Donde las das te follan

Jugar con fuego trae alguna que otra sorpresa; algo que yo debí evitar porque me consideraba que me las sabía todas. Pero, ¡ya veréis lo que sucedió!

Es posible que mi condición de «lanzada» se lo deba a que soy la mayor de cinco hermanos —tres chicas y dos chicos—, a los que casi yo crié al tener mi madre que estar siempre trabajando fuera de casa por su condición de viuda. No lo lamento, porque esto me ha proporcionado una gran soltura. No me corto ante nada ni ante nadie.

Todos nosotros salimos adelante con bastante fortuna, acaso porque habíamos visto el lado más duro y sacrificado de la existencia. Cada una de las cosas que íbamos consiguiendo nos parecían los mejores trofeos, algo que no queríamos perder jamás.

Nunca he podido estar en la universidad; pero terminé el Bachillerato, sé dos idiomas y completé un curso de tres años de informática. Ya veis que reúno las condiciones adecuadas para trabajar en una buena empresa y ganar un dinerito para mí sola.

A los 26 años conseguí la independencia, cuando ya mis hermanos se podían valer por sí mismos y nuestra madre contaba con un empleo menos duro. Entonces me dediqué a conocer a los hombres al desnudo. Lo de antes habían sido aventuras sin futuro, escarceos sentimentales que fallaban por mis necesidades económicas y lo liada que estaba con los estudios. Pero cuando encontré la estabilidad económica y social me lancé en busca de lo que me gustaba.

Valentín es un mecánico que tiene un taller de reparaciones a pocos metros del edificio en el que yo vivo. Al dejar allí por vez primera mi «Opel», él tipo me atrajo una barbaridad. Lo mío no fue una fascinación pasajera, ya que estuve pensando en él aquella noche y todo el día siguiente. Una realidad que me llevó a tomar la iniciativa.

Sabía que mi coche no estaría reparado hasta el jueves, es decir, a las cuatro fechas de haberlo dejado. Pero me presenté en el taller a la última hora. Por suerte encontré a Valentín solo. Ya se había lavado y se disponía a echar el cierre.

—No me voy a ir —le anuncié acercando mi boca a su oreja izquierda—. ¡Dame caña, morenazo! ¡Quiero verga en cantidades industriales!

Valentín cerró el taller con la puerta de chapa ondulada, colocó los candados y las barras de seguridad y se volvió hacia mí. Le brillaban los ojos de una forma diabólica. Cuando se colocó pegado a mi espalda, percibí el aroma de su colonia varonil.

—Hueles a currante que no da un trabajo por imposible —musité girando un poco la cabeza para mirarle—. ¿Crees que lo mío tiene «remedio»? Lo mismo te parece excesivo…

Se ahorró la contestación verbal, porque estaba siendo su verga la que hablaba por él. Yo me había quitado la blusa y mantenía recogida la falda sobre la cintura; y como no llevaba bragas, su verga pudo golpearme como un bastón en los labios vaginales al meterse por detrás y entre mis muslos. Me di la vuelta. Le besé en la boca, poniendo mi lengua en contacto con la suya y después…

—Esto es mejor de lo que yo suponía —dije al mismo tiempo que agarraba el nabo más durísimo de lo que yo suponía—. ¿Te apetece una rechupadita, morenazo? Las doy de primera…

El mecánico se dejó llevar por mí hasta un coche descapotable que permanecía abierto. Le empujé para que se sentara en la parte delantera; y él tuvo el detalle de echar hacia atrás su cuerpo y el asiento que ocupaba. Su verga estaba en la situación más poderosa: bien alzada y apuntando a mi chumino, ya que acababa de abrirme bien de muslos y piernas.

Me agaché como si fuera a cagar, y mi boca se transformó en una «minipimer» al tener su capullo sobre la lengua y bien rodeado por mis labios. Pero no quise aplicar la quinta marcha, al comprender que corría el riesgo de que a él le estallase la corrida. Para estas situaciones siempre soy muy precavida. Cosas que se aprenden con la experiencia.

Por unos instantes temí que fuera uno de esos tipos que creen que sólo se puede soltar una lechada por hembra. Pero con el paladar activo, la garganta produciendo absorciones y la lengua súper activa, acabé por concentrarme en la mamada. ¡Cuándo yo me tomo una cosa en serio se puede «armar la de Dios»!

