.

Nos echamos los cuatro en la cama, y terminamos de desnudarnos. Vidal disponía de una picha espléndida y dura, sin prepucio, lisa y bella. Yo coloqué a Mónica sobre mí, los dos vientres en contacto. Manteniendo una posición que me gustaba especialmente. Sus tetas se endurecieron con mis caricias, y ella comenzó a moverse rítmicamente. Se levantó un poco y tomó mi polla para conseguir que penetrase en su chocho. Pude acceder con facilidad, porque estaba encharcadísima y muy dilatada. Después, aquella hembra tomó mis manos y las guió por todo su cuerpo.

Pero dejó su culo a Vidal, que arrodillado entre los glúteos de su mujer recorrió con la lengua la abertura hinchada de deseo. La chupó dulcemente y, después, le mordió las cachas. Lo que hizo que Mónica lanzara un gritito de placer; no obstante, totalmente de acuerdo con él, abrió más el espacio trasero apretándose contra la boca de su marido para que prosiguiera trabajándola con las manos y la lengua.

Vidal introdujo un dedo; luego, dos; y, más tarde, tres en el ano de su esposa. Y lo separó produciéndola un leve dolor. Ella movió la cabeza de derecha a izquierda y gimió bajo nuestro asalto. Se acariciaba el vientre y quería retener la cabeza de Vidal; mientras, yo jugaba con sus tetas y las hacía rodar entre mis dedos. De pronto, aquella mujer gozó con una explosión verbal.

—¡Sí, desgárrame… Tómame… Hazme daño… Esto me gusta…!

Como si fuera lo que estaba esperando, Vidal se echó sobre ella. Y con un golpe de riñones, la sodomizó hasta la raíz del culo. Mónica gimió y se retorció frenéticamente; más tarde, los dos nos vaciamos en ella. Fue un riego copioso y prolongado.

Poco más tarde, ambos nos dedicamos a trabajar a Carina, mi mujer. Vidal llevó su lengua a la raja del coño, donde actuó con tanta «crueldad» que ella gimió y se retorció de placer, porque era presa de un clímax que llevaba algún tiempo esperando reventar. Finalmente, le suplicó que parase unos momentos.

—Es suficiente por ahora, querido.

La verdad es que un intercambio de parejas, lo mismo que toda orgía bisexual o heterosexual, se condimenta a base de tres sentidos —vista olfato y oído—. Porque cada hombre soñamos con chupar un bonito coño; y cada hembra con tragarse una buena verga…

Yo me había calentado viéndoles. Por eso mi mujer me cogió la picha entre sus labios rojizos y golosos, y se dedicó a hacerla más dura y gorda… Y terminé por follarla: mientras, debía soportar que Vidal le estuviera chupando el agujero del ano o le comiera las tetas.

Carina era dueña de un chumino salvaje, y sabía cómo utilizarlo. Parecía como si fuera una boca que estuviera mamando un falo. De esta magistral manera llegamos a la conquista de nuevos orgasmos.

Como se puede entender, nos tomamos unos minutos de descanso. Los cuatro nos limpiamos los goterones de esperma. Luego, cuando estimamos que ya nos encontrábamos listos de nuevo, nos entregamos a una nueva acción de gozada sin frenos.

Vidal y yo nos tumbamos sobre la colcha, con las pichas en alto. Carina se posesionó de ellas, introduciéndoselas en su boca durante espacios iguales, muy democráticamente. Llegándola casi hasta el fondo de la garganta. Quería demostrarnos la eficacia de su lengua de oro.

A la vez, como yo no quería permanecer inactivo, le busqué las tetas y se las leñé de dedos juguetones. Encontré unos pezones durísimos, perfumados y con una capacidad de provocación sorprendente. Los manipulé a conciencia y, al rato, ella se estremeció de gozo con el segundo clímax en sus ingles.

Pero continuó su trabajo sobre nuestras pollas, sin concederse ni un segundo de descanso. De pronto, prefirió dedicarse a una sola, la de Vidal. La besó con dulces y certeros contactos, pasando la lengua por el glande, para recoger las pequeñas gotas de líquido que se escapaban por el orificio de la uretra… No obstante, en aquel momento, no quería llegar al final del mismo modo que la vez anterior. Se levantó a horcajadas sobre mí, y se metió mi polla hasta el útero, flexionando las piernas para alcanzar la penetración total.

Yo cogí una almohada y la coloqué debajo del trasero femenino, para que la región púbica quedase más elevada y la follada resultara lo más eficaz posible. Carina se sintió feliz con la idea… ¡Loquita de goce! ¡Era lo más divino que le había ocurrido en toda su vida!

Por este motivo, en cuanto consiguió que los dos eyaculásemos, se salió de la penetración y saltó en busca de las fuentes de semen, para bebérselo todo… ¡Es un decir, porque Mónica se le unió, peleando por disfrutar también de aquel manjar!

A la mañana siguiente nos despertamos muy tarde. Carina y Mónica nos agradecieron la velada con una enorme felación: mientras, Vidal se colocaba detrás de mi esposa, dispuesto a sodomizarla. Lo hizo en el momento que su verga había adquirido las proporciones adecuadas. Pero como ella disponía de un ano enorme, acariciándola dulcemente le dije:

—Ábrete bien y ayúdale a entrar cómodamente.

Carina inclinó todo lo que pudo la cabeza y expuso exageradamente su trasero, en una entrega propia de una «esclava» que anhela ser enculada. De esta manera le permitió entrar hasta el fondo de sus entrañas. Luego, movió el vientre hacia atrás y hacia adelante; al mismo tiempo, Mónica me chupaba como una loca. Volvimos a llenar a las dos hembras, permitiéndolas gozar con Vidal en los riñones de mi mujer, y yo en la boca de la suya.

Después de haber volcado nuestros cuatro cuerpos, uno en los otros, mi esposa me aseguró que nunca había gozado tanto. Y nos prometimos seguir con este plan después de nuestras vacaciones de invierno, lo que nos presentaba un futuro compuesto de unas muy felices veladas.

JOSE LUIS – MADRID