Cuanto más hondo mejor

Yo me había casado con Antonio porque era un cerdo en las cuestiones referentes al Sexo. A mí el placer me llega a la sangre, lo siento como algo que debo buscar igual que el agua y la comida. Nada más ver la polla de mi bigotitos, después de haber tenido a mi disposición más de una veintena en mis siete años de actividad sexual, supe que había encontrado la que mejor me iba a calzar. No me equivoqué. Hay muchos detalles que permiten saber seleccionar.

Antonio me demostró que sabía utilizar la polla, como un campeón, con la particularidad de que no era la cama el lugar preferente para sus demostraciones de virilidad. Cualquier lugar le servía, sobre todo el interior de su coche. Con los asientos abatidos, las ventanillas abiertas y una música en la radio ya teníamos ambiente.

La cosa funcionó extraordinariamente la primera vez en su coche; sin embargo, no dije «sí» a sus pretensiones hasta que no hubo llegado la decimosegunda demostración. Y las penetraciones profundas, que obtenían honduras muy satisfactorias para ambos, prosiguieron más allá de los dos años de casados. Lo que seguramente a muchas lectoras de «polvazo» no creo que les resulte sorprendente.

Lo esencial es que él y tú no caigáis en la jodida monotonía. Pero la situación adquirió otra dimensión con la presencia de Pablo. Mi marido tuvo problemas económicos en su negocio de transporte y debió buscarse un socio capitalista, el cual resultó un aprovechado. Lo digo en el más «cachondón» sentido de la palabra.

Pablo también llevaba bigote como Antonio, lo que suponía una pura coincidencia. Los dos no se parecían en nada.

El primero resultó un pesetero que estaba todo el día metiendo las narices en la contabilidad; y como yo era la cajera y quien se cuidaba de los libros, me tocaba tenerle encima o detrás de mí como si fuera mi hombre. No me dejaba en paz.

—¡Cómo hueles, Susana…!

—me decía.

La frasecita siempre la dejaba sin finalizar, para que yo añadiera eso de «así sabré». La cuestión se me atragantó tanto, que acabé planteándosela a mi marido. Y el resultado no pudo ser más sorprendente para mí. Analizad estas palabritas:

—Chica, ¿es que te vas a hacer la estrecha a estas alturas? ¡Te gusta joder más que a un tonto una caja de pinturas! Le citamos a Pablo en el garaje y allí le pruebas como hiciste conmigo. Lo mismo te sirve… ¿Es qué te parece excesiva mi propuesta?

—Por como lo planteas, he de suponer que tú estarás presente, ¿no es cierto, cariño?

—¡Claro que sí! Tú y yo nunca nos juramos una fidelidad eterna; por otra parte, Pablo es guapo…

No creáis que yo acepté a la primera, ni a la segunda. Necesité pensármelo muy bien. Me jode muchísimo meter la gamba en los asuntos del folleteo; y tampoco acostumbro a tomármelos como un juego, por eso me pasé una semana estudiando a Pablo: continuó cerca de mí, pero sin soltar su frasecita. Y progresivamente empecé a verle unos méritos… ¿Acaso pudo en mí la posibilidad de contar con otra polla?

Además me hice esta pregunta:

«¿Por qué en el garaje de nuestro negocio y precisamente un domingo a media mañana?

Íbamos a estar solos y podríamos despendolarnos hasta límites de locura. Yo me quité la falda y las bragas. Nunca llevo sujetador. En cuanto me eché sobre el capó de un Mercedes azul, Pablo y Antonio desenvainaron sus pollas y me las ofrecieron de distintas formas.

Mi marido se había quedado con la chaquetilla de cuero y la camisa. Me sirvió su capullo en la boca: el del otro lo recibí en el coño. Apreté fuerte los muslos.

—¡Por fin te voy a gustar para conocer si tu olor concuerda con lo demás! —dijo Pablo, sin perder su fina ironía.

No era el momento para rechazarle, a pesar de lo que me quedé con las ganas de replicarle. Preferí esperar a comprobar su capacidad de penetración. Como primera actividad su polla se cuidó de apretarme el clítoris y toda la puerta del coño, sin que pareciera muy dispuesto a seguir adentrándose. Pero me cazó.

