Eran más de las diez de la noche, y desde luego, no era mi día. Quiero decir que mi coño estaba intacto, virgen y mártir durante veinticuatro horas. No es que me hubieran faltado potenciales clientes. Por el bar desfilan cada tarde un buen montón de tíos con la polla loca por follar.
Tíos que me ven y se corren con la imaginación. Te invitan a un whisky que vale 20 pavos, te ponen una mano en la espalda, y y si están un poco borrachos, bajan la mano hasta el culo. Entonces, tú vas y les dices:
–Tranquilo, Adonis…
— Eres una mujer extraordinaria…
–Y tú eres un hombre divino. Me gustaría mucho que llegásemos a un acuerdo. Hoy, estoy caliente. Incluso los listos, se lo creen. No hay un tío andando por el mundo que no se crea conquistador. Todos piensan que su polla es especial o que se comen un coño como nadie. La mayoría de los tíos son gilipollas o están haciendo oposiciones. En cuanto encuentre uno que no lo sea, me enamoraré.
Me había bebido dos whiskys y tres Coca-Colas. Y había contado la calentura de mi coño cinco o seis veces. Pero todos los tíos con los que hablé aquella tarde querían follar por 100 pavos. Y yo no me trago una polla por menos de 120. Y es que, además, cuando un tío empieza a regatear, a decirte que no ha tenido tiempo de ir al Banco o cosas así, me cabreo.
Hasta que llegó el pájaro.
Era alto, muy serio, muy bien vestido. En seguida supe que era uno de esos que follan con problemas, que no se les pone derecha si no se endosan primero tu ropa interior o les meas encima. Me estuvo mirando un buen rato, desde la barra. Yo le sonreí. Levantó el vaso como brindando conmigo. Así que me acerqué.
—Me gustas, tienes mucha clase… —dijo el pájaro.
—Y tú… En realidad, en cuanto has llegado, se ha arreglado la tarde.
—¿Por qué?
—Ha sido terrible… En toda la tarde, no han entrado más que horteras, don juanes con la ceja levantada, chulitos y tipos que pensaban que llevaban más dinero encima…
Se rió. Me contó lo tuyo. No íbamos a follar esa noche. Era tarde. A él le gustaba follar de día. Sí, pensé yo, y a lo mejor, su ideal es que se la chupen los ángeles de Charlie. Pero el pájaro sabía comportarse. Sacó dos billetes de 100 y me los dio, todo lo disimuladamente que podía. Me dijo que al día siguiente me haría un regalo. Aquello era para que yo viese que era bien intencionado. Quedamos para comer juntos. Y se marchó.
Era un restaurante de mucho lujo. Comimos. Pero yo le noté con prisa. Estaba caliente. Me dijo que íbamos a ir a su finca. El pájaro tenía una finca y un coche de puta madre. Pregunté dónde estaba su finca. No muy lejos. Media hora de su coche.
Cuando llegamos, y mientras tomábamos una copa en el interior del chalet, me explicó el panorama. A él no le gustaba la cama para follar. Le gustaba el campo. Y, además, lo que le ponía cachondo era verme el coño subido a un árbol. Estaba loco. Pero en los asuntos de la jodienda todo el mundo está loco. Mary, una amiga mía, no se corre si no es con cuatro tíos a la vez, follándosela. Sí, no exagero. Dice que no lo puede remediar. Un tío por la boca, otro por el culo, otro por el coño. Y, el cuarto, tiene que hacerse una paja a la vista de ella.
Salimos. Me metió mano a las tetas. Me besó. El cabrón estaba ansioso, pero no la tenía empinada. El tío llevaba un traje de alpaca gris acojonante. Se sentó en el suelo. Yo estaba a un par de metros de él.
—Levántate la falda…
Me levanté la falda. El pájaro miraba embelesado. Me bajé las bragas. Mi coño le entusiasmó. Lo vi en sus ojos. Empezaba a ponerme cachonda. A mí me gusta el sexo raro, estoy harta de tíos que la meten, empujan y se corren.
—Ábretelo, por favor —dijo el pájaro.
