Hugo, el Mago, me invitó a que me sentara en la silla, me puso sobre mi largo cabello rubio un sombrero rojo de copa y me colocó una bola negra en la mano izquierda. Después, con una larga varita, subió mi falda y dejó mi «conejo» al aire.
Sin embargo, al comprobar que yo no llevaba bragas, pudo saber que su nueva colaboradora, yo, deseaba que la relación entre ambos fuese más íntima. Sin trucos.
Lo aceptó. El Mago empezó a desprenderse de las ropas y, de pronto, pudo contemplar cómo yo me tumbaba en el suelo y me metía el cuello de una botella en el «conejo»: mis ingles se expandieron, se escuchó un «¡chop, chop!» y se efectuó la penetración.
Mi color rubio en todas las partes del cuerpo cubiertas de vello, de un color blanco rosado en el resto, consiguió que Hugo olvidase su condición de Mago. Para dejar que aflorase su condición de macho, con la misma fuerza que se disparó la polla del pantalón. Este lo dejó caer al suelo y avanzó dos pasos.
Hizo que me volviera a sentar en la silla, me colocó tumbada y me la hincó a la manera de una varita mágica que buscaba convertir mi «conejo» en un pozo de placeres.
Nada le costó lograrlo al natural, dado que contaba con el mejor atributo. Ese que me dejaba en situación de pedirle que «ni me pagase por el trabajo».
Pero me contuve…
De momento mis carnes internas se fueron ablandando al recibir las emboladas, actuando como si fueran un guante caliente y apretado. No tardaron en escucharse nuevos sonidos de penetración, a los que acompañé con mis gritos:
—¡Mis tetas… Ardo por completo…! ¡Tú me estás aplicando algo extraño!
Hugo tomó aquello como una acusación, ante la cual debía defenderse.
—Es algo más vivo y caliente que el simple cuello de una botella, rubia… ¿Acaso me tienes por un hombre que necesita emplear trucos para joder contigo?
—Como eres un Mago… ¡Madrecita mía, si has llegado a mis ovarios… Los noto revolucionados… Oooohhh… Ya me viene…Y en mí es como si me meara…!
Mi «conejo» era de ciudad, no tenía nada de doméstico y sí de salvaje, como si se hubiera criado en el monte. Lo cerré con energía alrededor de la «varita mágica»; sin embargo, tardé muy poco en abrirle para soltar los jugos…
—Una verdadera lluvia está cayendo sobre mis huevos, Serena… ¡Y cómo quema! —exclamó él, cogiéndome por la cintura—. Eres cosa fina… ¡Bárbara!
Por momentos creyó que me escapaba, por eso me agarró con todas sus fuerzas.
Así logró mantenerme en la silla, al encontrarme bien sujeta por varios puntos: el «conejo» de mis ingles y mis piernas, con las que seguía rodeando los muslos y los glúteos masculinos. Siguieron unos minutos de tregua…
—¿Crees que te has ganado el trabajo?
—No lo sé —dije con la mayor sinceridad—. Me conformo con lo obtenido. Lo he deseado desde la primera vez que te vi actuar, Hugo. «Partías» a una chica por cuatro y, luego, le juntabas. Hubo algo «mágico»… ¡Me refiero al bulto que se formó en tu bragueta!
Tuve que dejar de hablar al darme cuenta de lo cerca que tenía la «varita mágica». Me la introduje en la boca con delectación, recreándome en la jugada al apretar los testículos de uno en uno mientras mamaba o succionaba.
—Así que tendrás que pagarme tú a mí en lugar de yo a ti —bromeó Hugo, creyendo en su dominio total—. Eres una calentona que está satisfaciendo sus caprichos… ¿Eh? ¡Diablos, esto no me lo esperaba…! ¿Qué tienes en tu lengua, Serena?
El Mago estaba siendo «cazado» por mí, ya que soy dueña de un salvaje «conejo»; pero, a la vez, hice gala también de una forma de lamer devastadora… ¡Por algo soy hija de una catedrática del «francés» más genuino!
—Debí pensar que te guardabas este «arma» en la recámara, como yo hago con mis trucos en el escenario… ¡Diablos, si me cuesta hasta coordinar las ideas…!
