Pretendo contaros una experiencia que aún no he leído en ninguna de las páginas de relatos que he visitado, ni siquiera en «polvazo». Confío en que la encontréis interesante.
En las fiestas de Navidad del año pasado llegué a casa para hacer compañía a mamá. Mis hermanos se encontraban allí; y también dos o tres chicos muy guapos, simpáticos y universitarios como nosotros. Me cayeron de maravilla desde el momento que me los presentaron.
En seguida me di cuenta de que todos nos gustábamos muchísimo. Por este motivo le pedí a mi hermano Ramiro que se olvidara de esa costumbre suya de subirme el vestido o la minifalda para tocarme el culo cada vez que se notaba caliente.
—Adela, corazón, ten en cuenta que estamos en familia. Si yo no puedo tomarme esas libertades contigo, ¿acaso estás invitándome a que recurra a las pajas cada vez que se me «sube el termómetro»?
Mamá hacía la vista gorda respecto a nuestros juegos sexuales. La casa era muy grande y lo único que nos pedía es que respetáramos las habitaciones que ella solía ocupar.
Teníamos el camino libre para experimentar la magia de los frotamientos corporales. Y debo confesaros que lo mismo me apasionaba la idea de dedicarme a mi propio cuerpo como al de todos los jóvenes, ya fuesen chicos o chicas… ¿Existe mejor manera de conocer a la persona que más te interesa que permitiéndole que toque tu cuerpo y, a la vez, permita que tú toques el suyo?
Nuestro primer juego consistió en comprobar la distancia que los chicos podían alcanzar con su semen al ser masturbados por nosotras. Para que os hagáis una mejor idea, diré que allí nos juntamos cinco chicos y cuatro chicas —nosotros éramos seis hermanos: cuatro hembras y dos varones. En el concurso nosotras teníamos que masturbarlos hasta provocar la corrida. Si habéis hecho el cálculo, ya sabéis que había un chico de más. Por sorteo a mí me tocó ser la primera y, además, me cuidé también del último de los chicos.
Es posible que yo me hubiese vuelto una experta al repetir con éste, dado que el campeón: su primera andanada de espesa leche alcanzó una distancia de un metro y ocho centímetros. ¡Cómo lo festejamos!
Todas nos echamos sobre el vencedor, para besarle y acariciarle a pesar de que nos estuviera suplicando que le permitiésemos recuperarse. Por otro lado, mientras procedíamos a la masturbación de cada uno de los chicos, nosotras habíamos estado dedicándonos unos extraordinarios manoseos en los chuminos. Así que terminamos exhaustos; sin embargo, allí estábamos nueve jóvenes en la plenitud de las fuerzas físicas y mentales. Esto suponía que siempre había alguien que animaba a los demás a recuperarse antes de tiempo.
Pero lo verdaderamente importante no sucedió hasta el día 30 de diciembre. Habíamos montado una especie de mini orgía, cuando a Darío, uno de los jóvenes invitados, nos propuso esta «guarrada»:
—He podido observar que ninguna de vosotras ha sido enculada… —Hizo una pausa intencionada, nos miró a todas y, luego, prosiguió— ¿Qué os parece si yo me cuido de iniciaros en lo que llamo placer a través del «segundo canal»?
Todas nosotros sentimos un cierto repeluzco. Sabíamos de qué se trataba; pero la cosa nos asustaba. Tened en cuenta de que ninguna había recibido por el culo ni siquiera un pequeño supositorio.
—¡Qué lo pruebe Adela, que es la mayor! —exclamó Leonor, mi hermana pequeña— Todos nos fijaremos en cómo se lo pasa y, después, lo probaremos las demás.
¡Sería cara!
La idea les gustó a todos, menos a mi. Quise escapar de allí; sin embargo, me cogieron por los brazos y empezaron a sobarme y a hacerme cosquillas. Comprendí que no tenía escapatoria. Además, lo del «segundo canal» me había intrigado. Quizá fuera una de esas morbosas tentaciones que me vienen asaltando desde que perdí el virgo.
El caso es que dejé que Darío hiciese conmigo lo que él consideraba imprescindible. Me colocó con el culo bien empinado, luego de tenerme que agachar hasta componer la actitud de una mansa oveja. Seguidamente, me metió toda la mano derecha en el chumino, escarbó y le «saludé» con una buena cantidad de caldos. La mayor parte de éstos fueron a parar a mi orificio anal. No contento con el intercambio, empezó a echarme buchecitos de saliva por toda la entrada y el interior del culo. A final se embadurnó la verga con «nivea» y se dispuso a entrar en mi «segundo canal».
—Te advierto que como me hagas daño me pongo a gritar sin parar hasta que venga mamá aquí —dije aún no del todo convencida.
Debo reconocer que Darío se portó con una gran delicadeza: sus dos manos sujetaron mi trasero con firmeza, acaso para controlar mis sacudidas nerviosas, y después empezó a introducirme la punta del capullo.
Yo sentí el ensanchamiento de mi agujero y temblé. Quise cerrar los ojos; pero tenía delante de mí, echadas en el suelo, a dos de mis hermanas estudiando mis reacciones. Pretendí hacerme la fuerte. Cosa que me resultó imposible en el momento que todo el capullo estuvo dentro de mi ano. Grité, ¡claro que grité!
