Nunca fui un tío lanzado, además estaba en una época en la cual mis fantasías giraban en torno a mujeres que no fuesen chavalas. Las chavalas me aburrían. Estudiaba bastante, pues para eso estaba viviendo en la ciudad, y quería terminar rápido mis estudios. Pero el problema era que no conocía mucha gente y los de la universidad eran de mi edad, y he dicho antes que no era lo que buscaba.
Generalmente me las apañaba solo, me había alquilado un piso muy pequeño donde llevaba de vez en cuando a alguna tía, o simplemente me ponía vídeos pornos y acababa masturbándome, pero ya estaba harto, y en los vídeos que solía ver también salían contactos.
No conocía nada del sistema, de cómo funcionaba y si eran reales. Ante la duda, y para no hacer el primo, no respondí ninguno de los que veía, sino que envié el talón y coloqué uno yo, a mi gusto y medida. Tardó una semana y media en salir, y luego otra semana hasta que me llegó la primera respuesta. Estaba un poco nervioso cuando abrí el correo donde encontré la foto de una tía de unos 34 años, en bañador y que estaba algo rellenita pero la mar de buena.
Decía llamarse Iris y ponía un teléfono y unas horas de llamar. Decidí no hacerlo hasta el otro día, para pensarme qué decirle. Yo no tenía casi nada de experiencia en cuestión de mujeres, pero lo que sí sabía (me lo habían dicho) era que tenía una polla más grande de lo normal y eso me daba una cierta confianza aunque sabía que no era lo más importante, como me lo demostró luego la experiencia.
Cuando nos encontramos con Iris, en una cafetería, nos gustamos, ella no dejaba de mirarme y yo igual. Me contó que se iba de la ciudad muy pronto, y deseaba despedirse bien. Capté en seguida lo de «bien» y la invité a mi apartamento.
Una vez allí, serví una bebida y puse música. Bailamos un ratito y mientras evolucionábamos con la música, nos besamos apasionadamente. Era una mujer muy caliente, o tenía, como yo, muchas ganas. A partir de eso todo fue más fácil. Se apoyó en mí permitiendo que desabrochara su blusa y luego el sujetador.
Saqué una de sus tetas que eran redondas y caídas, y después de observarla me dediqué a chuparla. Eso le gustaba, movió la cabeza hacia atrás y cerró los ojos para gozar. Mientras yo me prodigaba en la chupada, descordó su falda y la dejó caer, quedando en bragas.
Cuando me percaté, la conduje hasta la cama donde nos estiramos. Supe que tenía más experiencia que yo, cuando me hizo estar quieto, para dejarla desvestirme. Cuando por la presión del calzoncillo, salió mi picha, envarándose, hizo una leve exclamación abordándola con su boca. La mordía, la lamia y hasta intentaba tragarla. No creí que me corriese tan pronto, pero no lo pude evitar, haciéndolo en su boca.
Le pedí perdón, pero con la boca aún chorreando semen por las comisuras, sonrió y dijo que ya tendría tiempo ella de gozarme. Y lo hizo ¡vaya si lo hizo! Me hizo echarle dos más hasta que si sintió satisfecha, luego marchó pidiéndome que la llamara otra vez. Se lo prometí. Al otro día cuando me levanté, encontré otra respuesta en el buzón.
Era de parte de una señora, que decía escribir como emisaria de ella y de unas amigas, dando un correo diferente para que enviara una foto mía, decía además que si les gustaba no me arrepentiría. No sabía si era una broma, pero respondí. Adjunté una foto mía en pantalones de deporte donde demostraba «paquete» y la envié automáticamente. Puse además mi teléfono.
Una noche, tres días después, recibí una llamada misteriosa. Pronto supe que era Lina la del correo, que me invitaba a una casa en la tarde del jueves siguiente. Entre bromas, pregunté cómo era, pues no tenía foto suya, respondió:
—Tranquilo chico, como te escribí, no soy yo sola, podrás elegir.
No llamé a Iris, toda mi intención se fijaba en esperar el día señalado. El jueves. Cuando llegó, otra vez estaba algo nervioso sin saber si no era una broma. Cuando llegué a la dirección, vi que era una casa de pisos muy lujosos.
Subí hasta el cuarto y llamé a la puerta. Me atendió una mujer elegantemente vestida, y maquillada. Rubia de unos cuarenta años y muy bella.
—Hola, tú debes ser Efraín, eres puntual, pasa. Dentro del lujoso pero frío apartamento, había tres mujeres más, en cierto modo parecidas a la que me atendió. Me recibieron con alegría y dando un beso en mis mejillas. No entendía nada.
Me sirvieron una copa, y Lina se explicó. Eran todas casadas y aburridas de que sus maridos sólo se dedicaran a hacer dinero con sus empresas. Necesitaban pasarlo bien de alguna manera y por eso habían alquilado ese apartamento. Dijeron que si era reservado y coincidíamos, me harían un buen regalo.
A partir de eso, nos pusimos a charlar alegremente. Hicimos bromas y una de ellas, de unos cincuenta años que tenía una cara de rasgos sudamericanos, me preguntó si no era una fardada ese paquete de la foto. Ya comenzaba el juego, pensé.
Le respondí que era cuestión de averiguarlo, ante lo cual se me acercó con esa intención. Pero otra de ellas, la más joven, la interrumpió y dijo que debía ser yo quien decidiera quien le gustaba. Como en realidad no lo había decidido, dije que todas lo harían mejor. Festejaron mi decisión y me rodearon. Me dejé hacer, estaba como en la gloria, cuatro mujeres maduras y expertas para mí solo. Cerré los ojos para sentir sus manos desnudarme.
Cuando estuve en pelota picada, mi polla estaba morcillona y excitada, para lo cual hubo candidatas a ponérmela bien. Pedí que para que la fiesta fuese completa, se desnudaran entre ellas, y lo hicieron mientras yo miraba.
Había una, Lina, que tenía un par de tetorras que parecían cántaros. ¡Joder qué globos! Y le dije mi deseo de hacer algo con ellas. —Ven querido, dijo mientras se estiraba en el sofá y juntaba ambas tetas con las manos, ven que te voy a enseñar un nido donde podrá anidar tu gran pájaro. Y me acerqué metiendo la picha entre las carnosas y abundantes ubres de Lina.
Las otras me acariciaban por detrás, una acercaba las tetas para que se las chupara, y cuando lo hice me pidió que se las mordiera. A ser sinceros, no pude con todas, pero todos nos lo pasamos bomba.
Volví, pero ya más confiado el jueves siguiente, día que ellas se «dedicaban» a jugar al bridge, según decían en sus casas. La visita siguiente me tenían preparado un reloj de pulsera, «para que siguiera siendo puntual», según dijeron.
—Ven querido, dijo mientras se estiraba y juntaba ambas tetorras con sus manos, ven que te voy a enseñar un nido donde podrá anidar tu gran Pájaro.
Alberto – Madrid