Aquella noche que la poseí

No quiero justificarme ante las lectoras de «polvazotelefónico»; pero confío en que me comprendan. Fue una ocasión que me vino a la mano, ¿cómo iba a desaprovecharla?

Cuando me cambiaron el turno en la fábrica, «me cagué en la madre que le parió al encargado»; pero lo hice mentalmente. Supongo que él se dio cuenta por la cara que puse al comunicármelo. Me lo pagó con una cruel sonrisita y, a la vez, seguro que se dijo:

«Jódete, chico, que te tengo ganas desde que te negaste a salir con mi hija!».

El cerdo me la tenía jurada; pero, ¿cómo iba a llevar a mi lado a una empollona medio cegata con una nariz a lo «doña Urraca» y que tenía en la cara más granos que una paella?

Me tocó entrar de 8 de la tarde a 3 de la madrugada del día siguiente, en jornada continua. Como tengo un coche de segunda mano que un amigo me ha dejado como nuevo, no tardé en adaptarme. A las dos semanas la cosa me gustó.

Pero lo que realmente vino a mejorar las perspectivas fue descubrir que Mabel era sonámbula. Conviene que me adelante a informaros que ella y yo vivíamos en una pensión majísima, cuya dueña nos trataba a todos los chicos y chicas como si fuéramos de su familia. Cada uno disponíamos de una llave de la puerta principal. Esto me vino de huevo. Atentos a cómo sucedió la cosa…

Me había parado a tomar una copa en un bar que aún permanecía abierto, por lo que entré en la pensión a eso de las 4,18 de la madrugada. Miré la esfera luminosa de mi reloj de pulsera antes de cerrar la puerta y, de repente, escuché pasos. Me volví dispuesto a saludar a quien fuera; y vi a Mabel…

Había luna llena, cuyo resplandor entraba por un gran ventanal que daba al comedor para dibujar alargadamente los rectángulos de madera. Esta claridad me permitió admirar su cuerpo semidesnudo, que sólo llevaba cubierto el chiribiqui con una braga minúscula. Pero, como hipnotizado, me fijé en aquellas tetas que se agitaban levemente. Un balanceo lujurioso.

Supe que «iba sonámbula» porque mantenía los ojos cerrados y adelantaba un poco las manos, como si quisiera tocar los posibles obstáculos. Lo singular es que no tropezó con la mesita, los radiadores y los colgadores. Y al pasar a mi lado, escuché nítidamente que decía en un tono muy bajo:

—Sé que te escondes por aquí cerca… Voy a encontrarte… Esta vez lo conseguiré por difícil que me lo pongas… ¿Es que no te das cuenta de que te deseo con toda la pasión de mi cuerpo? Vamos, no seas malo… ¿Tal vez he dejado de gustarte?

Me di por aludido, aunque sabía que se refería al «fantasma» de alguien que amó mucho. Olvidé el consejo ése que dice: «¡Jamás despiertes a una persona sonámbula!», ya que procuré situarme delante de ella. «Rezando» para que no se armara la de Dios; y esperé a que se produjera el contacto. Sus manos me tocaron, recorrieron mi pecho cubierto con una camisa a cuadros, subieron a mi cuello y se quedaron en mis hombros. Me los sujetó con ansiedad, luego, dijo:

—Al fin he dado contigo, cielo… ¡Oh, qué feliz me haces! ¡Lo conseguí… Yo sabía que una noche ocurriría… Oh, seguro que has tenido piedad de mi angustia…!

Comenzó a desnudarme; y yo di unos pasos hacia atrás, procurando llevarla conmigo. Me costó más de diez minutos llegar al comedor, donde había un oportunísimo sofá. Encima del mismo me atreví a quitarle la braguita, cuando yo me encontraba en pelotas picadas y con un nabo que daba cabezadas de derecha a izquierda.

Mabel se lo metió en la boca y me lo estuvo mamando con evidente frenesí; poco después se incorporó, tomó mis testículos con sus dedos y me los presionó.

Este fue el preámbulo de una penetración deslumbrante, en la que Mabel lo puso todo. Me bañó con sus clímax; y, acto seguido, eyaculé fuera de su coño besando sus tetas, que siempre me habían vuelto loco… ¡Aun no comprendo cómo pude controlar la situación!