—Rafaela, que me vas a dejar el nabo completamente pelado —me avisó Valentín, intentando bromear cuando se adivinaba un cierto miedo—. Preferiría joderte, ¿eh?

—Conforme, morenazo —acepté poniéndome de pie— . Siempre lo he querido hacer en plan «chapuza» de taller… ¡Y nada mejor que improvisar el lugar de la follada en un coche tan cómodo como éste!

Valentín me besó en la boca, acaso para impedir que continuara hablando; después, me cogió en sus brazos, me sacó de allí y fue a colocarme sobre el capó del vehículo. En esta postura me la metió a fondo manteniendo mis piernas bien abiertas.

—¡Ay, morenazo, ay… Que ya está aquí…! —grité sorprendida, al haber sido «cazada» por el orgasmo cuando creí que iba a llegarme más tarde—¡Ha debido ser lo profundo que me has entrado… y cómo te mueves en mi interior… Mmmmhhh…! ¡Trabajo de primera!

Me quedé callada, saboreando aquel momento maravilloso. Sin embargo, continué agitándome con mis bajos y mis piernas.

Todo en mí quería responder a la inercia que me marcaban las embestidas de Valentín. Porque era un experto amante, al que mi forma de pedirle el polvo no debía haberle extrañado… ¡Por lo que veía cada vez somos más las mujeres que buscamos lo que queremos sin cortarnos ni un pelo!

—¡Cómo aguantas, morenazo! —dije con admiración—. Y de esto sabes un montón.. ¿Cuántos chochos has «reparado» en este taller? Debes ser muy solicitado por las clientas que te traen sus coches…

—Tú eres la segunda, Rafaela… La otra fue una chiquilla con la que salía hace años. Por entonces yo era sólo un oficial de primera. Como no teníamos otro sitio donde hacerlo…

La voz se le debilitaba por momentos y se veía forzado a hacer algunas pausas, sin que esto pareciera afectar a la intensidad de sus penetraciones. De repente…

Comenzó a entrarme en el coño su semen en chorretones muy intensos, que me llevó a quedar completamente tumbada en el capó. Hubo un instante que temí verme proyectada contra el suelo. Pero él continuaba sujetándome por las piernas. Fue algo tremendo.

—Para ser nuestro estreno creo que no han podido ir mejor las cosas, morenazo —bromeé haciendo intención de bajarme del capó—. Espero que te hayan quedado ganas de repetir conmigo. Sólo tienes que telefonear a casa y vendré sin bragas.

—Pero, ¿realmente crees que la cosa ha terminado, Rafaela? —me preguntó él, riendo—. Las mujeres como tú formáis parte de los sueños de los tíos como yo, ¿vale?

Sin esperar a oír mis palabras, se colocó de rodillas en el capó y me metió la verga en la boca. Sin embargo, con una mano me entregó una toalla, a la vez que decía:

—Por si quieres limpiarte el chichi, que lo debes tener pringoso y goterón. Tendrás que hacerlo sin dejar de chuparme el pijo. Quiero que me lo pongas en disposición de arranque.

Me pasé la toallita por las ingles como pude; mientras, le daba al biberón con los labios y la lengua. La cosa estaba adquiriendo esos tonos de golfería que cargaban la atmósfera de mayor pasión… ¿No estaba él actuando como yo al principio?

Ya no me cabía la menor duda de que los dos éramos unos lanzados. Valentín tenía la verga dispuesta y mi chumino se hallaba en la mejor disposición para ser supercargado.

—-Vuelve a metérmela… ¡Por favor, por favor…! —supliqué, agarradita a la lámpara de mis deseos más encendidos—. Te la he dejado dura… ¡La necesito ahora! ¡No te retrases ni un segundo más!

Ante mis voces apremiantes me dio la «caña» que más me convenía. Encima del capó y sujetándome una de las piernas. No sé el tiempo que empleó en esta segunda follada; pero yo debí alcanzar más de seis orgasmos. Por último, recibí toda su leche. Nuestros genitales se quedaron pegados por espacio de unos minutos.

