Una noche, en una pizzería, Paco y yo conocimos a un muchacho rubio, grandote, que cenaba solo en una mesa cercana. Era Raúl, un ciudadano francés que estudiaba arquitectura en Barcelona. Tengo 24 años y vivo maritalmente con Paco desde hace ya cinco años. Pensamos seriamente casarnos pronto.
La llegada de Raúl a nuestras vidas cambió todos nuestros proyectos anteriores. Como vivía en un hotel, Paco le invitó a alojarse en nuestro apartamento, donde tendríamos que compartir el baño y la sala; pero podría disponer de una habitación individual.
Raúl se mudó a casa un domingo por la tarde. En aquel momento yo fui a ver a mis padres. Cuando volví, encontré a Paco y a Raúl lavándose mutuamente en la bañera. Ellos reían y hablaban. Hasta entonces jamás había advertido tendencias homosexuales en mi compañero. Por eso aquella escena me sorprendió enormemente.
Cuando me vieron de pie mirándoles se quedaron algo sorprendidos y sus rabos, hasta entonces en estado de calma se hincharon, se levantaron y quedaron los dos desnudos en la bañera, erectos como caballos.
Fue el comienzo de un extraordinario fenómeno. Paco y Raúl obedecían a un clic vertiginoso. A partir de aquel día ninguno de los dos fue capaz de entrar en erección en ausencia del otro.
Fascinada caminé hasta ellos y sentí en mi costado el rabo robusto de Paco y el más delgado y estético de Raúl. Me di cuenta de que mi vida cambiaba. Aquello no iba a ser un intercambio de rabos entre mi boca y mi chumino sino el comienzo de un amor especial, distinto.
—Pásanos la esponja. Luego podrás secarnos —me dijo Paco en voz baja.
Lo hice. Las mejillas de ambos enrojecieron. Sus rabos se alzaban provocadores. Raúl, impaciente, quiso conocer las máximas sensaciones. Un poco más tarde, cuando le secaba a él, descubrí sus lisas nalgas, pero redondas y musculosas, cubiertas por un casi imperceptible vello rubio que contrastaba con el trasero oscuro y peludo de mi amante.
Envolví los dos rabos con la misma toalla. Sopesé los testículos de Raúl. Eran más suaves y más juveniles que los de mi compañero habitual. Pasamos de la cena y nos dirigimos a la habitación.
—Ayuda a Laura a desnudarse —pidió Paco a nuestro amigo-
Me quité las ropas yo misma en un periquete; mientras, el francés me acariciaba y me apretaba contra su cuerpo. Sentía su rabo perforándome el vientre. Los dos quedamos contra la pared, en la posición apropiada para follar. Pero por detrás tenía a Paco, que recibió mis nalgas contra su rabo, con lo que hizo más estable mi follada con Raúl.
La revelación más sorprendente del sexo entre tres es que los dos hombres ponían su celo y amabilidad así como su sensibilidad al servicio de mi mayor felicidad, centro evidentemente del trío.
Aquel domingo, primero de nuestra «boda de tres», pude contabilizar 20 orgasmos entre las diez de la noche y las tres de la madrugada.
Me dormí agotada, con el cuerpo deshecho. Me levanté tras dieciséis horas de sueño pesado. A medida que pasaba el tiempo, nuestras relaciones se afianzaban con más confianza. Nos dedicamos a las posiciones y cosas más increíbles entre nosotros.
Una noche, en la posición del loto, masturbé a mis dos amantes, rabo contra rabo, y me bebí todo su esperma.
Otra vez descubrí una posición ideal para que me comiesen a mí: me acosté en el suelo con un cojín en la espalda y las piernas bien abiertas. Paco me hizo una mamada vaginal; mientras, Raúl, a caballo sobre mis tetas, me practicaba un cunnilingus clitoriano.
Llegamos a la sodomización en el tercer mes de nuestras relaciones enloquecidas. Fue preparado minuciosamente por mis dos machos. Se turnaron para lubricarme al máximo. Fue el colmo de placer cuando Raúl, con una mano adornada con un guante de cuero negro guio la verga de Paco adentro de mi ano. Fue una cosa extraordinaria. Continúa siendo cada día mejor.
Laura – Barcelona