Hugo entendió que no podía dejarme todas las armas a mí. Se retiró de la mamada, con tanta violencia que yo perdí el sombrero rojo de copa. Ya no se detuvo hasta tenerme en sus piernas, dándole la espalda…
En esta posición me hincó la verga, hasta dentro y poniéndolo todo en juego. Con esta última maniobra lo que pretendía era tomar el mando de la situación, a pesar de que la necesidad de eyacular le estuviese dejando claro que su posición era muy débil. Elevó las manos y alcanzó mis tetas unos grandes pomelos que se «hinchaban»… ¿Y el «conejo» de mis ingles?
De nuevo se hallaba de lo más activo: apretando la verga como si pretendiera morderla y obstaculizando intencionadamente las emboladas de abajo a arriba. Se escuchó un gemido.
El gemido salió de la garganta de Hugo, el Mago, al darse cuenta de que yo me escapaba. La silla se desplomó en el suelo, pude sostenerme a duras penas y la follada se deshizo… ¡Cuando se estaba produciendo la gran corrida!
La verga empezó a erupcionar esperma en el aire; no obstante, pronto se encontró con mi boca glotona que deseaba beberse lo que estaba saliendo…
Mi reacción no fue un acto servil, para ganarme el empleo de ayudante, ni mucho menos, sino un lujurioso impulso. Lo demostré al volver a meterme la botella en mi vivísimo «conejo».
Tumbada en el suelo del escenario, con las tetas al aire y la botella encajada en la «boca» de mi «conejo», me dediqué a la mamada. No conforme con el esperma absorbido, seguí utilizando la lengua y la boca en plan de compresor.
Con esto pretendí mantener la erección de la verga, convertirla en la «varita mágica» que nos permitiese repetir la follada. Puse los cinco sentidos en la empresa.
—¡Serena, Serena…, tú sí que eres la bruja o la maga que necesito! —debió reconocer Hugo, viendo cómo no se le aflojaba la verga por vez primera después de una eyaculación tan copiosa—. A tu lado he recibido la mayor lección de mi vida… ¡Oh, lo que vamos a conseguir tú y yo de aquí en adelante… porque seguro que en todo eres así: decidida y buscando lo increíble… Ja, ja, ja!
Las carcajadas de aquel hombre fueron acompañadas de un comentario muy acertado:
—Yo no soy un mago que saque un conejo de la chistera, aunque sí otros animales; ¡pero no hay duda de que tú tienes un «conejo» en las ingles del que pienso obtener un gran provecho en el futuro!
Me estaba sonriendo. Había hablado con toda naturalidad. Súbitamente, sus ojos verdes adquirieron una opacidad que me produjo escalofríos. Pero alejé la idea de mi mente. Hasta aquel momento todo había ido de la forma más ventajosa para mí. ¿Es que iba a empeorar?
—Mira, Serena… ¿Ves tu rojo sombrero de copa? Fíjate bien, porque va a aparecer un animalejo…
—¿Unos de tus trucos? ¿Acaso empiezas a entrenarme para mi trabajo?
Su boca respondió con una diabólica sonrisa y, ¡de repente!, salió del interior del sombrero una serpiente… ¡Sí, una serpiente de unos 80 cms de longitud, que se deslizó por todo el borde superior, recorrió la estrecha ala circular y comenzó a dejarse caer, como si pretendiera buscar el suelo! Pero Hugo la cogió con una mano.
Yo me encontraba de pie, con las piernas abiertas y con el «conejo» relleno de esperma y de mis caldos. Parte de todo esto continuaba deslizándose por mis muslos y mis piernas. Me asusté y di un paso hacia atrás…
—¡Ya la tienes dentro, Serena!
—exclamó el Mago.
¡¡Dentro de mi «conejo»!! ¡Sí, debéis creerme: los 80 centímetros de serpiente se hallaban en el interior de mi «conejo»!
—¡Sácamela de aquí… Me da mucho asco, Hugo…!
