Aquella noche mágica

Dicen que mis manos son tan bellas que debían ser esculpidas. Un conocido de papá sacó un molde de mi diestra, que en la actualidad se vende en los comercios como posa jabones. Me viene a la memoria la señorita Ágata, que andaba empeñada en que me dedicase a tocar la guitarra o el piano, cuando a mí la música sólo me gusta para oírla…

¡Dulce profesora, si hubiera sabido el destino que yo iba a dar a mis manos! En realidad he terminado siendo una virtuosa; pero del auto placer… ¡Ahí va mi experiencia!

Juana era la más veterana del equipo de gimnasia rítmica de la universidad. Empezó a relacionarse conmigo al verme sacando fotocopias de un libro de química molecular. Se aproximó a mí y, con esa voz suya tan ronca, me preguntó:

—Andas pegada con el tema y crees que convirtiendo un «mazacote» en folios lo dominarás mejor, ¿eh, monina? —No dejó que la contestase, ya que me colocó una mano en la boca—. Yo he sacado una matrícula en esa materia. Podría echarte una manita…

Me agarré a aquel clavo ardiente, que resultó más abrasador de lo que yo suponía. Junto a Juana no sólo aprendí química molecular sino a manejar mi propio cuerpo. Es posible que ella fuese lesbiana; sin embargo, jamás me tocó.

Lo suyo consistió en adiestrarme en el manejo de las manos para brindarme el placer de la masturbación y, al mismo tiempo, ese otro que me permitió descubrir dónde se localizaban mis zonas erógenas. Sentada frente a mí, ya fuese en el cuarto de baño o en el dormitorio, se iba tocando para que la imitase: al mismo tiempo, me indicaba la presión que debía ejercer en cada zona. En muchas ocasiones las dos alcanzábamos el orgasmo de una forma individual.

No voy a negar que antes de conocer a Juana tuve mis propias experiencias masturbatorias con un cepillo del pelo y con una aspiradora; sin embargo, resultaron experiencias que me llenaron de miedo al creer que estaba excitando mis puntos débiles en lugar de saber, como ahora, que eran mis puntos fuertes.

Desnuda en mi alcoba, mis manos se convertían en las de una artista que había adquirido la destreza suficiente para conocer la percusión de cada cuerda: el toqueteo que impone el clítoris; las frotaciones envolventes que transforman los pezones en dátiles de gozo; y las presiones que se ejercen en el pubis o en el área del ano para que se eleve la temperatura corporal.

Supongo que andaba muy preocupada por mis cosas, lo que me impidió advertir que Luis y Santiago tramaban algo. Eran mis compañeros en la clínica, donde yo ocupaba la plaza de segunda enfermera. Los dos acababan de terminar la carrera de medicina y estaban allí como médicos interinos. Nuestro trato era bastante personal.

Una noche que los tres cubríamos la guardia, a las dos de la madrugada me llamaron al quirófano. A esas horas no se operaba a nadie y no había ninguna urgencia. Pensé que se debería a algún fallo eléctrico o a cualquier otra avería. Entré allí y me los encontré con la indumentaria y el instrumental para iniciar una intervención quirúrgica. Si hasta ellos se habían lavado las manos y empezaban a ponerse los guantes de goma. Algo mosqueada fui a preguntar qué sucedía…

Los dos se acercaron a mí y me inmovilizaron, retorciéndome un brazo por detrás de la espalda y, a la vez, me cogieron por el cuello para alzarme la cabeza.

—¿Qué significa este atropello, doctores? ¡Os exijo una respuesta inmediata! ¡Podría empezar a gritar!

—Es un tratamiento de choque, Araceli. ¡Esta noche vamos a curar tu frigidez! —dijo Luis, haciendo intención de avanzar hacia donde se encontraba la camilla—. ¡Adelante, socio, dejémosla tumbada y dispuesta! Al fin daremos vida a un cuerpo hermosísimo que no se inmuta ante los hombres… o ante las mujeres…

Me quedé tan anonadada que no opuse resistencia. Me tumbaron en el centro del quirófano, como si fuera una paciente que necesitara una intervención, y me dejaron completamente desnuda. Los dos se movían con seguridad. Supuse que lo tenían bien planeado.

