Desnuda ante un parking

Todas las mañanas y todas las tardes tomo un tren de cercanías; y como subo siempre al mismo vagón, para quedarme frente a la salida que más me conviene, conozco de vista a muchas personas.

A menudo me encontraba frente a un señor con el que nunca había hablado. Fingiendo que estaba leyendo, no obstante, me había fijado a menudo que él no dejaba de mirarme, especialmente a las piernas. Luego, una tarde, empezó a sonreírme y a saludarme. En seguida me di cuenta de que los dos bajábamos en la misma estación.

Al salir de ésta, yo tomé un autobús y me fijé que él se metía en el parking donde tenía su coche. Y un día que había huelga de transporte, se me acercó con una sonrisa y se ofreció a llevarme en su vehículo a mi casa. Acepté.

Bajamos juntos al primer sótano, donde tenía aparcado su «Opel». Subimos juntos y lo puso en marcha; pero, en seguida, me di cuenta de que, en vez de ir hacia la salida bajaba al sótano. Este se hallaba vacío, no había ningún coche. Tampoco demasiada luz; y me empezó a entrar pánico. En definitiva a aquel hombre no le conocía de nada. Y él me dijo:

—Por favor, no tenga miedo. Jamás podría hacerle el menor daño. No corre el menor peligro conmigo… ¿Cómo podría violarla? Yo soy lo que se llama un voyeur, y me gustaría ver sus piernas. Le prometo que no la tocaré.

Más tranquila le contesté:

—Si realmente sólo quiere mirarme le daré gusto.

Me levanté la falda unos veinte centímetros por encima de las rodillas; y el extraño me miró intensamente y, luego, nos marchamos.

Los días siguientes intercambiamos algunas palabras durante el viaje, hasta que él me dijo:

—Si lo desea puedo acompañarla todos los días en mi coche, porque me pilla de camino a su casa y no me molesta nada.

Consentí y, de nuevo, bajamos al sótano del parking. Ese día me preguntó si llevaba pantys o medias. Le confesé que usaba la segunda prenda.

—Me gustaría tanto ver sus muslos con ligas.

Me levanté la falda más arriba que la otra vez, para mostrárselos y él se sintió realmente feliz. A la mañana siguiente me contó que se había masturbado por la noche pensando en mí; y yo me quedé asombrada de que un hombre pudiese obtener tanto placer sólo con mirar; pero en él era así.

En otra ocasión me pidió:

—Por favor, baje del coche que voy a encender los faros para verla bien. Disfrutaré dentro mientras la contemplo.

Acepté porque la verdad es que yo también sentía mucho placer. Me agradaba excitarle de aquella manera. Más tarde, él me pidió que me levantase las faldas para observarme las nalgas. Yo le complací. Permanecí así hasta que me hizo señas desde el coche para indicarme que ya había acabado.

Pero otro día que me encontraba de la misma forma escuché un ruido. Enseguida nos dimos cuenta de que había un hombre detrás de una columna. Comprendimos que era otro voyeur, que disfrutaba con nuestro juego.

En la siguiente ocasión el hombre volvió a estar allí; y se aproximó hasta quedar a unos diez metros de mí. Le vi masturbándose sin parar. Todavía me produjo un mayor placer el hecho de exhibirme delante de dos hombres.

Pero, el otro día, se acercó más y empezó a acariciarme. Yo le dejé hacer y, acto seguido, me pidió que le chupase. Por último, me ordenó:

—¡Échate sobre el coche!

Y doblada sobre el capó, sentí su polla rígida, que me penetraba por detrás. Disfruté de un enorme placer, aumentado por la idea de que mi otro amigo nos estaba mirando. A partir de entonces continuamos reuniéndonos allí, en el parking, casi todas las tardes.

Carolina – Santander