Ella la llamaba «nabo»

Merche me la estaba poniendo dura desde que la conocí. Era una chavala que se sabía guapa y deseable. Nada más verla, aunque sólo entrase en su despacho para sacar una fotocopia, me sonreía lujuriosamente y se abría de piernas con el mayor de los descaros.

¡Cuando únicamente ella y yo sabíamos que no llevaba bragas ni siquiera durante las horas de trabajo! ¡Cómo me ponía la condenada, a mil por hora!

Pude descubrir esa «costumbre» suya por casualidad al tenerme que agachar para recoger un papel del suelo. Ella se hallaba hablando por teléfono con una amiga, riendo, y no se dio cuenta. Sin embargo, yo me quedé admirando el panorama hasta que fui descubierto.

—Si le cuentas a alguien lo que acabas de descubrir…, ¡Tendré que «decirles a todos» que has estado liado con la antigua jefa! —me amenazó enseñándome los dientes—. Estoy refiriéndome a doña Rosario, que ahora es la presidenta de la sede central en Barcelona. Secreto por secreto, ¿eh, golferas?

Juré que me la follaría.

Tuve que esperar más de dos meses. Pero una jornada que ambos nos tuvimos que quedar en la empresa durante el tiempo de la comida… ¡solos! ¡Fue la ocasión que aguardaba; y no vacilé a la hora de lanzarme de cabeza a por la caza!

Sin embargo, me fui a encontrar con que Merche había adivinado mis intenciones y me estaba aguardando… ¡Aguardando tumbada sobre la mesa escritorio, con la cabeza materialmente pegada al ordenador y la falda subida hasta el cuello…

No llevaba bragas, como era su costumbre; pero puede contemplar su coño bien expuesto, cubierto de un musgo de oro y con unas abultadas carnosidades dando forma a los grandes labios y a todo el interior de una raja que palpitaba. Me quedé paralizado por la hermosura del espectáculo: ¡cazador enmudecido y sin capacidad de movimientos ante la magnitud de la presa!

«¡Dios, qué gruta más fascinante he ido a encontrar….!», me dije, con los ojos desorbitados y la polla encabritada.

No sé por qué pensé en una trampa; pero deseché la idea de inmediato.

—¿Por qué te has quedado parado, golferas? —me preguntó, ella, con una sonrisa maliciosa—. ¿Es que no te gusta lo que has ido a encontrar?

¿Puedes contarme lo que esperabas? ¿Acaso un chocho «maduro» como el de doña Rosario?

Permanecí aún callado durante unos instantes; pero mantuve la polla dentro de aquel coño. Accedí a él casi involuntariamente, como si los genitales de Merche y los míos se hubieran entendido sin el control racional de mi cerebro. Puro instinto…

Cuando quise darme cuenta ya estaba siendo «calzado» como si tuviera un guante de gamuza alrededor de mi glande y de casi todo el tallo viril. Lentamente, di comienzo a las emboladas.

—Pensé en una especie de violación —dije para justificarme—. Creí que tu raja estaría seca y que no me acompañarías en las penetraciones… ¡Vaya, aquí dentro no hay duda de que se podía recoger caldos hasta preparar una sopa!

Con la broma quise afianzar la idea de que era mío el mando.

—¿Por tan gilipollas me tienes, Carlitos? ¡Si yo lo he deseado tanto o más que tú? Eres un tipo macizo, a pesar de que te pongas esa gorra de piloto… ¡Ja, ja, ja! ¡Si a veces te han confundido con un ordenanza… Ja, ja, ja!

Las carcajadas fueron rejones de castigo, que la calentona me aplicó en los mismísimos cojones. En éstos los sentí; mientras, ella se giraba sobre la mesa, para terminar echada porque nos encontrábamos más a gusto así… ¡De repente, sus valvas genitales se cerraron con fuerza!

—¡Dámela por los dos agujeros… si es que tienes aguante para ello! me pidió, sin dejar de utilizar ese retintín perverso con lo que buscaba provocarme—. ¡Andando!

Le serví lo que me pedía, pasando del chumino al ano con la verga bien erecta, hasta que llegaron… ¡Unos calores que me forzaron a olvidar cualquier tipo de venganza! Merche ya me tenía en el bote. Pero quise aparentar que aún podía controlar la situación, por eso dije:

—Eres guapa, estás de un «buenorro» que derrites al más duro y no has cumplido los 25 años. ¡Una pieza de lo más apetecible para cualquier tipo…! —susurré, a la vez que le atizaba en medio del culo—. Me propongo desfondarte!

—Yo también tengo mis planes… ¡Pero ahora sólo soy tuya, Carlos! ¡Te lo juro! ¿Cómo quieres que te lo demuestre? ¡Ohhh… Qué barbaridad!

Le venía el orgasmo. Es posible que su juramento naciera de esta fuerza, que la hizo mía durante aquellos minutos. Alargó el cuerpo sobre la mesa escritorio y abrió por completo sus paredes vaginales… ¡Para servirme caldos en gotitas!

—Ladrón…, que eres un ladrón! —musitó con el vientre agitado, las piernas temblorosas y los ojos cerrados—. ¿Por qué habías esperado tanto a servirme tu nabo…?

—Te he deseado hasta la locura, especialmente cuando descubrí que no usabas bragas…

—Algo que me ha permitido saber que eres un tío de verdad: ¡te lo guardabas para ti! ¡Encima tienes un nabo tan impresionante!

—¡Pero, Merche, no hables así! ¿Nabo? —bromeé, cada vez más cerca de la corrida— Es una definición bastante vulgar para una secretaria de dirección, licenciada en informática, con dos idiomas hablados y escritos y con la carrera de sociología…

—¡A la mierda todo lo que has dicho, Carlos! —exclamó Merche, sin cerrar las piernas pero apretando las valvas de su chocho enérgicamente—. Lo tuyo es un nabo por su forma, su dureza y, la madre que me parió, porque a mi me da la gana!

De pronto, me entró un golpe de risa, que fue el detonante de la eyaculación. Sin embargo, saqué la verga, o el nabo, y le eché todo el semen en las ingles, en el vientre y en las piernas. Luego…

—¡Has podido depositarlo dentro porque tomo la píldora! Ya lo sabes para la próxima vez…

Carlos – La Coruña