Mi sobrino querido

En este relato que a continuación os escribo para su publicación, siempre que veáis que tiene interés para los lectores de «polvazo», cuento varias experiencias que desde noviembre del 24 me han ocurrido, bien con mi sobrino, sus amigos y otros compañeros de estudios.

Tengo 40 años, estoy bien conservada, ya que acudo a un gimnasio casi todos los días. Poseo un culo y unas tetas que causan admiración en los hombres y en algunas mujeres. Como soy soltera y trabajo, mi situación económica resulta bastante saneada.

Los sujetadores los utilizo nada más que durante las horas laborales y en otras contadas ocasiones, porque me gusta notar el movimiento de las tetas al andar.

Últimamente también hago poco uso de las braguitas, ya que si las llevo puestas me gustan que sean pequeñitas; sin embargo, me encanta la lencería. Cuando llego a casa, me pongo corsé, ligueros, bodys y saltos de cama transparentes. Todo esto lo hago desde que mantengo relaciones sexuales con mi sobrino.

Le llamaremos Carlos. Al terminar en la Universidad, quiso seguir estudiando. Vive en un pueblo de esos llamados «dormitorio», así que pensé que sería mejor que se quedara en mi casa, porque tendría más tiempo para él.

Esta idea se la hice saber a su madre, que es mi hermana, a la que le pareció estupenda. Es verdad que me advirtió que el chico me daría bastante trabajo y preocupaciones. Le dije que probaríamos una temporada.

Al llegar el comienzo del curso, Carlos se trasladó a mi casa con su equipaje.

Mi sobrino me ayudaba bastante en todo; salía de casa muy poco, y yo le acompañaba en bastantes ocasiones al cine, al teatro o simplemente a pasear.

Se comportaba admirablemente y yo me encontraba bastante a gusto. Conversábamos largo tiempo. Durante los fines de semana se marchaba a casa de sus padres.

Sobre mediados de noviembre, me hallaba yo en la cama leyendo, ya que tengo esa costumbre antes de dormir, cuando en la calle alguien desesperado tocaba el claxon porque le habían tapado la salida con otro coche. Ante la insistencia salí a la terraza a comprobar lo que pasaba.

Momento en que cesó el alboroto, gracias a que estaban retirando el vehículo que entorpecía la salida. Hacía una noche clara y había una espléndida luna.

Me encaminaba a mi habitación, cuando observé que en el cuarto de Carlos había luz. Me asomé por la parte que no cerraba la persiana; y pude comprobar cómo el «muy cerdo» estaba viendo películas «pornos» mientras se hacía una paja.

Me encolericé. Regresé a mi dormitorio e intenté seguir leyendo; pero no podía concentrarme… ¡Sólo veía el gran mástil que poseía mi sobrino! «¡Y el muy cabrón se la estaba cascando a saber a la salud de quién», me dije.

Terminé por volver a acercarme a la ventana, para comprobar que él seguía allí «dale que te pego» con la mano. Contemplando esta escena me empecé a sentir mojada, lo que me llevó a la necesidad de acariciarme la almejita.

Poco más tarde, pude ver cómo mi sobrino en uno de esos «sube y baja» se corría echando unos largos chorretones de semen sobre su pecho. Aquello parecía una manguera de riego por la cantidad y la fuerza.

Finalmente, se levantó y fue al servicio a lavarse. Al momento volvió a la habitación y guardó el portátil detrás de los libros de la estantería. Me resultó espléndido verle totalmente desnudo, con su badajo colgándole entre las piernas. Aun teniéndolo flácido, me pareció tremendo. Mostraba toda la cabeza del glande al descubierto, tan colorada y brillante. Ya no tardó en meterse en la cama y en apagar la luz. Así terminó el «espectáculo porno».

Regresé a mi dormitorio; pero continuaba viendo la polla soltando al aire chorros y chorros de semen. Sin darme cuenta, mis manos se mostraban muy afanosas en una actividad masturbatoria: con una, me titilé el clítoris; y con la otra, los pezones. Terminé pellizcándomelos y sobándome el chocho. Como no me sentía del todo satisfecha, cogí un consolador y conseguí llegar al orgasmo.