Se refería a mi coño, claro. Me lo abrí. Y me acerqué un poco más a él. De pronto, vi que se bajaba la cremallera del pantalón y que se la sacaba. Tenía una buena polla, ya empinada y temblando. Me acerqué más a él. Le puse el coño en la cara. Quería que me lo comiese. Lo que sucede es que yo puedo tener una polla dentro del coño durante media hora y, sin embargo, quedarme fría. Depende de la polla y del hombre, por supuesto. Pero que me dé gusto mientras me comen el coño, ya depende de muchas menos cosas. Se puso a comerme el coño como un loco. Mi coño no iba a aguantar mucho, con aquellas lamidas. Se lo dije al pájaro. Le dije:
—Me voy a correr, cariño…
Pero el pájaro no respondió. No podía responder. Su lengua estaba dentro de mi raja. Y sabía recorrerla como un maestro. Porque esa es otra. Hay tíos que piensan que la labor de una lengua, cuando se come un coño, debe de limitarse al clítoris. Un error. El coño de la mujer es un todo que se comunica. Tiene una vida total. Y la lengua del pájaro lamía todo mi coño, en cualquier dirección. De pronto, me apretó el clítoris con los labios y succionó. Qué cabrón. Me corrí. Estuve corriéndome un buen rato.
Cuando intenté retirarme, el pájaro no me dejó. Se puso a contemplar mi coño mojado. De cuando en cuando, lo acariciaba con un dedo, o volvía a lamer. Ni siquiera se había desanudado la corbata. Y eso me gustó. Tenía algo de pornográfico.
—Anda, fóllame —le dije—. Estoy cachonda…
—No, no… Todavía, no…
Me llevó unos metros más a la derecha. Allí había árboles. Se puso a manosearme el culo y me chupó las tetas. Después, me quitó las bragas. Las tuvo entre sus manos unos segundos, mirándolas, y oliéndolas. Luego, las guardó en uno de los bolsillos de su pantalón. Su polla seguía fuera, tiesa. Me arrodillé y me puse a chupársela. Hasta que el pájaro me separó, agarrándome del pelo. Entonces, fue cuando dijo que me subiese al árbol. Era un árbol pequeño, pero desde luego, si me caía podía romperme la crisma muy fácilmente.
Le dije que estaba loco. Además, yo no entendía muy bien qué iba a hacer subida en el árbol. Y el pájaro me lo explicó. Quería verme el coño desde abajo. La madre que lo parió. Estaba más loco de lo que yo creía, más loco que mi amiga Mary. Al fin y al cabo, que la follen a una por todos los agujeros a la vez, es más normal.
Pero el gran cabrón me convenció. Todavía no sé muy bien por qué. Quizá por la pasta que esperaba de él, o quizá porque a mí me gustaba también la idea. Me ayudó a subir. Me hice un arañazo en una rodilla. Fue una hostia. Y, en cuanto estuve arriba, el pájaro se volvió loco, mirándome el coño.
—Ábretelo, anda…
Como pude, sólo con una mano, me abrí la raja. Y el pájaro, sin dejar de mirar hacia arriba, empezó a tocarse la polla, a meneársela lentamente.
—Mira mi polla cómo se pone…
Le miré la polla. Yo estaba excitada con toda aquella locura, pero mi coño tenía más miedo que excitación. Si me caía del árbol, me descoñaba.
—Ábrete más, un poco más…
Me abrí el coño todo lo que pude. Y, al poco, el pájaro empezó a correrse. Le vi soltar un buen chorro de leche, con sus ojos fijos en mi coño, la lengua fuera, los ojos desorbitados y jadeando de gusto.
Al fin, le dije:
—Cariño, tengo que bajar de aquí…
Me ayudó. Volví a rozarme las rodillas y me acordé para mis adentros de su puta madre. Se me pasó el cabreo cuando ya estuve en el suelo. El pájaro se había guardado su polla. Me abrazó. Me acarició la cabeza, amorosamente.
—Ha sido maravilloso —dijo el pájaro.
Eso me gustó. Hay tipos cabrones que, en cuanto han soltado la leche, dejan de ser amorosos.
—¿Quieres que te la chupe? —le pregunté.
—Ah, no… Ya tengo bastante.
Volvimos al interior del chalet. Tomamos una copa. Me dio un sobre con 500 €. Estaba muy bien, incluso pensando en el peligro que había corrido haciendo de Tarzana.
Media hora más tarde, más o menos, yo estaba en el bar. Se me acercó un tío. Me daba 120. Yo le dije: «Ah, no cariño. Por menos de 150, nada». Entonces, él me dijo:
—¿Qué pasa? ¿Tienes el coño de oro?
—Acabas de acertar… —contesté yo.
Nuria – Madrid