Dúo lésbico

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Relato enviado por Angie (Salamanca)

Nunca he renunciado a la compañía de Lisa, mi amiga de color, porque cuando las cosas se ponen putas ella logra hacerme reír. Lisa afronta la vida con mucha filosofía y trasmite a los demás una calma que parece inalcanzable por muchos factores.

—Si un hombre te gusta acuéstate con él —dice Lisa— pero trata de no perder la cabeza porque te puede traer problemas más tarde o más temprano.

Con ella siempre me he encontrado estupendamente bien y no me alarmó nada cuando la otra noche me dijo:

— Quiero enseñarte a conocer los placeres más perversos.

No pensé ni por casualidad que bromease porque ella siempre estaba dispuesta a todo y, cuando me dijo:

—¡Desnúdate!

Lo hice con la mayor naturalidad. Luego ella se desnudó también y apareció en su mano una verga artificial

—Verás la de cosas que sé hacer con ésto.

La verdad es que no me pareció nada del otro mundo aquel chisme girando en mis vísceras y produciéndome cierto dolor. Pero lo bueno vino luego cuando empecé a experimentar cierto placer, que de pronto se hizo enorme hasta llenarme de caldo el coño.

Entonces ella me quitó de la vagina él arnés y empezó a chuparme el agujero del culo. Del culo pasaba al coño y cuando estaba a punto de correrme lo dejaba, cortándome el placer y haciéndome pasar las penas del infierno.

Animada por esta refinada perversión, combinó de todos los colores; un tormento después de otro, que dejaban mi coño hecho un trapo.

—¿Por qué no me dejas que te lo meta yo a ti en el culo? —le grité exasperada. Y como me respondió tranquilamente que sí, empecé a actuar con la verga artificial sobre ella. Acompañé el movimiento del artefacto con caricias en el coño hasta que con un grito, se disolvió de placer.

Perversa verdaderamente esta Lisa. Sabía cómo electrizarme y cortarme con la excusa de prolongar el goce. Me dio unos lametones que los labios del coño se me pusieron en éxtasis y le sujeté la cabeza para darle a entender que no podía dejarme hasta que me hiciera llegar al orgasmo. Sentí su lengua bien dentro, chupaba las paredes y también los jugos que había vertido.

Quería que esta vez alcanzase el orgasmo y le volcase todo en la boca. Con las manos empezó a titilar mis pezones, duros como aceitunas. De pronto me metió un dedo en el ano e hinchada de libido, me sentí a punto de explotar; era un conjunto de escalofríos sin control, con aquella boca que quemaba en mi coño y que parecía haberse transformado en un enorme falo.

Que estaba gozando ella no pude dudarlo por la expresión de sus ojos que reflejaban algo especial. Sin duda a eso se refería al hablar de «los placeres más perversos». En realidad un macho sólo habría pensado en penetrarme rápidamente y pasárselo él bien, pero Lisa, con su tratamiento, animaba toda mi carne hasta llegar a la inevitable explosión.

—Angie… Angie—susurraba con la boca en mi coño. Esto acabó por hacerme perder la cabeza, y mi coño se abrió del todo, dejando correr sus jugos ardientes que ella bebió hasta la última gota y al mismo tiempo brotó de mi garganta un grito inhumano. Me miraba disolverme con ojos lánguidos y los brazos apoyados en mi cuerpo.

Cambiamos una sonrisa. Con eso de «sus placeres perversos» había logrado darme a conocer algo que los machos nunca están dispuestos a enseñar…

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