A la mañana siguiente, en el trabajo, no hacía más que pensar en la polla de mi sobrino y el bien que me haría toda ella al ocupar mi chocho; además, las mamadas que yo le aplicaría para satisfacción mutua. Sin embargo, ignoraba que Carlos en estos menesteres se hallaba muy bien dotado, pero era virgen.

Pasé aquellas horas con tales pensamientos; y en dos ocasiones tuve que ir al servicio para hacerme sendas pajas, ya que notaba el chocho encharcado y mojadas las braguitas de tanto flujo. ¡Qué calentorra me había puesto recordando la noche anterior!

Al llegar a casa, pude comprobar que Carlos, como de costumbre, se había marchado a clase. Así que disponía de tiempo para ojear las películas pornos que a él tanto le animaban a hacerse pajas. En el estante había varias de todos los estilos. Sus fotos a cuál más excitante. Entre ellas localicé cuatro. Eché un vistazo primero a las fotos, ya que en ellas había hombres con un gran falo; y otras, con mujeres haciendo una tortilla. Hembras y machos estupendos.

Pero en una web, que yo hasta entonces no conocía, los relatos me parecieron de auténtica excitación. Según leía, me iba poniendo cachonda y calentorra. De mi chocho empezaron a manar caldos como una fuente. El calor me invadía; y me asaltó el deseo de ser poseída por aquellos hombres que describían sus esposas o amantes, o por esas mujeres que «hacían el amor» entre ellas disfrutando tanto de sus cuerpos.

Me hallaba a cien por hora. Cogí el consolador y no paré hasta quedar «destrozada» de placer. Me dolía el coño; y en más de una ocasión intenté meterme el artefacto por el ano. Esta operación resultó difícil y dolorosa, lo que me llevó a desistir de tal intento. Pero de tantos pellizcos y masajes los pezones me quedaron totalmente rojos y doloridos. Creo que me vinieron seis u ocho orgasmos.

Durante la cena, pude apreciar que Carlos se mostraba contento y hablador. Dijo que había estado con unos amigos de copas y que se hallaba muy alegre. En aquel momento pensé que podía ser una solución el que se animara un poco más, para ver si conseguía llevármelo a la cama.

Saqué una botella de vino de marca; y su cena se la fui animando por momentos. Al terminar, tomamos café y serví unos whiskys. Puse música y marché al servicio, donde me perfumé. Por último, me senté frente a Carlos en un sillón.

Sólo iba cubierta con una bata de seda y unas zapatillas a juego. Monté una pierna sobre la otra; y parte de mis muslos quedaron al descubierto. Cuando me agachaba para coger el vaso, casi todas mis tetas quedaban al descubierto.

Llegó a ser tanto lo que yo exhibía, que el chico estaba que no quitaba ojos de mi cuerpo. En el momento en que terminó el disco, me cuidé de cambiarlo. Y al empezar a sonar el otro, le invité a bailar. Carlos adujo que no sabía hacerlo. Le contesté que ya era hora de que alguien le enseñase.

Le cogí de los brazos y le levanté del asiento. En aquellos momentos una de mis tetas casi quedó fuera de la bata. Al empezar quedamos bastante separados; pero, según avanzaba la música, nuestros cuerpos se acercaron. Yo le dejaba que llegase a mí sin prejuicios; al mismo tiempo, le provocaba con insinuaciones: la lengua, las miradas y todo eso que las mujeres sabemos hacer cuando queremos meternos en la cama con un hombre.

Después de cambiar varios discos, bailamos totalmente abrazados y juntos. Su respiración iba en aumento. Yo le puse una de mis piernas entre las suyas, con lo que noté cómo su verga aumentaba de tamaño. Le besé en el cuello; y, luego, chupé el lóbulo de su oreja. Terminé este proceso con la unión de nuestras bocas. Enlazamos las lenguas pasándonos la saliva de uno a otro.

