Amor por detrás

Me encontraba en el tren presa de una gran impaciencia originada por el hecho de que detestaba los viajes. Cerré los ojos y procuré adormecerme. Cuando me desperté, me encontré frente a dos muchachos con el pelo largo, tanto que les llegaba hasta los hombros. Se estaban susurrando al oído tiernas palabras. La presencia de una chica como yo, además exuberante, no debía parecerles de lo más oportuna. Les miré mejor, y me dio mucha pena al ver a unos tipos tan guapos jugando con el sexo de forma equivocada.

—¿Quieres un cigarillo? — me preguntó el más mayor de ellos.

—Gracias —acepté, y dejé que me lo encendiese.

En mi mente ya se estaba perfilando un plan para lograr que el tiempo se me pasara más de prisa. Crucé las piernas y dejé que buena parte de mis muslos quedasen al aire.

—Nosotros nos llamamos Carlos y Víctor — dijo el que me había ofrecido el cigarrillo.

—Yo Emilia. Voy a Málaga. Si vosotros lleváis ese rumbo, haremos el viaje juntos — respondí sin sentirme una intrusa.

—Nosotros también nos bajaremos allí. Así que nos haremos compañía… —intervino Carlos.

La mirada de este último resbaló sobre mí, casi valorándome. Y comprendí que era todavía recuperable para el amor lógico. Sin embargo, Víctor contrajo el rostro. Intentó dar a entender que mi presencia le fastidiaba, y empezó la acostumbrada conversación política. Utilizando una débil vocecilla que trataba de ser arrogante. Yo no tenía ganas de meterme en una conversación de ese tipo, ni quería pensar demasiado. Me gusta más el sexo que las cuestiones intelectuales.

Estaba decidida a conquistar a Carlos, porque su belleza me atraía enormemente. Mientras el tren corría hacia Málaga empecé mi trabajo de provocación. Lancé mis consabidas miradas que hacían caer a mis amantes como peras maduras. Me desabroché la blusa, con la excusa del calor, y moví rítmicamente las piernas, hasta que me di cuenta de que mi «víctima» se estaba excitando. Le vigilaba con el rabillo del ojo; sin embargo, también comprobé que Víctor trataba inútilmente de atraer la atención de su amigo.

Los vi cogerse de la mano y sonreírse. En mi interior se disparó la necesidad de arrancar a aquel guapo muchacho de las manos del invertido, cuya rivalidad me daba escalofríos. Muchas veces había logrado arrebatar a un hombre de las manos de otra mujer; pero nunca de las de otro hombre. La cosa se presentaba más ardua de lo que había imaginado al principio. Sin duda, aquel tipo estaba lleno de dinero y Carlos se mantenía a su lado debido a las estrecheces económicas. Los miré una vez más mientras seguían hablando cariñosamente… ¡Qué asco!

Víctor se había acercado a Carlos creyendo que yo me había adormilado. Y su polla se alzaba bajo el pantalón, para apretarse contra los pantalones de su amigo. Al mismo tiempo, el joven guapo hacía todo lo posible para evitar que el comportamiento afectuoso de su compañero le comprometiera demasiado ante mis ojos. Yo me mantenía con los párpados semicerrados, muy divertida.

—¿Habéis acabado de achucharos? —les pregunté, de pronto, abriendo los ojos.

—¿Por qué? ¿Te molesta? —se me encaró Víctor con su vocecilla chillona.

—No, no me molesta… Pero soy una mujer y ciertas escenas…

¡Yo quiero mucho a Carlos desde hace tiempo, si te interesa…! —exclamó el mariquita..

—A mí también me gusta. ¿Quieres que nos lo juguemos a los dados? Perdona la franqueza; pero creo que lo mejor es ser sinceros. Supón que yo haya sentido el flechazo por tu amigo… ¿Cómo te comportarías en mi caso?

Me divertía atormentando a aquel estúpido, que se comportaba peor que las mujeres cuando estamos celosas.

—Por si te interesa te diré que yo he arrancado a Carlos de las «garras» de montones de mujeres que se lo estaban rifando. Si quieres saber la verdad, pretendo conseguir muy poco de él… ¡Pero ese poco lo exijo dentro de un plano de absoluta fidelidad! Me niego a que permanezca a mi lado sólo por dinero.

Me divertía el sufrimiento de aquel mariquita y su manera de hablar. Porque creía que el mundo se hallaba a sus pies; al mismo tiempo, me daba lástima el otro muchacho: un pobre mantenido, al que le convenía permanecer callado. No lograba comprender porqué Víctor, con aquella vocecita tan irritante, se desahogaba conmigo. Quizá había comprendido mis verdaderas intenciones hacía su amigo, y quería echarme mano para evitar la separación. Pero ya era demasiado tarde.

