¡Hola! Soy un asiduo lector de vuestra página. Me gusta leer los relatos de polvazo. Me he decidido a contarles mi caso. Me gustaría que lo publicasen.
Bueno, todo pasó un día de verano que decidí ir a casa de mi hermana. Está casada y tiene una hija, mi sobrina, que ha cumplido los 18 años. Pero que está cantidad de buena. Posee unas tetas enormes, que siempre las exhibe en punta, un culo precioso y unas cachas alucinantes.
Os diré que yo tengo 19 años. Mis padres me trajeron al mundo de muy viejos. Fue un descuido. Mi hermana me dobla la edad. Y tuvo a su hija cuando yo contaba con poca edad.
Al llegar a su casa me recibieron muy bien, sobre todo mi sobrina, pues la dejaron salir casi todos los días conmigo. La primera noche me dijeron que me pusiera fresco para cenar. En la mesa estuvimos hablando de todo; mientras, me di cuenta de que la chiquilla no hacía nada más que mirarme. Debo reconocerme que soy bastante atractivo.
Nada más dejar la mesa, salimos a la terraza. Me senté en una silla a tomar el fresco y fumar un cigarrillo. Entonces mi sobrina cogió otra silla, y se colocó a mi lado.
—¿Te gustaría ir mañana a la piscina conmigo, tío?— me preguntó.
—Por mí encantado.
Al meterse sus padres en la casa, me cogió el cigarrillo. Y cuidando de que no le sorprendieran los «viejos», le dio dos caladas. Se lo quité de la boca, muy furioso, y le dije:
—¡No me gusta que fumes! Todavía eres una adolescente.
Su respuesta fue la siguiente: se incorporó, se pasó las manos por la cintura y me dijo, muy descarada:
—¡No sé por qué me sueltas ese rollo, porque yo a los hombres les voy un montón! ¡Si supieras todos los que andan detrás de mí!
Sus palabras estaban muy lejos de ser una exageración, ya que su físico resultaba hermosísimo.
Por la mañana entró en mi habitación y me despertó para que fuésemos a la piscina. Me dijo que me pusiera el bañador, que el suyo ya lo tenía en la bolsa playera.
Estando en la piscina, ella se quitó la parte superior del bikini y se tumbó a tomar el sol. ¡Vaya par de tetas: firmes y con los pezones en punta! Además, los pezones eran sonrosados y grandes. Yo me tuve que dar la vuelta, porque la polla se me había puesto tan dura como un palo… ¡Y el capullo empezaba a salir por el bajo del slip de baño!
(No me puedo quejar, ya que dispongo de una verga de 18 centímetros de largo por 4,5 centímetros de ancho).
Hice todo lo posible por bajar la erección; luego, dije a mi sobrina que nos fuéramos a echar un baño. Nos metimos en el agua, que nos cubría poco más arriba de la cintura. Me admiré al ver como sus tetas rebotaban, por lo que la picha se me puso dura de nuevo. Mi pensamiento fue sobarlas de la forma como fuese.
Empecé a jugar. La cogí por la cintura y la tiré al agua, con el único propósito de sobárselas. Ella chocó contra mi bulto y se dio cuenta de cómo yo me encontraba. Esto la alegró mucho. Disimuladamente me lo rozó con el culo, los brazos e incluso con las manos.
Yo estaba a punto de estallar, y me fui nadando hasta lo más hondo de la piscina. Salimos al borde de las duchas. Allí estuvimos un rato; después nos marchamos a casa. No había nadie. Le dije que me iba al cuarto de baño. Me hallaba debajo de la ducha, cuando escuché el ruido de la puerta. Me di la vuelta y vi a mi sobrina… ¡En pelotas vivas!
—Déjame un sitio, que vamos a compartir el chorro de agua, tío.
Me dejó extasiado. Porque su pubis se hallaba repleto de pelos y tenía un culo tentador. No pude evitar que se me pusiera dura la polla. Ella se rio ruidosamente, y me dijo:
—Me parece que tú nunca has visto a una mujer desnuda, ¿verdad?
No supe qué responderla. La chiquilla se agachó, me cogió la picha y exclamó:
—¡Vaya polla más grande que luces ahí!
Se la metió en la boca, y empezó a mamármela. ¡Cómo me la devoraba la cabrona! Me la chupó totalmente, pasando a los cojones. Hasta que no pude y me corrí en su boca. Ella se tragó toda mi leche.
—¡Oh, qué rica está!— dijo, eructando.
La cogí las tetas y me dediqué a succionarle los pezones. Mientras le pasaba la mano por el coño. Mi sobrina comenzó a moverse y a gemir. Pronto le llegó un orgasmo. Sentí que tenía la gruta mojada y me entraron ganas de comérsela.
La apoyé en la bañera, le abrí bien los muslos y separé los labios vaginales. Me entregué a comerla el coño, lo mejor que pude. Ella gimió y se retorció de gusto.
—¡Oh, tío, qué gusto me das! ¡Sigue, sigue!
Se corrió dos veces seguidas. Yo no podía más. La metí la polla en el chumino. Mi sobrina sintió el trozo de carne que la abría la galería vaginal, salvajemente. Soltó un pequeño grito, y se abrazó a mí. Empecé a bombearla. No paré hasta que advertimos la llegada del orgasmo. Nos corrimos los dos al mismo tiempo.
Un manantial de leche le inundó el chumino; después, nos lavamos y nos fuimos a la cama, donde hicimos de todo; cunnilingus, felación, sesenta y nueve y follar en las postura más inverosímiles. Hasta que terminamos secos, sin una sola gota de leche en mis cojones.
Al cabo de un rato, mirando su culo esplendoroso, se me puso dura. Y le dije que le iba a encular. Ella aceptó. Cogí un bote de crema, me unté la polla y rellené su ano. Se la metí cuidadosamente, sin parar hasta que eyaculé.
Carlos – Sevilla