Entonces, Carlos se atrevió a sacarme las tetas. Sus labios fueron a chupar mis pezones, que ya estaban todo erectos como si dijeran «¡chúpame, chúpame!». Y esto fue lo que él hizo, pasando de uno a otro. En seguida, con sus dos manos, me quitó la bata; al mismo tiempo, yo le liberaba de la camisa. Seguí desabrochándole la correa y bajándole la cremallera. Cayeron al suelo sus pantalones. Le bajé los calzoncillos y dejé la polla al descubierto, que era la mayor que yo había tenido en mis manos. Parecía la trompa de un elefante.

Mi sobrino continuaba chupando mis pezones. Me arrodillé a sus pies, con lo que su glande quedó a la altura de mi boca. Así pude contemplar, en un primer plano, el arma que tanto había deseado durante todo aquel día.

Comencé dándole golpecitos con la punta de la lengua; seguía con una lamida por todo el tronco, cojones y glande. Al llegar a esta parte, retiré la lengua y rodeé con los labios toda la circunferencia del glande. Mientras, succionaba como si estuviera bebiendo una «coca cola» con una pajita.

Continué tragando poco a poco; pero llegó antes el glande a mi campanilla que mis labios a la base de la polla. Yo me encontraba totalmente mojada, ya que por mis muslos empezaban a bajar los caldos que salían de mi chocho. En éste creo que se podía medir una temperatura de cientos de grados. Me abrasaba tanta calentura.

A la vez, Carlos decía entre dientes palabras que yo no entendía. Sólo cuando me avisó que no podía, pues se iba a correr de gusto, pude entenderle. Saqué la polla de mi boca. Terminé de desnudarle morreándonos; después, pasamos a mi habitación y nos tendimos en la cama.

Carlos quería metérmela porque estaba desesperado. Le pedí que me dejase hacer, para así poder gozar más, ya que disponíamos de todo el tiempo del mundo. Le cogí las manos y las llevé a las partes más sensibles y erógenas de mi cuerpo.

Mientras me acariciaba, le indiqué la intensidad y la velocidad con que debía hacerlo. De esto pasamos a formar un «69». Carlos no paraba de comerme el coño, metiéndome la lengua en lo más profundo; al mismo tiempo, yo le daba unas chupadas tremendas.

En ocasiones me tocaba la cara con la polla; también el cuello o las tetas; en otras, yo se la cubría con mi pelo, para así masturbarle. Mi sobrino gritaba que se iba a correr y quería metérmela antes en el chocho.

Dejé de sobarle los genitales y, ascendiendo por sus cojones que lamí, llegué a su ano. Una entrada en la que me ensañé usando la lengua.

Carlos no aguantaba más. Deshizo el «69» y me montó. Introdujo su cipote en mi coño. Cerré todo lo que pude los músculos genitales para que pudiese aguantar hasta que yo me corriese una vez.

Conseguí mis propósitos cuando él iba a alcanzar el segundo clímax. Aprisioné con todas mis fuerzas su polla, que sin poder aguantar el «cierre» de mi chocho dio un par de emboladas. Le mantenía bien atrapado.

Así llegamos los dos al sumun del goce de unos animales en celo. Seguimos montados durante unos minutos, con la polla de mi sobrino querido metida en mis entrañas.

Carlos se bajó y quedó tendido en la cama. Como tenía la polla pringosa de semen y de mis caldos, decidí limpiársela bien. Empleé la lengua y la boca. Succioné para que nada quedase en el capullo y el conducto uretral.

Parte de aquella noche la empleamos en la satisfacción carnal entre tía y sobrino. Esto es «incesto» y no me importa. Carlos coincide conmigo en restarle importancia.

Desde aquel día dormimos juntos. Y todas las noches mantenemos nuestros juegos de cama o de moqueta. Siempre donde nos asalta el deseo de gozar.

Siempre él se comporta como un verdadero macho, como un buen follador. Nos entendemos a la perfección.

Ahora me ha contado que quiere celebrar en casa el cumpleaños de una amiga. Vendrán cinco o seis, entre chicos y chicas. Yo le he dicho que sí. Pero ésta es otra historia, que ya os contaré en un segundo correo.

Una tía cachonda – Madrid