Cómo desfogar a un cuñado

A mi hermana le dio por doctorarse en Económicas y a mí, con mi titulito de Derecho, se me metió en la cabeza que había llegado la hora de ligar a manta.

El mundo está lleno de abogados jóvenes que tienen ganas de juerga. «Mucha discreción». Es la única norma que te piden cuando te los «ligas». Con el tercero que me acosté, uno de esos tíos que se dan coca hasta en la punta del carajo, me aseguró un trabajo fijo en el bufete de su padre. Aquí me convertí en la decente, aunque seguí follándome a todo quisque.

Pero tengo una debilidad: Isabel, mi hermana. La muy tonta se fue a casar nada más conseguir el doctorado. Como es guapa, encontró a Javier, un empresario del calzado de los que han empezado desde abajo: con más artes que una cofradía de pescadores y con un carajo…

—Tienes que ayudarme, Olga —me pidió mi hermanita luego de regresar de la luna de miel—. Mi marido es un salvaje en las cosas del sexo. Tú has visto a esos garañones que no se dejan domar en las películas del Oeste… ¡Por favor, desfógale para mí y te regalaré lo que me pidas! Has hecho cosas así por tu hermanita…

—Con chicos que se querían sobrepasar contigo; ¡pero Javier es tu esposo! ¡Menudo «embolao»!

De esta manera me vi metida en un «fregao» del que ni yo, ni nadie, sabía cómo iba a salir.

Cuando llegué a casa del follador, pude comprobar que me estaba esperando. No nos dijimos ni una sola palabra. Le abrí la bragueta, le saqué la picha y le propiné un empujón para que se desplomara en el sofá. Se la mamé.

Me la ofreció dura, impresionante en su tamaño y en su grosor y tan encurvada que me golpeó en el paladar. Cambié de postura para dominar la situación.

—Así que tú eres una campeona de la jodienda —se burló él, incorporándose desde la cintura a la cabeza—. Rubia, hermosa… ¡y una putona! ¡Extraordinario!

Por fortuna sonó el teléfono y di un salto para cogerlo. Era Isabel para saber si yo estaba en su casa. Momento que Javier aprovechó para comerme el chumino.

—La «domadora» ya ha empezado a trabajarme —dijo él, acercando su boca al auricular—. Gracias por la idea, porque así podré disfrutar de las dos hermanas.

Colgué de un manotazo, al saber que era lo más adecuado. Me puse de pie y me quedé contemplando a aquel macho bigotudo. Sonreí y me abrí de piernas. Mis labios vaginales empezaban a gotear. La situación me excitaba muchísimo.

De repente Javier me cogió de las tetas, por la espalda, y tiró de mí hacia su cuerpo, con tanta fuerza que me hincó la picha a la primera: desde atrás realizando unas tremebundas emboladas. Jadeé y me acaricié.

Los pezones me dolían de tanto como se habían endurecido. Esto me llevó a pensar que estaba jugando con fuego y podía correr el riesgo de abrasarme. No obstante, le dejé que me aplastara contra la colcha. Hasta allí habíamos ido.

Javier me condujo enganchada a su picha, en unos desplazamientos que le permitieron servirme el capullo hasta los ovarios. Echada boca abajo apreté con ganas las paredes de mi chumino. Se la atrapé durante unos minutos; después, intentó salirse y no pudo. Dio un tirón.

—La técnica del cepo, Olguita… ¿Qué conseguirías ordeñándomela ahora mismo?

—Tú necesitas una buena lección. Aprenderías que aquí no eres el más fuerte.

—Guapa, que en esto de la follada no se le pone a un tío la polla tiesa por simple competición: tú me gustas, como yo a ti; y cada una de las cosas que nos estamos haciendo nos pone muy calientes. Y diría más: ¡estás sobreexcitada, cuñadita!

Tenía muchísima razón; pero me negué a reconocerlo. Súbitamente, me vi con el chumino repleto de una cremosidad espesa, abundante y pringosa.. ¡Qué quemazón!

Quedé forzada a colocarme boca arriba, sujetándome las tetas y echando la cabeza hacia atrás. Sin poder evitarlo solté varios gemidos… ¡Su picha seguía empalmada!

Encima me había cogido por los tobillos para mantener mis piernas completamente abiertas, al máximo. Repitió las penetraciones más pausadamente, acaso porque estaba acusando el lógico debilitamiento de la reciente corrida…

Aquella realidad tan asombrosa, porque jamás me había tropezado con un macho que fuese capaz de mantener la erección después del orgasmo, que me volví majareta de excitación.

Hasta tales extremos que me vino un clímax de alucine, de esos que llenan mi cerebro de lucecitas rojas, encienden una traca de feria por todo mi cuerpo y me dejan deshechita… ¡Pero muy feliz y segura! ¡Especialmente segura!

Dentro de la flojera que apareció más tarde, en mí bastante corta, me quedaron fases de claridad mental para darme la vuelta y alzar el pandero. Su picha acompañó mis reacciones.

En seguida las arremetidas se hicieron en un sentido vertical, tal vez un poco menos hondas. Intenté cerrar las valvas bajas, es decir, las que corresponden a la entrada del chumino. Seguidamente, me giré por completo, arrastrándole.

