Despecho amoroso

Soy un gay de cerca de sesenta años, y siempre me he sentido atraído por jóvenes norteafricanos, a los que muchos llaman magrebíes. Cuando son jóvenes suelen ser hermosísimos. La mayor parte de ellos, poseen un miembro viril de excepcionales dimensiones y una potencia sexual como no suele darse entre europeos. Excluyo de esta clase a un guapísimo cordobés, con el que en un tiempo pasado llegué a follar catorce veces en cuatro días.

El cordobés aquél tenía una polla de una talla pequeña; sin embargo, me proporcionó uno de los mejores recuerdos de mi vida amorosa. Este chico, llamado Julio Alberto, se empezó a interesar más por las chicas que por los hombres y llegó un momento en que le perdí de vista.

Lo que es fastidioso es que la mayor parte de los magrebíes no follan con los hombres más que por interés. Para conseguir sus «servicios» hay que pagar. Y, además, no suelen querer otra cosa que practicar la sodomización sobre ti.

Hace tiempo esto me gustaba mucho; pero, ahora, a causa de una operación intestinal —hago hincapié en que no tiene nada que ver con mis preferencias sexuales—, ya no puedo permitirme eso de que me penetren por el ano, aunque en el fondo siempre lo esté deseando.

Hacia 2010, me sucedió por última vez. Era cuando frecuentaba los urinarios de una estación de ferrocarril, conocí a un espléndido argelino que tenía un miembro de una longitud y de un grosor extraordinarios. Salimos de allí, convenimos un precio y nos encontramos en un cine, donde en aquella época había rincones muy acogedores y los lavabos también lo eran.

En la oscuridad, pegó su muslo al mío y, tomándome la mano, la llevó hacia su bragueta ya abierta. Me apoderé de su falo y lo acaricié con pasión. Aquel joven durante ese tiempo abrió rápidamente mi pantalón y, después de una caricia a mi polla en erección, dejó resbalar su mano entre mis muslos… Hasta alcanzarme el agujero anal. La sensación resultó electrizante y, cuando me dijo que le siguiera al lavabo, no lo dudé ni un instante.

Contrariamente a lo que solía ocurrir con sus compañeros de raza, me besó en la boca con tanta dulzura que estuve dispuesto a cualquier cosa con tal de hacerle feliz. Nos metimos en un retrete, que tenía unos orificios por donde todo el rato me hizo el efecto que alguien nos observaba. Pero, me hallaba demasiado excitado para preocuparme por aquello.

Al cabo de un momento, mi amigo hizo que me diese la vuelta. Yo sentía a la vez un gran deseo de lo que me iba a hacer y mucho miedo de sufrir.

En seguida me penetró, y noté un vivísimo dolor; sin embargo, él me pidió que me relajara y no me preocupase de nada. Y sacó su verga, para lubricarla con su saliva; luego, volvió a hundirla en mi ano, diciendo que si de verdad le deseaba su glande entraría solo.

Efectivamente, su contacto provocó lo que yo nunca habría creído posible. Todo su miembro entró dentro de mí, sin que mi compañero hiciera el menor movimiento. Después, el vaivén fue sencillamente delicioso. Acabó eyaculando dentro de mí, temblando los dos de los pies a la cabeza. Por último, el amoroso joven me masturbó muy lentamente, proporcionándome un orgasmo incomparable.

No podíamos quedarnos allí. Le llevé a casa de unos amigos, que estaban de vacaciones y a quienes cuidaba el gato en su ausencia. Volvimos a follar tres veces antes de separarnos. Me propuso que pasáramos la noche juntos, asegurándome que me haría gozar seis veces más.

No obstante, me dio miedo, por el hecho de no estar en mi propio hogar.

