De virgen a golfa

Creo que vale la pena que cuente mi historia. Naturalmente se trata de una experiencia de sexo, aunque no esté ahí el meollo de la cuestión. Por supuesto que hablaré de pollas y de coños. Sin embargo, al margen de lo que puedan suponer, quiero explicarles algo que resultará interesante. Durante dos años fui un marido amante y paciente, que intentaba vencer ciertas reservas de mi mujer. Confieso que no resolví una tarea simple; pero, al final, lo conseguí.

No se rían. Cuando hace años me casé con Margarita, puedo asegurarles que ella era virgen. Por un lado este hecho debería aparecer agradable; por otro, llega a convertirse en un verdadero desastre. Piensen lo que significaba la cama a una doncella que, al ver la polla, le faltaba poco para preguntar qué era aquello.

Tuve que enseñárselo todo, y no exagero ni un ápice. Para ella el hecho de abrir las piernas y permitir que mi polla la penetrase, resultaba algo sorprendente. Se quedaba inmóvil, con los ojos extraviados, y en una actitud semejante a la de alguien que estuviese rezando. Por supuesto, su tensión llegaba a tales extremos que resultaba imposible llevarla a conseguir el orgasmo.

Ante estas dificultades decidí actuar con calma, para tratar de convencerla de que el sexo es la cosa más bella del mundo, que nunca debía considerarlo un pecado y que más bien el error estaba en no llevarlo a la práctica. Durante una temporada llegué incluso a pensar que me había casado con una frígida; sin embargo, después, me convencí de todo lo contrario.

La culpa de todo la tenía su madre, que con una educación tan desastrosa estuvo a punto de anular a una de las más bellas criaturas que he encontrado en toda mi vida. Llegué a tiempo para salvarla, pero casi por los pelos. Paso a paso fui consiguiendo que se relajara, que abriese las piernas formando una sonrisa. A pesar de todo lo anterior, la materia prima era excelente.

En el momento que la polla estaba dentro de su coño, su cuerpo empezaba a moverse automáticamente, reaccionando a la vieja llamada del sexo. Sin que importasen todos los tabúes que le habían inculcado. Recuerdo como algo maravilloso su primer orgasmo.

Rita se notaba aturdida, inundada de placer. Le parecía imposible que un trozo de carne dura pudiese llegar a brindarle tanta felicidad. Sin embargo, la primera vez que le ofrecí la verga para que la mamase, ella me miró como si no comprendiera nada, sin pasarle ni siquiera por la cabeza que ese acto pudiera realizarse.

—Ahora te lo explicaré, tesoro —le dije, con naturalidad—. Debes metértela en la boca y chuparla como si mi capullo fuera un caramelo.

Rita compuso un gesto de extrañeza y dejé de insistir en aquella ocasión. Pensé que debía esperar un poco más, si quería obtener cierto tipo de prácticas sexuales.

En los días que siguieron no abandoné mis lecciones eróticas, hasta que, de una forma definitiva, gané la batalla. Nunca olvidaré la noche en que Rita se abrió totalmente, su boca incluida, para recibir mi polla. Tomó con sus labios el capullo igual que si estuviera efectuando una especie de ceremonia. Mantenía los ojos cerrados, quizá avergonzada por lo que estaba haciendo.

La verdad es que, el hecho en sí, aunque parezca algo fácil, en realidad no lo es. Se requiere un poco de técnica, que se va adquiriendo a medida que se practica la felación. Pero, teniéndome a mí como profesor, la cosa funcionó con mayor rapidez de lo que era de esperar. Llegó incluso a sorprenderme.

En resumen, al cabo de un mes escaso mi mujer se había convertido en una mamona extraordinaria y en una amante perfecta. Respecto a esta cuestión, ya no tuvimos el menor problema, y follábamos fabulosamente compenetrados.

De esta manera las cosas marchaban bien hasta un cierto punto; no obstante, al poco tiempo se presentó un problemilla. Resumiendo las cosas, escribiré que un día conocí a una chica rubia estupenda, con la que me propuse ir a la cama. A mi mujer le dije que debía quedarme en la oficina.

