Mis primeras relaciones fueron heterosexuales. Salía con una muchacha que vivía cerca de mi casa, y muchas veces terminábamos en mi piso. Aunque al principio sólo tomábamos unas copas y nos dábamos un beso casi a escondidas. Un día conseguí entreabrir su blusa, dejando que mi mano le acariciase los pezones; y otra vez logré desatar su sujetador, dejando al descubierto sus tetas, que cayeron como dos semiesferas blancas y suaves entre mis dedos.
A partir de aquel momento, comenzamos a disfrutar realmente de nuestra unión. Ambos éramos inexpertos y, por eso, cada descubrimiento nos reportaba una nueva fuente de placeres. Al mismo tiempo nos sorprendía la sensibilidad que tenía nuestro propio cuerpo. Yo iba explorando cada parte del suyo, lograba que fuera dejándome paso hasta los más recónditos lugares.
Utilizaba la lengua en esos viajes, llegando a practicar casi sin saberlo un verdadero cunnilingus. Entonces sucedió lo mejor cuando, recorriendo su entrepierna desde la rodilla y subiendo por los muslos, descubrí la extraordinaria capacidad de excitación de toda aquella zona. Tanta que ella no podía aguantar mis avances.
A partir de aquel instante, sin poder reprimirme durante más tiempo, liberé mi polla de la presión que el pantalón ejercía sobre la misma, y dejé que siguiera el camino que llevaba hasta sus bragas, que ardían como todas las carnes que la rodeaban.
Bajé la ropa, dejando al descubierto una mata de pelo más grande de lo que yo había soñado. Tan suave al tacto, que la fui acariciando entre espasmos que casi retorcían su cuerpo. No me dejó que la penetrase en ese momento; pero sí que lamiera sus genitales, logrando captar claramente aquel sabor intenso que tenía el líquido que mamaba abundantemente lubricando todas las ingles.
A partir de tan excelsa conquista, ella siempre se colocaba con las piernas abiertas, para que yo pudiese introducir mi lengua con toda libertad. Aunque todavía, por miedo a quedarse preñada, no me dejaba que actuase con mi polla.
Yo la masturbaba con el glande, y situándola sobre un sofá con las piernas separadas en forma de tijera. Desde esa posición intentaba que me dejara entrar en su chumino. Y conseguí, después de varios días, romper el himen. Ya nuestras relaciones fueron perfectas, y terminamos formalizando la cosa. Llegó a ser mi compañera, aunque no nos hemos casado. He mantenido relaciones con otras mujeres, aparte de ésta; pero siempre ha sido permanente mi afecto por ella.
Por aquellas fechas, tenía un amigo al que contaba todos mis problemas, pues se encontraba más liberado que yo. Sus relaciones con las mujeres resultaban bastante variadas, ya que cambiaba de pareja con mucha frecuencia.
Gracias a él me introduje en un mundo diferente al que me movía con mi novia. Me presentó a una muchacha, que aquella misma noche se encontraba en mi piso. Mientras tomábamos una copa, comenzó a desnudarse y hacer que yo le acariciase como si ella fuera un perrito de lanas. Sus manos eran hábiles y su boca completaba la labor mordiendo y lamiendo con verdadera fruición en mi cuello y en mi pecho. Dejando que sus dedos bordearan mi polla, para brindarme una verdadera excitación. Luego, follamos en todas las posturas, y quedamos para el día siguiente. Pero no volví a verla nunca más.
Fue la primera de una serie de relaciones sexuales, que mi amigo me proporcionaba con verdadera satisfacción. Una vez me preguntó que si quería joder con su propia mujer. Aquella era una hembra morena de gran atractivo y una sensualidad muy particular.
Yo le consulté para ver si ella quería, y me respondió que se encontraría encantada ya que siempre le había intrigado la experiencia. Quedamos en mi propio piso, y nos encontramos los dos solos. Habíamos venido de una fiesta, y yo le había animado a aceptar lo que fuera sucediendo.
Todo funcionó como si fuera un juego. Pues ella no tardó en quedarse desnuda de medio cuerpo para arriba; mientras, me ofrecía la última copa. Su boca se abría y me besaba mi mano en forma de puño. Le dije que si lo haría con una cosa más caliente y, poco después, tenía mi polla entre sus labios.
Cuando nos encontrábamos tumbados el uno sobre el otro, llegó mi amigo, que se sentó frente a nosotros sin extrañarse para nada de la situación.
