Soy de propiedad publica

Caí en la trampa por ser un poco cotilla. Mercedes me preguntó si conocía a Paloma Sanchís y le dije que sí.

—Debes saber que mantiene relaciones con un comerciante de Burgos, que tiene negocios por aquí, en Avila. Y le recibe en casa tres veces a la semana. Mañana, si quieres, podrás ver lo que sucede entre ellos dos en un lugar secreto.

A las cinco de la tarde del día siguiente, Mercedes me condujo a una oscura habitación, en la que se guardaban muebles viejos y algunas cajas de licores. La única luz existente allí provenía de una pequeña ranura de la pared. Y por ésta aplicamos nuestros ojos, para ver con gran claridad las escenas que ocurrían al otro lado.

Contemplé a un joven señor de pie y dándome la espalda. A su lado estaba Paloma. Se sentaron sobre un gran cajón, que parecía contener vino y dulces de la región. Después de un beso o dos y, como si obedecieran a una muda seña, él empezó a quitarse la camisa, y ella se desnudó del todo. Cuando se quedó totalmente en cueros, su amante le metió la lengua en la boca apretándola fuertemente.

Aquella chica no tendría más de veinte años —la misma edad que nosotras—, su cara era proporcionada, de rasgos dulces, y su tipo tan exquisito que no pude por menos que envidiarla. Sus tetas me parecieron tersas, ya que se sujetaban firmemente sin necesidad de sujetador; y sus pezones apuntaban a sitios diferentes como prueba de su agradable separación. Más abajo, en su cuerpo, destacaba el vello púbico, deliciosamente contorneado y cuya terminación resultaba difícilmente visible. Todo ello le daba una apariencia de belleza fascinante y universal. En efecto, era una chavala hermosa que podía enorgullecerse al exhibir su desnudez.

Por lo que respecta al joven comerciante, debía contar aproximadamente veintidós años, y era alto, bien parecido y moreno —no con un color exageradamente oscuro, sino con un tono aceitunado claro—. Su complexión no dejaba nada que desear.

En aquel instante estaba realizando un rápido movimiento, que le sacudió desde la cabeza hasta los pies. Y en un momento determinado me asustó, aunque me tranquilicé de inmediato al darme cuenta de la ternura con que trataba el objeto de su furia. Había empujado suavemente a Paloma contra el cajón y, desde la posición que yo ocupaba, pude ver perfectamente el contorno de su polla. De igual manera, admiré con claridad el rosado botón que ella mostraba entre los labios del coño, parecido a una delicada miniatura. Dos conjuntos que me llenaron la boca de agua y me pusieron el chichi a contrapelo y lleno de picores.

Mercedes me dio un pequeño codazo y comentó en voz baja si había imaginado alguna vez que yo misma pudiera mantener tales diversiones; pero, estaba tan ocupada mirando, que no la respondí.

En aquel momento, el joven comerciante se encontraba de rodillas para situarse entre las piernas de Paloma. Los dos ofrecían un maravilloso espectáculo. Pensé que la tierna víctima debería contar con un montón de cosas por las que debía ser envidiada. A continuación él guió su polla con la mano y la situó en la ranura invitadora. Consiguió separar los labios con facilidad, y entró para quedarse a mitad de camino.

Ante estos intentos, Paloma respondió ayudándole en los movimientos. Mientras, él continuaba una y otra vez presionando, hasta que finalmente humedeció totalmente los genitales de ambos. Ya introdujo la polla en su totalidad, a lo cual Paloma respondió con un quejido que distó mucho de ser de dolor.

El comerciante empezó a moverse de forma suave y con un ritmo regular; para, luego, hacerlo violentamente e incapaz de observar ningún orden o control en base a lo cachondo que estaba. Sus vaivenes resultaban tan rápidos y sus besos tan apasionados y fervientes, que no podrían haber soportado la misma cadencia mucho tiempo. Ambos parecían fuera de sí mismos, con los ojos totalmente enardecidos.

—¡Ooohh, oooohh… No puedo soportarlo… Es demasiado…! ¡¡Voy a corrermeee…!!

Estas eran las expresiones de placer de Paloma. Y él reaccionaba de una manera bastante más silenciosa, aunque al final rompió su pasividad con unos murmullos. Después, tras correrse violentamente, se quedó inmóvil.

Al cabo de un rato, se levantó y pude ver su polla todavía mojada. Ella le rodeó con sus brazos de nuevo, complacida con lo que acababa de ocurrir en vista de la forma con que le miraba y se colgaba de él…

Por mi parte, me notaba tan cachonda al pensar en lo que una polla podría hacer dentro de mí, que quedé a merced de una gran calentura. Deseosa y con unos sentimientos tan ingobernables que le hubiese ofrecido mi coño al primer hombre que me hubiera encontrado.

Matilde no pudo mantenerse impasible a pesar de que tales visiones no le eran nuevas. Me cogió de la mano suavemente, me alejó del agujero de la pared, y me guió tan cerca de la puerta como le fue posible. Yo iba tras ella sumisa y obediente.

No había ningún sitio donde sentarnos o tumbarnos; así que me obligó a permanecer de pie con la espalda apoyada en la puerta. Repentinamente, me levantó la ropa, y con sus dedos exploró aquella parte de mí en la que se agolpaban unas sensaciones tan violentas. Me sentí a punto de morir de deseo. El simple toque de su dedo, en tan crítico sitio, me causó el efecto de un bombazo. Y su mano se dedicó a procurarme el placer que yo deseaba.

Lo siguiente que hizo fue coger mi diestra y, levantando sus propias ropas, la forzó a dirigirse a la parte de su cuerpo más húmeda y caliente. Aquello me molestó un poco, porque me hizo perder el placer de mis deseos. Pero no retiré el contacto por miedo a desobedecerla. Y Matilde hizo uso de mi mano para procurarse todo el placer.

Por mi parte, me marché buscando una más sólida satisfacción, y prometiéndome no volver a hacer esas tonterías que suceden entre mujer y mujer. Había sido una dulce trampa de la que no me siento avergonzada.

Elena-Avila