La verdad que esto no significaba que yo hubiese dejado de amar a mi mujer; pero, a veces se presentan ocasiones en la vida que sería absurdo desperdiciar. Naturalmente no le dije nada a Rita.

Más adelante, pensando que al toro había que cogerle por los cuernos, decidí contarle toda la verdad. De forma muy ligera le fui narrando los sucedido. Su reacción fue terrible. Se puso más rabiosa que una fiera. Para castigarme echó el cierre a su coño. Así me tuvo durante una semana. Yo no me atreví a abrir la boca para protestar, pues temía sus reacciones.

Cuando hicimos las paces, sucedió algo que realmente no me esperaba. Rita me dijo:

—¿Sabes una cosa? No creas que la faena que me has hecho la he olvidado, ni mucho menos. Todavía me ronda por la cabeza. Pero, como tú bien sabes, los hombres y las mujeres tenemos las mismas necesidades sexuales y los mismos derechos. ¡En base a todo esto te diré que me he acostado con tu mejor amigo!

Me quedé tan sorprendido que no pude decir ni una palabra. Aquella noticia me dejó helado, pues sabía que mi esposa era de esas personas que no mienten jamás. Tuve que silenciar los reproches. Hasta que, pasados varios días, una noche ella regresó a casa mucho más tarde de lo normal. Inmediatamente me di cuenta de que había estado con otro hombre; pero tampoco le dije nada al respecto.

Acusé bien el golpe. No le monté ni la menor escena, y ni siquiera le pregunté quién era el otro. Pronto advertí que a Rita mi comportamiento le sorprendía muchísimo. Y esa aparente falta de interés por mi parte le llevó a pensar que debía contarme todo lo sucedido.

Por aquellas fechas, mi esposa se había convertido en una folladora de primera, en una golfa adorable. Había puesto en práctica a la perfección todas y cada una de las lecciones que yo le había dado. Por lo tanto, llegado a este punto, un día le propuse lo siguiente:

—Querida, como ves somos un matrimonio muy liberado: tú has perdido todos tus miedos y ahora lo haces maravillosamente. Por lo tanto, la cosa marcha bien entre nosotros. Pero creo que podría ir mejor. ¿Por qué no hacemos un experimento?

Ella me miró con extrañeza. Recuerdo que acababa de mamarme la polla y se había tragado todo el esperma. Antes que pudiera reaccionar, le seguí diciendo:

—Tengo una amiga, a la que tú no conoces, que estaría dispuesta a follar con los dos. A mí me parece una idea estupenda. Por supuesto no quiero que te veas forzada. Sólo lo haremos si a ti te apetece.

Mi esposa no contestó inmediatamente. Encendió un cigarrillo y me miró durante un rato; al final exclamó:

—¡De acuerdo!

Y fue así como llegamos al punto que más me interesaba. Sin embargo, debo confesarles que aquella propuesta había sido un «bluff»; es decir, yo no tenía ninguna amiga dispuesta a montar un número semejante. Pero la conseguí. Resolví el problema telefoneando a Luisa, una antigua amante, que aceptó al momento. No por el hecho de joder los tres, sino porque deseaba ardientemente recuperar mi polla y comerse el coño de Rita, a la que había visto dos veces en la calle.

De esta forma nos dimos cita en nuestra casa. De nuevo mi mujer me dejó estupefacto, pues trataba a Luisa como si fuera una vieja amiga. Charlamos un rato y bebimos unas copas. Me encantaba observar las reacciones de Rita.

Llegando el momento de irnos a la cama, se había establecido tal confianza y creado un ambiente tan excelente, que me las prometí muy felices. La verdad es que fue así.

Debo confesaros que yo no era un novato en estas lides; sin embargo, el hecho de tener dos coños para mí sólo podía crearme ciertos problemas. A mi esposa y a Luisa no les ocurría nada semejante. Pareció más bien que eso de ir las dos al lecho con un hombre resultase algo cotidiano, que lo hubieran realizado con frecuencia.