Convencidos de mi falta de respuesta sexual, emplearon sus manos para acariciarme las tetas, el pubis y el interior del coño. Pero no supieron manipular mis zonas erógenas, aunque sí me pusieron a tono. Eran mis primeros hombres… ¿Podéis creerlo?

—Carecéis de precisión, chicos —intervine al comprender que no querían «violarme» sino «curarme» de una supuesta frigidez—. Me excitaría más si fuerais tocando donde yo os indique.

Su respuesta fue echarse a reír y, en el acto, me pidieron que les hiciera las «oportunas indicaciones», lo que terminó por llevarme a tal grado de calentura que quedé desconcertada. Una cosa era que mis manos hubiesen localizado esos puntos, gracias a Juana y a mis posteriores experiencias; pero el hecho de que fueran manos de hombres guapos y jóvenes me despendolaron…

En este juego que habíamos iniciado, más allá de mis primeros orgasmos, logré que me permitieran tocarles. Lo hice con cierta timidez; pero sólo al principio. En el momento que mis dedos moldearon erecciones y pintaron colores cárdenos, rosáceos y rojizos en sus falos, a la vez que veía el engordamiento de los cojones, descubrí que yo había nacido para obtener placer a través de aquello.

Lo singular es que llegó a pasárseme por alto, entregada a las manipulaciones que me descubrían universos de gozo jamás conocidos, la idea de la follada. Por esta causa, cuando ellos me lo pidieron, salté de la sorpresa a la aceptación. Antes de nada procuré que nos trasladásemos al cuarto de las enfermeras, donde había unas camas que juntamos para contar con más espacio.

—¡Cielos, si Araceli es virgen! —exclamó Santiago en el momento que me estaba queriendo meter su falo—. Pero se halla muy lubricada. Seguro que no le dolerá.

Romperme el himen fue tan sencillo como retirar la envoltura de un caramelo. Seguidamente me transportaron a paraísos que yo ni siquiera había podido intuir. Me follaron al mismo tiempo, ya que también desvirgaron mi ano…

Me arrodillé gozosa sobre aquella cama floreada y me entretuve en mamar el rabo de Luis, bajo el impulso que Santiago me estaba aplicando. Era yo la que llevaba la iniciativa. Este último ya empezaba a entrarme por la puerta trasera. Materialmente me hallaba doblemente ensartada. Culeé muy divertida y succioné con unos ligeros ruiditos.

—Todo se lo debemos a la noche, compañeros —reconoció Luis, el más guapo, componiendo una postura de torero al dar el pase de pecho—. ¡Un golpe de fortuna con la chavala más sorprendente!

En el momento más hirviente los hombres cambiaron los papeles, porque Santiago quería correrse en mi raja con la idea de que «le pertenecía». Al mismo tiempo, Luis estaba obteniendo el regalo de mi boca succionadora y de mi lengua, ya que le lamía a niveles de corrida. Pero él supo contenerse.

Pensó que su esperma debía llegar a otro de mis alojamientos: ¡mi culo! Momento en que me vi obligada a poner el cartel de «completo». Porque no sólo tenía el culo y la raja ocupados, sino que yo me estaba metiendo cuatro dedos en la boca, más para contener los gritos que, naciendo en mi cerebro, querían reventar en la garganta. Los ahogué.

No me gustaba que aquellos tíos descubriesen hasta qué punto me «derretían». Disponer de dos pollas para mi raja constituyó uno de mis mayores triunfos, en especial porque contaba con dos tíos guaperas, excelentes sementales que me deseaban. Ya había recibido las primeras lluvias de esperma, a las que siguieron otras más; al mismo tiempo, mis orgasmos fluían fuera de control. Sin embargo, me dediqué más a la polla de Luis que a la de Santiago, acaso porque la de éste me parecía más pequeña. En un momento inesperado, ambos me cogieron en vilo y me llevaron al cuarto de aseo, me echaron en la bañera y se entregaron a rociarme de semen. No lo consideré excesivo.

—¿Acaso creéis que soy un pastel de crema? —bromeé en medio del frenesí—. Para ser la primera vez me estáis dando todo… ¡Todo!

Actualmente me encuentro embarazada y he pedido la baja en la clínica. El hijo que venga será únicamente mío. Fruto de una noche mágica; pero no quiero investigar quién es su verdadero padre.

Araceli – Murcia