—¿Sabes lo que te digo? Yo quiero follar una sola vez con tu Carlos. No creo que debas estar celoso de una mujer. Al máximo, deberías temer a un hombre… Te repito que en cuanto lleguemos a Málaga me acostaré con tu Carlos —afirmé muy decidida, mirándole directamente a la cara.

Carlos se reía a más no poder; mientras, al otro lado se había puesto pálido. No me volvió a dirigir la palabra. Yo miraba a su compañero, pues era un ejemplar masculino que me interesaba. Un chico de los que a mí me gustan. Acerqué mis piernas a las suyas, y le puse una mano en la rodilla. Luego, la apoyé cerca de su polla, en sus pantalones. Y me di cuenta por la expresión de sus ojos que sentía placer.

—¿En qué hotel estarás en Málaga? —le pregunté.

—En uno que está cerca de la estación. No sé su nombre. Pero puedes seguirnos.

—Nos veremos, si quieres — dije despacio.

Carlos me devolvió su afirmación con la cabeza, y me guiñó un ojo lleno de satisfacción.

Cuando el tren llegó a la estación, Víctor cogió a Carlos de la mano y se lo llevó sin saludarme. Pero el más joven se volvió y me guiñó un ojo.

Les seguí en un taxi. Estaba segura de que aquella noche sería interesante para mí. Ya imaginaba cómo hundiría mis uñas en la espalda de Carlos; y mi sangre empezó a latir fuertemente en mis venas ante el pensamiento de lo mucho que iba a gozar. Sin importarme lo más mínimo Víctor, tomé una habitación cercana a la de ellos.

Más tarde, cuando me estaba bañando, escuché que alguien llamaba a la puerta. No me molesté ni siquiera en ponerme un albornoz. Desnuda como estaba, y goteando, fui a abrir. Carlos apareció ante mí, con los ojos llenos de deseos y provisto de una sonrisa de felicidad por poder al fin tener entre sus brazos a una mujer. Apagué las luces. En la oscuridad me pareció todavía más perfecto su cuerpo joven, que se proyectaba hacia mí como suplicando amor. Mi boca se pegó a la suya en un beso sin fin.

—¿Y tu amiguito? —pregunté cuando pude respirar.

—Me he cansado de él. Me había prometido un apoyo económico, y por eso le soportaba. ¡Pero me importan menos las recomendaciones y el dinero ahora que te he encontrado a ti! —exclamó el joven antes de volver a besarme.

Sus manos apretaban mi cuerpo. Se formaban con dedos grandes, secos, hechos para tocarme y hacerme vibrar.

—¿Ves como sigues siendo un hombre? —le pregunté—. Nunca me hubiese perdonado el dejarte en manos de un estúpido invertido…

—Te lo ruego. Prefiero que nos olvidemos de eso. No sé como te llamas…

Elena —me limité a decir.

—Elena, tú eres mi salvación. ¿Quieres…?

—Claro que lo deseo. ¡Tú estás aquí porque los dos vamos a follar!

—¡Cómo te lo agradezco, Elena!

—No me agradezcas nada. El placer tiene que ser recíproco. Ven junto a mí. Hazme sentir tu cuerpo. Quiero ser tuya… ¡Tómame! —le susurré.

Mi invitación de amor entró en su sangre. Yo le quería. Le deseaba en seguida, y él lo comprendió a la perfección. Le cogí de la mano y le conduje al lecho. Después, sonriéndole, le arrastré sobre la colcha y me eché yo también. Nos encontramos abrazados, unidos, con nuestros cuerpos entremezclados. Tomé su asta que se erguía cada vez más y la estreché, adorándola…

Puse tenso al muchacho con mi beso, y continué la caricia sin dejar ni un rincón de su cuerpo por excitar; además, le chupé los testículos comenzando con una pequeña lamida; y, luego, me volví voraz al introducirme la punta de su carnoso ariete en el ombligo; a la vez, con las dos manos le exploraba las piernas; y, por fin, comencé a manipular su polla. Por último, llevé la piel tan atrás que bordeé su dolor; pero, cogiéndola con suavidad entre mis labios, me introduje en la boca todo el capullo expuesto e hirviente.

Carlos cerró los ojos, y se entregó totalmente a la húmeda presión de mi boca. Gradualmente entraba con mayor profundidad en mi gruta del paraíso. Por eso separó los cojones, para que mis labios no tropezaran con ellos, y su gorda polla pudiera llegarme hasta la campanilla. Sus manos jugaban con mi cabello; mientras, yo movía la cabeza hacia atrás y hacia adelante, en sentido opuesto a las emboladas de su verga.