Rita se sintió tan generosa, que permitió a su compañera iniciar las operaciones. Por lo tanto, fue Luisa la que, con mucho estilo, se metió mi polla en la boca. Su técnica era distinta a la de mi mujer. La verdad es que se reconocía enseguida la diferencia de… bocas.

Cuando estábamos juntos, recuerdo que Luisa me hacía mucho bien chupándomela. Era algo extraordinario y creo que vale la pena describir su técnica: todo se basaba en el ritmo, haciendo trabajar los labios, más que la lengua y los dientes. No sé cómo se las ingeniaba, pero era capaz de oprimir la polla deliciosamente, efectuando con su boca unos movimientos rápidos, realmente impresionantes, condición de invitada. Por lo tanto, para no crearme demasiados problemas, lo dejé al azar. Al mismo tiempo, las dos mujeres habían decidido cambiar la acción. Deseaban sentir la polla dentro de sus coños.

Luisa esperó a que mi mujer soltara la presa y, tomando la verga entre sus manos, se la puso junto al chumino. Sin que se produjera la penetración, pude rozarla con la punta del capullo. Sentí un calor irresistible.

De un empujón certero me introduje en aquel delicioso recinto. En un momento determinado debí pedirle que lo realizase más lentamente, pues corría el peligro de eyacular y no quería que la cosa finalizase tan pronto.

En aquel punto Rita cogió el relevo. Ya se había convertido en una chupadora de primer orden. Comenzó con delicadeza, pasando la lengua llena de saliva alrededor del capullo. Luego, la miró con firmeza, me la recogió con los labios, y se dedicó a imprimirla un movimiento fabuloso, cada vez más acelerado. Sin dejar de lamer alrededor de todo el órgano.

Viéndola entregada a la tarea, tan experta y satisfecha, pensé que quizá me había estado engañando todo aquel tiempo. Tal vez cuando se casó conmigo ya tenía experiencia. Pero era imposible. Rita siempre había sido honrada y transparente. Además, comprobé su virginidad durante la noche de bodas.

Ella no me dejaba ni un momento. Mientras, Luisa nos miraba, acariciándose el clítoris con sus dos manos. Tremendamente excitada ante la escena que le ofrecíamos para recreo de sus ojos. Lentamente fue notando cómo el punto final se iba acercando. Temiendo una descarga que hubiera sido totalmente inoportuna en aquel momento.

La técnica de mi mujer, la escena de Luisa masturbándose, me habían llevado a un estado de excitación incontrolado. La verdad es que no sabía qué hacer. Si decidirme a eyacular dentro de la boca de una o de la otra.

El instinto me decía que el honor debía ser para mi esposa; pero también Luisa había adquirido cierto derecho.

Me pareció maravilloso sentir, por unos instantes, la emoción de estar realizando algo ya conocido anteriormente: repetir la visita al coño de Luisa.

Me dio la impresión de que ella sentía lo mismo que yo. Se movía de una forma extraordinaria, permiténdome avanzar tanto que pensé que iba a correrme de un momento a otro. En efecto, sin intentar retener por más tiempo la eyaculación, inundé el coño de mi antigua amante con un líquido lechoso y caliente que le hizo estremecerse. Pasamos «enguilados» unos instantes. Y cuando me retiré de ella, vi con sorpresa que se acercaba a mi mujer, para comenzar a chupar los pezones con avidez a quien ya no era su rival.

Las dos se dedicaron a besarse en los labios: primero, dulce-mente; y, luego, con una glotonería tremenda. Las caricias se multiplicaron entre ellas. Yo las miraba entre sorprendido y maravillado, comprobando sobre todo como mi mujer gozaba de una situación que unos meses antes hubiese considerado inadmisible. Se chuparon por todas partes, e intensificaron las caricias de sus dedos. Por lo que pensé:

«Ya sé que la próxima vez querrás vengarte de mí, y que pretenderás que sean un par de pollas las que te penetren a ti, ¿verdad, Rita? ¡Lo «anormal» es que yo te lo consentiré!».

Manuel – Madrid