Además, continué con las piernas completamente abiertas. Así llevé mis dos manos a las ingles, me abrí los grandes labios y rocé con las uñas, intencionadamente, la zona media de la picha.

Entonces sí que me fue posible utilizar todas mis armas: logré que él se echara sobre la cama, mirando hacia el techo, sin perder el contacto entre nuestro genitales. De espaldas a él y sentada en su picha di comienzo a unas flexiones muy lentas y precisas.

Subiendo y bajando en plan deslizante, dado que continué apretando con fuerza desde dentro. En ciertos momentos tiré del glande hacia delante y llegué a dejar, poco después, mi trasero sobre su vientre. También le toqué los cojones.

Lo mejor llegó cuando me alcé tanto que a punto estuvo su picha de perder contacto. Sin embargo, Javier me volvió a agarrar por las tetas.

Pude comprobar que sus dedos eran garfios de asalto, enganchados a las murallas de mis tetas con el deseo de utilizar mis pezones. Procuré irme dejando caer hacia atrás. Mi cuerpo tomó contacto con el suyo, hasta quedar acostada.

Su picha debió efectuar un sobreesfuerzo para continuar hundida al mismo nivel. Lentamente, me fui desplazando hacia un lado, para dejar que mi larga cabellera le cubriese el rostro. Le escuché respirar muy fuerte, perdiendo energías.

Repentinamente, reventó en un segundo orgasmo: riendo y maldiciendo porque no se lo esperaba. En aquella ocasión creí que me trituraba del abrazo que me propinó.

—¡Eres muy buena, Olga; pero que muy buena…! —Susurró con la boca pegada a mi oreja izquierda.

Encima me di cuenta de que su picha se estaba aflojando, no demasiado como suele ocurrirIes a la mayoría de los hombres. Pero lo suficiente para que yo supiera de quien había sido la victoria. Lentamente deshice la follada.

Cogí el capullo entre mis dedos y me quedé contemplando la última gotita de esperma. Dejé que brotase del todo, y luego, la recogí con la punta de la lengua.

—¿Serás más civilizado con mi hermanita, cuñado? —le pregunté, burlona y maliciosa.

—Claro que sí… Reconozco que es un lujo estar casado con una «estrecha»; y si además cuento contigo, Olga.

¿Podía considerar desfogado a un tío que hablaba con esa seguridad? Compuse una fría mueca, le di un empujón en el pecho y conseguí que cayese al suelo. De mala manera.

Al momento le puse un pie en los cataplines, sin pisarlos, y con una mano me abrí el chumino. Lo tenía moqueando de zumos; pero estaba rojo y vivo. Lentamente, empecé a descender sobre su cara, luego de retirar el pie que amenazaba su virilidad, y le dije:

—Todavía noto picores aquí dentro, mientras que tú ya has izado bandera de tregua. ¿Es qué me vas a dejar con ganas, cuñadito?

—Oye, ¿cómo has cambiado, Olga? Si parecías tan agotada como yo…

Le forcé a callar plantándole todo el chumino en los labios, para dejar caer el peso de mi cuerpo sobre el «tapón bucal». Después, empecé a restregarle la vulva y el matorral que cubre mis ingles; al mismo tiempo, con las dos manos, tiré de sus tetillas y, dando un brinco, cogí su picha con mis tetas y se la aprisioné.

Por espacio de unos minutos me entregué a frotarla dentro de aquel cepo carnoso. Lo mío no fue la clásica «paja española», sino un machaque que le dejó amoratada la herramienta, al fin de nuevo empalmada y con el glande de un tono cárdeno negruzco. Le escuché gritar con rabia:

—¡Zorra, me vas a ordeñar lo que ya no me queda… Ay¡ ¡Esto huele a venganza! ¿Es que intentas exprimirme los huevo?

—Hay algo de eso, cuñadito.

Se le encendieron las pupilas y sus manos volvieron a ser garfios de asalto; pero por poco tiempo. Lo suficiente para levantarme en vilo y clavarme la picha en el chumino. Le esperaba.

Apreté el túnel como si dispusiera de unas paredes movidas por una fuerza hidráulica, y me empeñé en seguírsela machacando. A los pocos minutos me depositó unas gotas de esperma, ¡las últimas!

Le costó sudar como un condenado, toser y ponerse «cianótico»; más tarde, el pobrecito quedó en el suelo, sin fuerzas. Me dio lástima y le besé en los labios para, con unos movimientos sincronizados, atraparle la picha. Tiré de ella, la puse en las palmas de mis manos y le pregunté:

—¿Te rindes, Javier?

Me estaba aguantando el deseo de reír. Tuve que esperar un largo rato, hasta que le escuché decir:

—Es tuya la victoria… Pero, ¿me dejarás volver a follar contigo?

—Dependerá de cómo te portes con Isabel, mi hermana. ¿Entendido?

Hoy día el tío se porta como un «manso», lo que significa que yo le permito algún polvo extra. Las dos hermanas hemos podido normalizar nuestras vidas.

Olga – La Coruña