Lo mejor son los caramelos de fresa

Hola, soy Pedro José y voy a contaros un caso que pasó hace dos meses.

Veréis, iba a clase y me solía sentar en el último lugar al lado de un compañero que le entusiasmaba el cine y todo lo concerniente a él. Yo poco a poco fui entrando a su mundo, con pasos diminutos pero entrando. Un día, fuimos al cine a ver una película de miedo, y yo intenté por todos los medios que pasara algo pero fue inútil, un poco cabreado fui al lavabo y allí me masturbé a la salud de Antonio (que era su nombre). Cuando volví, lo único que se le ocurrió decir:

—¿Las películas de miedo, te producen ese efecto?

—No se a que efecto te refieres.

Pasaron semanas y yo no podía más necesitaba pensar algo para pasarlo por la piedra ¿pero el qué?

Un día se me ocurrió pensar en engañarlo con algún rollo de que había una chica que se lo quería tirar y me haría un gran favor accediendo, pero «no».

Hasta que un día lo planeé todo así:

Cogí unos caramelos en forma de pastillas color amarillo y le invité a venir a casa a tomar café.

—¿Has tomado alguna vez ácido o alguna clase de droga?

El me dijo que no, tan inocente. Le propuse sentarnos y yo le dije que me iba a tomar dos ácidos. El me dijo que no lo hiciera, que no sabía lo que hacía.

Me los tomé y ahí empezó toda mi representación. Me tiré al suelo dando vueltas y diciendo que flotaba. Me levantó y me sentó a su lado, puso mi cabeza en su estómago, y no podía resistir más, tenía que chupar, tocar, morder. Le miré a los ojos, y seguí actuando, le dije:

—Oye Antonio, te está creciendo el pelo y las tetas. ¡Hostia, si eres una tía!

El se reía, hasta que me hinché y le puse la mano en su paquete, al momento sentí crecer las fuerzas de la naturaleza bajo mis manos.

El no dijo nada.

Desabroché el botón y él con un silencioso deseo, bajó la cremallera sin tocarla. Los pantalones bajaron hasta abajo y quedó como un volcán recubierto de tela, hasta que me tiré hacia el volcán para apagar el fuego que se escuchaba dentro de él.

Empecé a chupar, a succionar con el mayor deseo que se puede imaginar y empezó el concierto.

—¡Aaaahhh, sigue —decía—. Ah, me vas a matar. Ohh sí, sigue, me gusta mucho, no debíamos hacerlo, noo, oohh, sigue!

Yo seguí con mi trabajo, animado por él, seguí y seguí, hasta que el gran volcán de 20 cm. de altura pero con una fuerza meteórica, erupcionó brutalmente, haciendo temblar todas las fibras de nuestros cuerpos y produciéndonos un placer sin final. Su lava me quemaba la garganta, pero podía resistirlo, era placer, obra de la naturaleza. El gritó y cayó como si estuviera en algún lugar maravilloso.

Yo me tumbé de nuevo en el suelo y me hice el dormido, había conseguido mi deseo.

Pasó el tiempo y yo hice que me despertaba de mi sueño producido por los ácidos.

No me quiso contar nada de lo que había pasado, sólo me dijo que había estado soñando.

La rabia estuvo a punto de hacerme saltar y contarlo todo, pero descubrí que ya era mío, aunque en plan de sueño y caramelos.

Pasé un mes sin repetir nada de lo pasado hasta que volvía a intentarlo, pero algo salió mal. El quedó en llevarse en esa ocasión los ácidos. Yo me asusté, porque paso de drogas y ahora tendría que tomarme una de verdad ¿qué podía hacer?

Llegó el sábado por la noche y fuimos a su casa, pusimos una película en el video y nos tomamos unos cubatas.

El dijo:

—Bueno, qué ¿empezamos? Hoy también quiero probarlo yo.

Nos tomamos lo que Antonio había traído y yo tuve miedo, de la respuesta de mi cuerpo hacia aquella droga.

Pasaron 10 minutos y no sentía nada. El ya empezaba a alucinar, yo no sabía que hacer, hasta que se puso de pie y se arrodilló delante de mí. Me desabrochó el botón y me bajó la cremallera. Empezó a chupármela con un arte especial.

Entre mis suspiros y las chupadas pude entender:

—Oye, no se si te habrás enterado…pero los caramelos de fresa son los mejores.

Entonces lo entendí todo, me estaba dando de la misma medicina que yo le ofrecí la primera vez a él. Entonces me lancé a él como un loco y le besé en la boca, entrelazándose nuestras lenguas con sabor a fresa y verga hicimos un 69 fantástico hasta que él se decidió a encularme, lo hizo despacio y lentamente. Sentía un dolor que me partía en dos y a la vez un placer inaguantable, gritaba levemente y él se unió a mí con sus gemidos. Los dos compusimos una película y su banda sonora sonó, con un final apoteósico y feliz.

Somos inseparables, estamos unidos por algo infantil, por los caramelos. Nos gustan mucho los de fresa, pero sobre todo los de plátano.

Probadlos y ya me contaréis.

Un dulce. Albacete.