Yo seguí besando apasionadamente a su esposa, y comencé a practicarle el cunnilingus. Vi como mi amigo se desnudaba lentamente. Se encontraba visiblemente excitado, al ir acercando su verga a la boca femenina.
Al principio pareció molestarme su presencia; pero, en seguida, encontré distinta la nueva situación y con un atractivo ciertamente particular. Mi amigo la estaba penetrando por detrás; a la vez, ella se colocaba sobre mí. Nuestras cabezas se hallaban prácticamente juntas y, en un momento determinado, él me besó. Sentí su lengua sin que mis labios le opusieran ninguna resistencia, y llegué al orgasmo prácticamente en seguida.
Nos encontrábamos cansados pero felices. Los tres desnudos sobre la cama. Mi amigo comenzó a pasar sus manos sobre mi cuerpo, cubriéndomelo de besos. Yo me asombraba de mi propia excitación, de una erección como nunca había sospechado. Entonces, contemplé con verdaderos deseos como él recogía mi polla entre sus labios y comenzaba una felación.
A la mañana siguiente, sentí unos enormes remordimientos. Me desperté muy temprano, y contemplé a los dos que dormían plácidamente. Pero, rápidamente, la sonrisa de mi amigo y la expresión de felicidad que tenía ella me devolvieron la tranquilidad.
Cuando me iba, él me dijo que volviese aquella tarde para charlar. En el momento que lo hice, me lancé en sus brazos llorando porque pensaba que había perdido parte de mi virilidad, que se notaría que algo se había afeminado en mi persona.
Mi amigo me dijo que precisamente me deseaba por lo varonil que yo era, y que le gustaban los platos fuertes tanto en mujeres como en hombres. Lo mío era tan solo un problema de bisexualidad, ya que me entendía en los dos «idiomas» carnales, y por cierto muy bien.
Aquella misma tarde nos acostamos juntos otra vez. Yo había comenzado el nuevo camino y algo me impulsaba a llegar hasta el fondo. Sentí como la polla de mi amigo, suficientemente untada de vaselina, penetraba en mi ano y llegaba hasta dentro en una combinación de placer y dolor que jamás había probado. También recibí de nuevo la dulce sensación de su boca sobre mi picha.
En los días siguientes continuamos las relaciones, aunque las alternábamos con salidas heteros y «menages a trois» con la morena que parecía bastante acostumbrada a estos trotes.
Mi bisexualidad me había equilibrado extraordinariamente, y volví con mi antigua novia. Con esta mantenía unas uniones satisfactorias, sabiendo que al día siguiente me encontraría con mi amigo para pasar un rato agradable, disfrutando de otro concepto de la lujuria.
Acabo de exponeros la base de mi vida actual, en la que ambos nos hemos casado; pero seguimos viéndonos, aunque nuestras esposas no sepan nada por los prejuicios que siempre envuelven las relaciones de este tipo. Yo no he mantenido más aventuras con nadie, y él me guarda fidelidad en cuanto a eso. Puedo considerarme feliz. Lo cierto es que reconozco y disfruto de mi bisexualidad.
He de reconocer que las cosas nunca son tan simples como se pueden dejar ver en un Relato. Es cierto que con mi amigo lo paso de maravilla, pero el simple hecho de tenernos que esconder de nuestras esposas, por el miedo al escándalo que se produciría, nos mantiene en una situación de hipocresía que no beneficia las cosas. A veces introduce unos elementos morbosos a la relación, sobre todo cuando tenemos el tiempo justo y corremos el riesgo de ser sorprendidos.
Hubo un tiempo que lo hacíamos en su casa o en la mía, cerrando las puertas con el pestillo. Pero, al llegar nuestras esposas y encontrarnos encerrados, debíamos inventar una disculpa razonable; por ejemplo, que estábamos planeando darles unas sorpresas —escribo en plural, aunque las dos no se conocen, para dar idea de que ambas reaccionan de la misma manera—. Además, el placer sexual te deja en los ojos una especie de «chiribitas», una coloración poco natural, y un optimismo que nunca puede obedecer a un simple «escondite para sorprender». En vista de que se mosqueaban bastante, debimos elegir un apartamento de un compañero, algún cine o nuestros propios coches. También hoteles nos quedamos en Hoteles. Bueno, éste es mi juego bisexual.
LEANDRO – SEVILLA