Pronto él supo que yo también me estaba masturbando mientras le mamaba; y advirtió en sus piernas el crecimiento de una gran excitación. Esto aumentó progresivamente nuestro frenesí. Pero él intentó retrasar el orgasmo, queriendo disfrutar más de la enloquecedora mamada sobre su polla. Porque mi boca era perfecta para su tamaño.

Y a pesar de saber que estaba a punto de la culminación, retiré la lengua y se la pasé por el rostro como una hoja de afeitar.

—¡Yo… Yo estoy terminando! —gimió.

Entonces, cambié repentinamente de posición, y me volví a meter la verga en la boca. Justamente cuando Carlos estaba a punto de estallar. Por eso recibí el esperma contra mi garganta. Percibí un profundo sonido; y, de pronto, el salado sabor del jugo llenó mi boca: era espeso y abundante, delicioso…

—¿Mmmmm! —suspiré, separándome—. Ha sido algo extraordinario, ¿no es cierto?

El guapo joven asintió, abrazándome. Me besó en las mejillas, en el cuello y en la boca. Y, en seguida, toda su boca desapareció en mi ano, que acusó un escalofrió de placer. Porque me llenó de saliva el agujero. Y así estuvo media hora, arrancándome un orgasmo tras otro.

Después, me la metió por atrás con un ritmo suave. Su verga se lió a entrar y salir. Llegado el momento de que la tuvo toda dentro. Sentí el choque de sus cojones contra mi trasero. A la vez, noté que todo mi interior estaba caliente y lleno de palpitaciones. Acusé un gran deseo de defecar y de correrme, pero ninguna de estas opciones me parecían acertadas.

En realidad, lo que advertía en mis canales era algo más gozoso que todo lo disfrutado en mis experiencias anteriores. Y más enriquecedor que lo que había tenido la suerte de conocer, un tormento y una delicia; ¡además, aquella carne seguía entrando y saliendo en la mía!

Carlos había practicado muchísimo la enculada; y sacando la polla hacia la mitad, dejó que el torrente de la eyaculación corriese hondo en mi túnel. Y yo noté que unos aguijones de espuelas me abrían la piel; pero no se produjo el dolor gracias al bálsamo del semen.

Finalmente, nos quedamos tumbados y abrazados, fumando. De vez en cuando, alguno acariciaba al otro, amorosamente, como si quisiéramos asegurarnos de que todo había sucedido realmente. Que las cosas habían ocurrido para proporcionarnos los mayores goces…

¡Oh, la lengua de Carlos! ¡Qué insospechada fuente de novísimas sensaciones! Pensé si todo en él sería así, prodigioso como esa lengua tibia, que serpenteaba dentro de mi boca ansiosa. Al término del nuevo, largo y succionante beso, ya traspasada de redobladas ansias, solté la mano del amante. Busqué el contacto duro y profundamente sexual de sus nalgas tensas.

Nos sentíamos plenos ambos de una respiración desacompasada. Yo le mostré una teta como en un arrebato de ofrecimiento. Me la acarició, y gozó de su tacto embrujador y enervante. Al mismo tiempo, se mostraba audaz, y yo le imité. Era un intercambio de ofrecimientos que a los dos nos volvía locos.

Y yo, que tanto sabía de sexo, comprendí que se me ofrecía lo que jamás hubiera creído encontrar, por mucho que hubiese echado a volar la imaginación. Traté de contenerme por todos los medios, aunque semejante situación era más difícil. Y con extrema suavidad le hice un paja que pareció llevarle al colmo de todos los estremecimientos. Porque aquella era la perfecta conjunción entre los dos, que parecíamos descubrir la gloria al conocernos.

El joven también titiló mi clítoris. Y con tal maestría y buen hacer, que justamente entonces fue cuando arribó el vivísimo orgasmo.

Quería gozar durante horas, apretándome contra el cuerpo duro de Carlos; mientras, sentía las tibiezas y los aromas de la noche entrando por una cercana ventana. Además, gozaba de la sensación de ser una mujer que estaba disfrutando de un verdadero delirio sexual. La verdad, nunca hubiese creído que aquella relación pudiera llegar a ser tan hermosa…

Esta última experiencia fue la que mantuvimos durante las tres semanas que permanecimos juntos. Además, yo corría con todos sus gastos. Carlos no tenía dinero. Debí buscarle un trabajo en la empresa de papá. Hoy es capataz y se va a casar con una chica preciosa. Hace dos años que lo dejamos. Acaso porque yo quería encontrar a mi hombre que no estuviese tan obsesionado en darme «por atrás».

Elena – Málaga