—Tranquila… Estoy preparando un número que presentaremos, tú y yo, en las salas «X» de toda Europa… Tranquila, Serena, tranquila…
Su voz originó un estado hipnótico o algo parecido en mi cabeza, ya que me tendí en el suelo del escenario con toda la serpiente en mi cueva vaginal: enroscada y sacudiéndose levemente, acaso porque le agradaba el cálido baño que se estaba dando en el interior de mi «conejo»… ¡Dios, Dios…!
Las sacudidas del reptil estaban haciéndome sentir sus rugosidades, junto a su viscosa piel, sobre todo mi hipersensible cuello vaginal, sobre mi clítoris y en las proximidades de mis ovarios… ¡Oooohhh… ¿no era su bífida lengua lo que me estaba atacando la matriz y las zonas más hondas de mi «conejo»?,… Oooohhh!
Me retorcí en medio de un delirio orgásmico. Nunca una polla me había proporcionado nada parecido; ni siquiera había podido conocer algo tan alucinante. Aquél era un placer que superaba todo… ¡¡Todo!!
Mientras no cesaba de orgasmear, con los ojos cerrados y con las dos manos apretadas sobre los grandes y pequeños labios de mi «conejo», me encontré recibiendo el peso de Hugo. No me quedaban fuerzas ni para preguntar. Ya cualquier cosa, hasta la más increíble, me parecía posible en esos momentos.. La polla del Mago entró en mi cueva del paraíso… ¿O debería decir del «infierno».
Avanzó empujando a la serpiente; y de alguna manera, no sé cómo pude adquirir esta certeza, me di cuenta de que aquella se enroscaba en la polla que no dejaba de efectuar sus arremetidas.
Todo mi interior, esos parajes que yo siempre había considerado estrechísimos, se ensancharon exageradamente; pero no lo suficiente para que perdieran sensibilidad. Deliré de gozo con aullidos, estertores y voces que pretendían hacerse gritos, sin conseguirlo al romperse en unos gemidos de dolor/placer.
—¡Esto es demasiado… demasiado…! ¡Me voy a volver loca… Mmmmhh… Por favor, Hugo, acabemos de una vez…!
Repentinamente, el cansancio me llevó a quedarme casi inmóvil. Abrí los ojos y vi el rostro diabólico del Mago. Me estaba acariciando las tetas con sus dos manos. Una actividad que debió interrumpir porque le venía la corrida.
Puedo juraros que noté cada uno de sus lleretazos y, al mismo tiempo, supe que la serpiente se estaba bebiendo el semen. Volví a retorcerme de excitación bajo el efecto de las convulsiones o sacudidas que el reptil daba dentro de mi «conejo»… ¡¡Demencial!!
Toda yo era una balsa de sudor, de carnes ardientes y de líquidos orgásmicos: los míos y los de Hugo.
—Hemos concluido, Serena —escuché su voz muy lejana—. Venga, ya puedes incorporarte… ¡Se acabó, chiquilla! Te has merecido un aprobado alto por tu actuación…
En aquel momento me di cuenta de que mi «conejo» se hallaba completamente vacío.
—¿¡Y la serpiente!? —pregunté, estupefacta.
—Se esfumó, Serena… ¡La viste, la sentiste, la gozaste y… se volatilizó como una ilusión! ¡Ese será el punto más alto de nuestro número «porno»! ¡Los espectadores y espectadoras se harán la misma pregunta que tú, ya que nadie verá salir la serpiente de tu interior…! ¡Quizá piensen que la hemos «pulverizado» con nuestra follada o que tú la has escondido en tu intestino, porque podrán examinar el interior de tu chocho! ¿No te parece genial?
No pude saber cómo lo hacía. Quizá consiguió hipnotizarme, como en la actualidad hace en los escenarios de Hamburgo y de Amsterdam. Yo puedo ver la serpiente, notarla dentro de mí y disfrutarla, para luego ignorar cómo «escapa» de mi «conejo»…
La verdad es que he escrito todo lo anterior porque necesitaba hacerlo. Si he de seros sincera, estoy tan enamorada de Hugo, el Mago, que lo de la serpiente dentro de mi «conejo» me trae al pairo; sin embargo, ¿a que mi experiencia se sale de lo corriente?
Serena – Barcelona