Lo tuve que aceptar, porque en caso de rechazarlo no me hubiese podido casar con Sagrario: Adelita nos acompañaría hasta en la noche de bodas. Era la criada, de la que ella nunca se separaba.
Después de la ceremonia de la boda, para que la rubia del cabello largo y liso entrara en la suite del hotel, tuvimos que emplear el recurso de las llaves olvidadas; luego, ella no salió de ahí.
Por cierto que la recién casada, mi esposa, se había quedado con la ropa interior y el velo, sólo para que la viera su amante: una bisexual que poseía unas manos y una boca capaces de resucitar a la hembra más muerta. En seguida se besaron.
—¡Por los tres! —brindó Sagrario, alzando su copa de cava— ¡Jamás nos separaremos!
Acto seguido se dejó la botella sobre la braguita acanalada. Hacía un rato que permanecía sentada en la cama.
Botella que Adelita retiró con una exquisita delicadeza; luego, procuró realizar una operación parecida con la braguita. Momento en el que se relamió.
—¡Qué aroma, cielo mío! —exclamó sin poder contenerse— Perdone, señorito; pero es que la señorita tiene un templo en sus ingles… ¿Me permite usted que lo adore?
—¡Adelante, es tuyo, jovencita! ¿Quién soy yo para oponerme a vuestros deseos?
En mis palabras hubo un pelín de insatisfacción, como un amago de celos; sin embargo, ellas no me lo tomaron en cuenta. Prefirieron que los sucesos resolvieran las cosas por sí mismos. En especial cuando la doncella se agachó a besar «devotamente» el chumino de Sagrario.
Posó sus labios en la raja sangrante, aromática y ligeramente humedecida. Beso vaginal que cambió, al poco rato, por unos lametones de gata sabia.
No obstante, intencionadamente, se cuidó de oscilar su trasero. Echada encima del lujoso lecho nupcial, regalando a su amante con un cunnilingus, dejó allí la tentación. A por la cual yo me fui, caliente y enloquecido.
Los celos habían fermentado en mí un anhelo de joder a la rival. Por eso le dediqué unas terribles emboladas cogiéndola por las cachas. Así permanecí varios minutos. Ni siquiera me había quitado el chaleco de mi traje de bodas y la camisa almidonada con pechera dura.
—Ven aquí, «consentidor» mío —me invitó Sagrario, mi esposa— Adelita puede esperar una mejor ocasión. ¡Quiero sentirte bien dentro de mí… llenándome!
Mis labios dibujaron una sonrisa mientras terminaba de desnudarme: después, cogí a la mujer que más deseaba y se la hinqué estando ella sentada en la cama.
Tuve lo que necesitaba hasta que solté el primer orgasmo de aquella noche. Más tarde, cuando estaba recuperándome, mi esposa me pidió esto:
—Por favor, vístete con las mejores galas porque vamos a dedicarnos a Adelita. Ella ha sabido sacrificarse por ti. Creo que se merece nuestra «respetuosa» dedicación.
Yo acepté el papel y me puse las ropas; a la vez, contemplaba cómo la rubia doncella se colocaba de pie en el centro del lecho. Momento en el que me quedé asombrado… ¡Jamás me había fijado en que aquella criatura poseía una esplendorosa mata vaginal!
Esta revelación me sirvió para contar con nuevos estímulos, sobre todo al arrodillarme en el cubre almohadas para ponerme a lengüetear el coño de Adelita. Allí mismo encontré la boca de mi esposa, compitiendo a ver quién de los dos se atrevía a perforar durante más tiempo la abertura carnosa y encharcada que teníamos tan cerca.
Ya no paramos hasta que la bisexual coronó un clímax. Momento en el que se escuchó:
—¡Fóllame, maridito mío, que te lo has ganado! ¡Vamos, no te retrases; ¡Vamos!
En seguida me desprendí de los pantalones y de los cortos calzoncillos, para arremeter «contra» la mujer que me enamoraba hasta el extremo de hacer aquella concesión única. Entré en ella como un bólido de fórmula 1; pero debí frenarme.
—Calma, señorito —me aconsejó Adelita— Ya se acostumbrará a «vivir a tres». No lo pague con la señorita… Fíjese, yo le ayudo levantando las piernas de la señorita… ¿A que ahora el señorito lo hace mejor? Puedo besarle a usted, si me lo permite…
Posó sus labios en mi nuca sin haber escuchado mi autorización.
—¡Mmmmhhhh… Qué feliz me estáis haciendo… los dos…! —musitó Sagrario, con los ojos cerrados y derritiéndose sobre la arrugada colcha— ¡Abrazadme!
Los tres nos fundimos en un revoltijo de cuerpos, brazos y piernas que buscaban un contacto más intenso. Así nos deslizamos lujuriosamente hasta nuevos orgasmos. Allí hacía mucho calor, lo que llevó a que yo me volviese a desnudar.
Nuevamente nos dedicamos a mi esposa, ya que era el eje central de aquella relación «a tres», la hembra que Adelita y yo amábamos. La entregamos lo mejor que había en nosotros, jugando a ponerle y a quitarle la braguita que acabó siendo casi imposible despegarla del coño. Habíamos obtenido tantos orgasmos, que nos hallábamos pringosos. Pero tardamos en ir al cuarto de baño…
Ahora vivo con las dos en una casa grande. Adelita desempeña la tarea de criada porque así nos lo ha pedido. Yo gano lo suficiente; y Sagrario ha aportado una considerable fortuna personal.
Singularmente, la rubia del cabello largo y liso no deja de llamarnos «señorita» y «señorito» porque dice que le da mayor morbo a nuestra relación «a tres». Creo que terminé por aceptar mi papel cuando empecé a leer los relatos de «polvazotelefonico», que Adelita ha estado leyendo desde hace años. Ahora sé que somos muchos los hombres que disfrutamos de la compañía de dos mujeres, aunque en ocasiones pasemos a ser el «tercero». Es lo que impone estar «casado» con dos bisexuales.
Elias – Valencia