Ángeles nocturnos

No puedo resistirme a la tentación de dejar testimonio de un hermoso pasaje de mi vida. Cuesta trabajo a veces desprenderse de los recuerdos, sobre todo a una determinada edad, precisamente cuando constituyen nuestra única compañía.

Me encontraba hace unos cuantos años en Estocolmo. Atraído por las suspicaces emociones que rodean la imagen de la vida en Suecia. Había agotado por ciertos excesos mis recursos económicos; y me hallaba a la espera del acostumbrado giro que mi banco me enviaba con cierta frecuencia. En aquella ocasión se demoraba más de lo corriente; y llegué a encontrarme sin un mísero céntimo en los bolsillos.

Fue entonces cuando tomé la determinación de realizar alguna tarea o trabajo que me permitiera seguir subsistiendo sin demasiados apremios. Puse un anuncio en el periódico, ofreciéndome para dar clases de español; una de las pocas cosas que realmente podía hacer. Muy pronto recibí la oferta de un liceo de niñas, situado en las afueras de la capital, que aceptaban mis condiciones y exponían las suyas. Ya que era un internado debía alojarme en el colegio. Pensé que esta condición coartaría mi habitual forma de vivir, y a punto estuve de desechar el ofrecimiento; pero mi estómago y mis bolsillos tomaron la decisión y, un par de días más tarde, me encontraba ya instalado en una cómoda habitación de aquel internado.

El edificio del colegio, dentro del más estricto estilo escandinavo, era de una sobria belleza. Terrazas y jardines matizaban el gran espacio en el que se hallaba enclavado. Al siguiente día de llegar, ya me encontraba al frente de un curso de bulliciosas adolescentes dispuestas a enfrentarse con la lengua del Quijote.

Luego de los primeros instantes y superada la rutina de las presentaciones, comencé a observar a mis discípulas. Era un formidable ramillete de chavalas de increíble belleza y espontaneidad, características éstas que distinguen a las mujeres de aquel país nórdico. He de reconocer que me sentí turbado por momentos ante tan espectacular acompañamiento.

La simpatía arrolladora de las muchachas y su frescura virginal, consiguieron que muy rápidamente me sintiera más cómodo y relajado. Las más diversas fantasías acompañaron aquella noche mis sueños.

Fantasías que tenían como protagonistas a las bellas chavalas que acababa de conocer. Me sentía como un sultán de los cuentos orientales rodeado de un fantástico harén.

Al día siguiente, con mayor seguridad, noté mientras desarrollaba mi clase que una cierta pícara complicidad unía a las niñas que seguían cada uno de mis movimientos con un brillo seductor de precoces diablillas en sus miradas. Coqueteos premeditados y encendidos suspiros que llegaron a ser habituales durante las horas de mis clases.

Esto excitaba aún más mi imaginación nocturna; y llegué a masturbarme mientras imaginaba las más eróticas aventuras de amor con mis alumnas.

Cierta noche que estaba viviendo una de mis calenturientas fantasías, al tiempo que me pajeaba entre sudoroso y excitado, se me antojó estar escuchando unas sigilosas pisadas en el pasillo. Presté mayor atención y en seguida noté que la puerta de mi cuarto se entreabría lentamente; mientras, unas sombras se escurrían en la habitación.

Poco a poco las sombras se acercaron a mi lecho; y dos cuerpos calientes y temblorosos se escurrieron entre las sábanas junto al mío. No conseguí reconocer sus rostros, ya que en seguida sentí cómo unos labios ardientes y jóvenes se apretaban sobre los míos; y una lengua de saliva tierna y caliente se introducía en mi boca; al mismo tiempo, unas dulces y llameantes manos se deslizaban por mi cuerpo en calenturientas caricias.

Otra boca jadeante de placer me besó con dientes, lengua y labios por todas las zonas de mi encendida piel; mientras, unas jóvenes tetitas, palpitantes, latían apresuradas y se apretaban sobre mi pecho. Me tenían inmovilizado.

Sólo conseguía escuchar sus respiraciones jadeantes y desesperadas. Mi polla enorme de satisfacción se vio muy pronto cogida por unas manos trémulas, que la apretaron con febril ansiedad.

Una boca de estremecido gozo envolvió con su saliva caliente y ansiosa la punta de mi glande y lo recorrió con jadeos de placer, hasta incrustárselo en su garganta. La succión se hizo frenética; mientras, mi excitación ascendía hasta increíbles grados de placer.

Suspiros y respiraciones entrecortadas subían y bajaban a lo largo y a lo ancho de todo mi cuerpo. Sentí que una de ellas trepaba sobre mí; a la vez, quitaba de la boca de la otra mí polla, para hundirla en su chochito caliente y virginal con un frenesí desesperado.

Mi placer ya era cósmico. Un chorro de ardiente semen inundó su cuerpo; al mismo tiempo, nerviosos temblores me transmitían su orgasmo excitándome hasta el delirio.

Allí quedé exhausto; mientras, las dos sombras abandonaban, con el mismo sigilo con el que entraron, la oscuridad de mi cuarto. Quedé confundido, navegando en sueños de placer y erotismo…

¿Había sido real o sólo formaba parte de mis calenturientas fantasías?

Al día siguiente, mientras daba clase, mis ojos escrutaron con anhelo todas las miradas y expresiones, tratando de descubrir a las insólitas invasoras nocturnas. Fue imposible. Hasta hoy mis sueños se confunden con la realidad. Quizá nunca llegue a saber quiénes fueron los ángeles nocturnos que me regalaron con tan maravilloso triángulo sexual.

Félix – Valencia

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