—La próxima vez lo haremos en mi casa, Rafaela —me anunció él—. Ya verás cómo te gusta mi esposa…

—Sabía que estabas casado, Valentín. Pero, ¿es que ella te consiente que se la «pegues» con otras tías? —Me detuve al recordar algo que él me había contado; al mismo tiempo, le coloqué una mano en la boca para que

no hablase; luego, yo proseguí—¿No será la primera chavala con la que follaste dentro de un coche?

—Pues no… Maruja lo sabe, porque jamás le he ocultado mi vida sentimental pasada y presente.

Yo había ido demasiado lejos; pero aún no lo sabía. En dos ocasiones más follé con Valentín en el taller, olvidando intencionadamente su oferta de hacerlo en casa con su esposa. Prefería tener al macho para mí sola. Lógicamente, cuando se trata con seres humanos de nuestra misma cuerda sexual, has de prevenir que van a suceder acontecimientos que se te irán de las manos. Algo que no tuve en cuenta.

Valentín y Maruja, su mujer, aparecieron en mi apartamento una tarde que yo me había quedado a planchar una falda plisada y otras prendas que exigían un trato especial. Las labores caseras me estimulan.

—Pero, ¿qué hacéis vosotros aquí…? —pregunté sorprendida—. ¿Y ella?

—Es mi esposa. La he contado lo que tú y yo hacemos en el taller. Como ignoraste nuestra invitación y ella quería conocerte a fondo… ¿Es que no nos vas a dejar entrar, Rafaela?

—Sí, sí… Claro, pasad. Ya veis cómo está todo. Yo tengo una facha. Sin pintar ni arreglar debo parecerles horrible.

—Estás preciosa, chiquilla —susurró Maruja, mirándome a los ojos de una forma muy extraña—. A mí me encantan las chicas como tú, que andan en su casa al natural. Si supieras de qué forma se me enciende la «bernarda»…

—No seas grosera, nenita —le recomendó Valentín, su marido.

Ya estaban dentro de casa. Ella empezó a quitarme la bata despacio, meticulosamente; a la vez, me metía la rodilla entre los muslos. Es más alta que yo, lo que supuso que pudiera realizarlo sin apenas agacharse.

Pronto sentí las frotaciones en la puerta del chichi y más adentro. La calentura llegó desde la misma tela de mi negra braguita, enredó la pelambrera vaginal como si quisiera hacerla una permanente y me puso el clítoris al rojo vivo.

Tuve que apoyarme en la pared. No me sostenía sobre las piernas. Dentro de esta flojera, a Maruja no le costó nada quitarme las bragas. En seguida se agachó hasta quedar materialmente sentada en el suelo, me abrió los grandes labios con tres dedos, procuró ensancharlos lo suficiente para formar una buena abertura y metió su lengua…

—¡Valentín, canalla, si tu mujer es lesbiana… o bisexual! —exclamé en un reconocimiento que supuso una especie de canto gozoso—. ¡Qué callado te lo tenías!

—Es la primera noticia que tengo… ¡Jamás creí que le gustaran las tías, hasta el punto de comerles el chichi!

Esto era lo que Maruja me hacía: dándose un banquetazo con los caldos que salían de mis entrañas, mordisqueando mis ingles y titilándome el clítoris. Lentamente, empecé a deslizarme hasta buscar la horizontal.

Un propósito que resultó imposible, porque Valentín me había cogido por las piernas y tiraba de ellas hacia arriba. Tuve que sujetarme con las manos al posa brazos del sofá. Así quedé flotando, con mis bajos sostenidos por las manos y la boca de Maruja y con las piernas en poder de su marido. Intenté preguntar…

La respuesta me llegó con la verga que estaba entrando en mi agujero anal. Intenté protestar, porque me entró la sospecha de que aquello era premeditado. Como decía tía Carlota: «donde las das te follan»… Yo me había pasado con Valentín; ¡y allí me estaba devolviendo el trato al considerarme una putona de las ninfomaníacas!

Aguanté aquello y más, porque los dos habían llegado a casa dispuestos a todo. Si hasta utilizaron la plancha para calentarme el pandero, mientras Maruja me mamaba los pezones y Valentín me follaba por la boca.

En la actualidad he encontrado la manera de controlarlos a ambos. Me necesitan más a mí que yo a ellos, lo que me permite llevar la batuta en el «triángulo». Pero tengo otros líos, que ya os contaré en un próximo correo.

Rafaela – Sevilla