En las ingles está mi herramienta

Yo comencé a ejercer la prostitución desde muy joven. Cuando salí del pueblo rumbo a la ciudad más cercana, no tenía ni idea del destino que me esperaba. Resultó natural que me colocara en el servicio doméstico, ya que era la única oportunidad de conseguir algún dinero.

Desde entonces, hasta que me decidí a coger las maletas para tomar el primer tren que me llevase a Madrid, pasaron varios meses. En este tiempo sufrí toda clase de vejaciones por parte de mi novio.

La necesidad de huir de él fue más fuerte que el miedo a una ciudad tan grande, superior a lo que el cine y la televisión me habían permitido suponer. Al llegar aquí, respiré libertad; pero pronto tuve que colocarme de camarera. Me ganaba la vida con los clientes.

De ahí a la prostitución sólo había un paso. No era yo lo suficientemente fuerte como para evitarlo.

Resultó normal que me buscase un protector, un chulo o un macarra, como queráis llamarlo.

Yo lo tuve y pasé otra mala temporada. Era peor joder con él que con cualquiera de mis clientes. Estos no representaban un verdadero problema, ya que se dejaban manejar. Sin embargo, mi chulo procuraba sacarme hasta el último céntimo y siempre estaba pensando que le engañaba al darle el dinero.

A pesar de todo lo anterior, no podía escapar de su presencia. Debí seguir pagándole como si realmente me proporcionara algún placer. En realidad se trataba de un eyaculador precoz, que superaba sus complejos con el hábil manejo de las manos y de la navaja. No sabía follar.

Por aquel tiempo comencé a mantener contactos distintos a los que siempre había conocido. Una vez que me dirigía al bar donde trabajaba, una señora de mediana edad me asaltó sin más preámbulos, para preguntarme cuánto cobraba yo por sesión. Me lo tomé a broma, y le contesté que mis tarifas eran muy variables. Como insistió, le indiqué que eran 80 €. Sorprendentemente, ella dobló la cantidad.

Se justificó diciendo que le gustaba mucho mi tipo, por lo que me llevaría gustosa a su apartamento. Así lo hicimos, lo que me permitió descubrir todo un nuevo universo sexual.

Yo, la profesional de la jodienda, me encontré absolutamente insegura y sin saber exactamente qué hacer con aquella mujer. Ella me calmó al ofrecerme una taza de té. Mientras la tomaba, empezó a acariciarme el cabello. Acercó sus labios a los míos besándome suavemente.

Su mano bajó entre la cremallera de mi espalda, que abrió. Todo lo acompañó con una voz susurrante, pronunciada muy cerca de mi oído. Pronto su lengua jugó con mi lóbulo derecho. Esto me excitó casi sin darme cuenta, igual que una fogata incendiada con una lupa…

La lesbiana ya había descubierto mis tetas, y con sus dientes recogió mis pezones que se encontraban absolutamente erectos. Sus manos se introdujeron entre mis bragas. Con una singular pericia entreabrió mis labios mayores, masturbándome y, a la vez, abriéndose camino en la boca de mi chumino.

Nos encontrábamos tumbadas, frente a frente y semidesnudas. Pronto todo se hizo besos y exclamaciones entrecortadas; mientras, nuestras manos realizaban un trabajo para mí insólito. Yo seguía cada una de las órdenes que ella me iba dando. Incluso cuando sus dedos juguetearon en mi pelvis, bajando luego hasta el ano. Me descubrió una sensibilidad que antes no había percibido junto a los hombres, a pesar de que algunos me llegaron a penetrar por el culo.

Al día siguiente, me encontré con la misma mujer y me propuso que ambas jugásemos con un vibrador. Lo hicimos así durante toda la tarde, lo que me permitió alcanzar los orgasmos más increíbles. No sólo le gustaba a ella disfrutar sino ver gozar a otra hembra.

—Desde el primer día que te vi en el bar —me dijo, muy sincera—, comprendí que necesitabas mi ayuda.

Ya me tenía convencida. Le conté mi vida, sin omitir ni uno solo de los momentos más amargos. Después, acepté quedarme a vivir con ella, aunque dejé claro que me negaba a ser mantenida. Seguiría trabajando.

La nueva amante lo aceptó; pero me dio una serie de direcciones. De esta forma entré en otro tipo de prostitución, mucho más refinada y orientada fundamentalmente a las mujeres.

Antes de nada abandoné definitivamente al chulo, aunque no le dije nada de donde iba, pues la paliza hubiera sido mortal de necesidad.

Una semana después, al abrir la puerta, me le encontré en el descansillo de la escalera. Me apartó de un manotazo y entró tirándome toda la ropa a la cara.

—¡Ahora mismo vas a salir de aquí! —me ordenó el chulo.

Yo iba a obedecer cuando escuché la severa voz de mi amante exigiéndole que se marchara. Tranquila, inmutable a la sarta de insultos que él le dirigió.

Cuando el cabronazo alzó la mano para pegarla, ella ya le había descargado un rodillazo en los cojones que le dejó medio muerto. En seguida se enzarzaron en una pelea, que tuvo todo el color favorable a la lesbiana porque sabía kárate y tenía, además, mucha mala leche cuando pretendían quitarle algo que consideraba suyo.

El chulo terminó alejándose por la escalera. Iba para ingresar en la UVI; pero aún decía que volvería a vengarse. No lo he vuelto a encontrar ante mí en todos estos años últimos.

Recogí mis cosas del suelo. Y mientras mi amante se curaba, yo hice la comida orgullosa de contar con una protectora tan fuerte. Desde entonces vivimos juntas. Yo me sigo dedicando a la prostitución; pero poco, ya que dos o tres encuentros semanales me dan para vivir muy bien. Además, ella aporta sus ingresos profesionales, ya que es creativa en una agencia de publicidad. Tiene un carácter muy dominante; sin embargo, resulta muy dulce cuando se mete conmigo en la cama.

Ella me ha enseñado a disfrutar de mi cuerpo y hacer disfrutar con el mío, porque dispongo en mis ingles de una herramienta que resulta muy rentable. Una ventaja que me sirve profesionalmente y, a la vez, me ha abierto una nueva perspectiva de vida.

Estrella – Madrid