—¡Basta, me estás destrozando por dentro… No lo aguanto… Ay, Ay…! ¡Salte de mí!
Entonces él me introdujo tres dedos en el chumino, cuidándose de que formaran como una especie de tridente circular o una batidora, que empleó sobre mi clítoris y todo el arco de la zona interna de mis labios vaginales… ¡Dios, Dios! ¡Qué remolinos de placer se produjeron allí dentro! Me vi dando boqueadas, a la que mis ojos se llenaban de lágrimas…
Mi voz se hizo un largo susurro, interminable, igual que si el aire se escapara por mi boca en forma de un extraño sonido: combinación de dolor y gozo, que cada vez hacía más importante lo último.
—¿Sigo Adela? —me preguntó Darío, haciendo una pausa pero sin extraer su verga de mi «segundo canal» —Ahora es la mejor ocasión…
Sabía que me tenía atrapada. Miré a mis hermanas, y ellas movieron las cabezas dándome ánimos. El grado de complicidad que existía en aquella habitación era tremendo. Nadie se movía, sólo nosotros dos. Especialmente yo al saber que tenía media verga dentro de mi galería culera. Yo no puedo asegurar si notaba algo de daño, lo que sí estoy en condiciones de contaros es que mis emociones eran totalmente distintas a todo lo conocido. Me notaba llena, ensanchada y con deseos de expulsar a la invasora…
¡Traidora mano… traidores dedos!
Lo que me estaba venciendo era la masturbación y la titilación en mi chumino. Y al llegarme el orgasmo, precisamente en el instantes que mis esfínteres se hallaban al rojo porque la verga ya estaba casi totalmente dentro de mi «segundo canal», me puse a gritar… ¡En esta ocasión de una desbordante felicidad!
Apreté los glúteos hacia atrás, oscilé las caderas de derecha a izquierda a pesar de que Darío continuara sujetándomelas, y metí mis dos brazos por entre mis propios muslos para intentar tocar aquellos cojones que estaban golpeando en la puerta de mi ano. Un esfuerzo de contorsionista que mereció la pena.
Aquellas peludas bolas se sacudieron en una doble o triple carambola, la verga dio comienzo a unos largos recorridos de avance y retroceso en el interior de mi culo. Me escocía como una herida que acaba de abrirse, pero era tanta la excitación que provenía de mi chumino que lo aguantaba. Pensé que todo lo bueno requiere un sacrificio inicial… ¿No me causó dolor la rotura del himen cuando me desvirgaron? ¿Y no me atraganté hasta casi vomitar por no saber nada de la felación, al meterme la primera verga en la boca?
—¡Adela, ya está aquí! — exclamó Darío agarrándome con mayor poderío y propinándome, a la vez, unas tremendas embestidas— ¡La cosa ha sido mejor de lo que suponía… Ooohhh…
Se estaba corriendo con unas energías que me vi sacudida hacia todos los puntos de la rosa de los vientos; a la vez, su semen cumplía la magnífica misión de un bálsamo que apagaba los últimos rescoldos de mis dolores.
—¡Qué rico es ésto… Aaaaah…. Si me viene un nuevo orgasmo…! —tuve que gritar, cargadita de felicidad.
Así fue mi estreno del «segundo canal», en una experiencia que todas mis hermanas y la amiga quisieron repetir. De nuevo hubo una chica de «menos» pero en esta ocasión no fui yo la que repetí.
Sinceramente, tengo unas leves inclinaciones de «mirona» y me lo pasé de miedo contemplando las enculadas que recibían las otras. Por cierto, una de ellas no aguantó y debió abandonar la aventura del «segundo canal» para mejor ocasión — ésta llegó el 2 de enero— Por lo general todas nos convertimos en unas viciosas de la experiencia…
Y no porque sea un recurso «anticonceptivo», como aseguran algunas fanáticas de la práctica, sino como un juego. Es tan fácil entrar en el chumino cuando se está realizando una frenética enculada. Los orificios se hallan muy próximos. En el momento que la verga se sale juguetona, con una hábil maniobra consigues que se pase a la cueva vaginal.
Lo mejor es que la frecuente utilización del «segundo canal» termina por hacerlo muy flexible, los esfínteres se sensibilizan y hasta llega a disponer de su propia lubricación al poder exudar. Todo es cuestión de aficionarse como yo…
Actualmente, tengo novio. Es un chico estupendo, rumboso y guapo; pero a lo que más hemos llegado es el beso boca a boca, sin darnos la lengua, y a abrazarnos. Yo me quedo con tantas ganas que, una vez en casa me masturbo. Como mi hermana mediana tiene una colección de vibradores, con su permiso me meto alguno en el culo luego de haberlo utilizado en el chumino.
Hace una semana estuve en la casa de mi novio… ¡Qué momias! Tuve que presentarme ante ellos con falda larga, blusa sin apenas escote y con zapatos bajos. Encima debía sentarme lo más púdicamente posible.
Pero, ¡de esto podéis estar bien seguros!, a mi novio yo lo espabilo en menos de dos meses o le mando a paseo. ¿Cómo voy a aguantar tanto debiendo masturbarme o encularme con el vibrador en caso cuando he llevado a mi lado a un tío que me lo podía haber hecho?
Ya os tendré al tanto de lo que suceda. Recibid un fuerte abrazo y un beso apasionado.
Adela – Cádiz.