Lo siento, aquel era un guapo y honrado muchacho, al que cuando fui a pagar lo que habíamos convenido, cerró mi mano sobre los billetes de banco y acalló mis protestas con un largo beso. A pesar de que quedamos en encontrarnos, nunca más le volví a ver. Llegaron a contarme que le había detenido la Policía por escándalo público y que, después de una condena excesivamente severa para un delito tan pequeño, seis meses de prisión, creo que le expulsaron del país.

Luego, he conocido a otros argelinos, tunecinos, marroquíes, etc., que me han dado placer, aunque siempre he tenido que pagarles al encontrarnos.

Iba al cine del que he escrito, y me sentaba dejando una butaca libre a cada lado. Era raro que no se acercara algún hombre que me gustara, con el que tratase de hacer un aproximamiento. A veces, por medio del contacto tímido de una rodilla; y otras, más directamente una mano colocada sobre el pantalón, buscando mi polla en erección.

Hace mucho tiempo durante meses tuve un amante de veintidós años, que se llamaba Habib. Al contrario que los otros africanos del norte, tenía una verga de pequeñas dimensiones y, además, padecía de eyaculación precoz. A pesar de eso, nos entendíamos muy bien y follábamos cinco veces cada noche. Y, cosa rara en estos chicos, le gustaba practicar la felación, y la realizaba con tal arte que me arrancaba verdaderos gritos.

Si no hubiera tenido que volver a su país, a causa de la muerte de su padre, yo creo que todavía viviríamos juntos. Habib era un chico muy tierno y muy pegado a mí. La vida nos separó totalmente. Hoy día debe tener ya cerca de treinta años. Guardo de él la imagen de un muchacho fresco, simpático y siempre sonriente. Su dulzura y su sensualidad me marcaron para siempre.

Luego, tuve otros amores todos decepcionantes tanto en el plano sexual como en el sentimental. Mis compatriotas son egoístas, aprovechados, fríos y la capacidad sexual que se atribuyen ellos mismos no tienen el menor fundamento.

Después de muchas peripecias, de una vida muy movida y muy apasionante en muchos aspectos, heme aquí en una pequeña ciudad sin alma. Hay chicos guapos; pero no creo que muchos estén dispuestos a follar con otro hombre. Cada uno va con su chica, pegados como la lapa a la roca.

Hace poco conocí a un marroquí de treinta y tres años. No muy guapo; pero inteligente y de espíritu inquieto. Físicamente resultaba delgado como un hilo. Estaba casi en la miseria cuando le propuse venirse a vivir conmigo. Sin embargo, ahí quedó todo. Él era heterosexual y en su vida había una chica también delgadísima y muy frívola que me horripilaba. Aunque fuese una universitaria, a mí me parecía estúpida, desprovista de espíritu y muy indiferente a los auténticos problemas de aquel hombre que pretendía amar.

A pesar de la presencia de este chico del que quizá estaba algo enamorado, me sentía atrozmente solo. A veces pienso que acaso pude llegar a tener una relación con alguno de mis jóvenes; pero me doy cuenta de que es una vana ilusión.

Lo peor es que apenas tengo dinero. Me cuesta cada vez más llegar a fin de mes. Conozco a un marroquí que por 30 se deja hacer una felación en un urinario público. Lo peor es que no siempre me sobra ese dinero.

También en la estación hay un lugar, que los iniciados llaman «el gran salón». Lo frecuentan prostitutos, entre ellos magrebíes atractivos, poseedores de pollas gigantescas como a mí me gustan; sin embargo, ¿cómo pagar sus servicios? Aparte de que no son todos de fiar, y corres el riesgo de que lleguen a agredirte sin ninguna contrapartida.

A pesar de mi edad, mi capacidad sexual permanece intacta y para asegurar mi equilibrio psíquico necesitaría follar al menos una vez al día —o más veces aún—. A falta de algo mejor, me masturbo. No es desagradable; pero no se puede comparar con la delicia de besar y acariciar un cuerpo, de chupar una picha hasta llegar a la eyaculación y tragar el esperma que es el más divino de los néctares.

Juan – Cádiz