—Gracias, mi vida… Tú sabías que no había tomado la píldora… Gracias…

La saliva de la «sonámbula» era espesa y me proporcionó un sabor a agridulce. Más de cinco minutos duró el beso; luego, al retirarme para respirar, ella me cogió el bastón de mandos y, sin abrir los ojos, musitó incrédula:

—¡Qué gorda y rosada la tienes… Se me está haciendo la boca agua! ¿Me dejas que la vuelva a probar un ratito? ¡Yo creo que la tienes más grande que nunca!

La chavala poseía una forma muy especial de mamar, con esos labios gruesos, esa lengua que era una toalla que en lugar de secar empapase y diera calor y con una garganta… ¡Me dejó tan empalmado que me dolieron los cojones y hasta las raíces del escroto!

«¡Te devoro, preciosa!», pensé a punto de hablar; pero convencido de que me tocaba a mí seguir llevando el mando de las operaciones.

Mientras, ella se había trasladado mi rabo a sus tetazas, para frotarlo y restregarlo como si fuera un palo.

De rodillas en el sofá volvió a mamar y, poco más tarde, se tumbó boca arriba, para ofrecerme un coño que era la gruta más «provocadora» que he contemplado en toda mi vida. Porque los rojizos labios que estaban palpitando ofrecían el aspecto del «corazón» o la corola cáliz de una planta carnívora.

«¡Esta chiquilla lo mismo me devora a mí en lugar de yo a ella!», me dije, a la vez que me veía impulsado por un instinto «suicida».

La follé sujetándole las piernas, acaso para frenar cualquier ataque suyo; sin embargo, las almohadillas carnosas que me recibieron no podían ser más «pacíficas». Esto me animó a seguir penetrándola estando los dos de pie.

De abajo a arriba y perforando, dentro de una actividad que la «sonámbula» alentaba profiriendo gemiditos y alzando cada vez más el trasero. Apreté con fuerza, sobre todo cuando advertí que ella estaba orgasmeando. Solté un «¡hurra!» mental y me agarré a sus tetazas. La posición resultaba definitiva y yo me encontraba en la gloria.

—Me estás dejando sin energías, amor —musitó la chavala, mientras se extendía encima del sofá procurando no perder contacto con mi polla.

Súbitamente, me di cuenta de que iba a vaciarme por segunda vez. Tenía los cojones hinchados, el capullo de piedra y toda la columna vertebral en tensión. Pero la «sonámbula» tiró de mí, poniendo sus manos en mi cintura. El rabo se me salió de su coñazo y se fue directo a la boca, donde una lengua esperaba dar la lamida definitiva. ¡Así fue!

Esto descorchó el tapón y empecé a soltar el engrudo en largas y prolongadas andanadas, que cayeron sobre las tetazas, que ella se estaba apretando. Después, se las bañé por completo… ¡Qué triunfo!

Fue como si hubiera cubierto de nata aquellas sandías blancas, provistas de unas inmensas areolas y de unos pezones como dedales.

Por último, me amorré a aquel canal mamario, para embadurnarme con mi esperma. ¡Qué feliz me sentí!

Entonces la «sonámbula» se dio la vuelta, se puso en pie y regresó a su cuarto. Yo la seguí por si tropezaba, ya que no se había despertado en ningún momento.

Días más tarde, conocí una singular historia, después de comprobar que las demás noches Mabel no se levantaba sonámbula: ésta había perdido a su novio, con el que se iba a casar, un día que estaban jugando al escondite en un bosque y él se mató al caer desde lo alto de un árbol. ¡Vaya drama!

Es cierto que aquello sucedió hace muchos años; y me parece que el hecho de follar conmigo le curó de su sonambulismo.

Actualmente, salgo con ella, somos casi una pareja formal y pienso pedirle que se case conmigo; sin embargo, jamás le contaré que suplanté a un «fantasma» aquella noche de luna llena.

Ya me cuidaré también de que no lea vuestra página. Aunque no creo que se sienta aludida, porque nadie la ha dicho que durante un tiempo fue sonámbula.

Agustín – Santander