—¡Cálmate, Susana… Tranquila… que me la muerdes…! —gritó Antonio, en un intento de echarse hacia atrás, debido a que a mí me estaba entrando tal temblorera de placer que había perdido el tono de la mamada. Mi cabeza era un tiovivo.

Y es que el hijo de puta consiguió que me «corriera» como una primeriza. Su forma de torturarme el clítoris me pilló de improviso. Me vi convulsionándome sobre el capó, en una reacción incontrolada de la que no salí hasta que sentí la polla buscando las honduras. Entonces liberé un fuerte suspiro, me sujeté a la cintura de mi marido y, poco a poco, fui alzando el cuerpo para recuperar la cadencia de la mamada de su polla.

Cosa que a él le tranquilizó lo suficiente para retomar su sentido del humor con frases como las siguientes:

—¡Mi socio te ha dado en el huesecillo del gusto, Susana! ¡El tío es exigente en todo; pero se lo sabe hacer jodiendo… Ya has tenido la mejor prueba… Y ahora te está trabajando donde tú deseas!

De buena o mala gana le hubiese mordido el capullo, ya que nunca me ha gustado que hagan exhibición de mis debilidades; sin embargo, me contuve a duras penas. Respiré intensamente.

Me importaba más acompañar las embestidas de Pablo. Al sentir una polla en una zona tan honda, apreté fuerte y me concentré en resistir las pasiones y el deseo de suplicar que se mantuviera allí. Un sobre esfuerzo que estuvo a punto de dejarme agotada.

Afortunadamente, él pareció leer mis pensamientos o lo adivinó por la tensión que mostraba cada músculo de mi pubis y de mis piernas. Un fuego interno comenzó a prender en mis ovarios y tuve el impulso de apretar los dientes. Me detuve a tiempo, al caer en la cuenta de que tenía la polla de mi marido entre los labios. La succioné con intensidad y busqué los cojones, con la única idea de mostrarme agresiva. Alguien tenía que pagarlo.

—¡Cielos… Cómo has puesto a mi mujercita, socio…! —gritó Antonio, satisfecho y sin ningún complejo de «cuernos»—. ¡Ya tienes otra razón para seguir en este negocio que es de los tres…!

Súbitamente, me cogieron por las piernas y los brazos, sin que pueda escribir en qué momento se pusieron de acuerdo con sus miradas, para llevarme al interior del coche. Era un descapotable que les permitió una gran movilidad con sólo abrir la portezuela izquierda. Aprovecharon todas las posibilidades.

—¿Acaso me estáis proponiendo que me cuide de vuestras herramientas, hermosos míos? —les pregunté, al observar que estaban dejando sus pollas a la altura de mi boca— ¡Por mí encantada de serviros… Adelante! ¡Pero no me hago responsable de lo que suceda!

Estaban a punto de explosionar con su leche. Un poco de actividad lingual y unas oportunas mamadas me permitieron recibirla, ya fuese en la garganta como en las tetas. Pablo resultó el más generoso, debido a que sólo había eyaculado una vez. De esta manera sellamos un sólido pacto, que a mí me vino de perlas.

Porque conté con un amante que cumple un doble papel. Yo me siento plenamente satisfecha, ya que puedo recibir un buen polvo en el lugar más inesperado. Un día llegamos a hacerlo mientras yo estaba llamando por teléfono. No lo dejé. Me bajó las bragas, que puso a la altura de mis rodillas y me hincó por detrás.

Me noté elevada por un gato hidráulico; y a punto estuve de gritar al cogerme él las tetas, estrujándolas, porque se iba a correr. Afortunadamente, yo había dejado de hablar. Colgué el auricular y me entregué a aquel polvo con todo el ímpetu de una mujer liberada.

En la actualidad formamos una sociedad de tres que se mantiene sin ningún altibajo. No existen los celos, pues he llegado a irme de vacaciones con Pablo y mi marido se ha quedado cuidando del trabajo.

Susana – Bilbao