Entrar por donde salí

Desde muy pequeño, solía acostarme con mi madre en la cama. Y con nada que hacía se producía el contacto de su cuerpo con el mío. Yo sentía unas reacciones muy extrañas en mí; es decir, nada más que rozaba mi colita con su culo, se me ponía tiesa. Lo mismo me sucedía al ver sus muslos, su coño y la mata de pelos negros que lo cubrían.

Hasta tal punto llegaba mi excitación que me tenía que bajar de la cama para correr al wc a masturbarme. En ocasiones se producía el golpe de suerte que me permitía tener sus tetas muy cerca de la boca. Con el paso del tiempo mi colita se transformó en una polla grande y gorda.

Decidí subirme sobre ella, para metérsela en el coño para follármela. Me detuvo el miedo. Prefería hacerme una paja en un lugar oculto. Algo que continuo haciendo, debido a que estoy soltero.

Las cosas cambiaron para mí en el momento que pude irme a otra cama. Con mi hermana empecé a lamerle el chochete. Por cierto sabía a bacalao; mientras que ella me chupaba la verga. En el momento que nos poníamos cachondos, se la hundía en su raja. Entonces nos entregábamos a movernos, hasta que nos venía el gusto.

Mantuvimos la misma diversión hasta que le llegó la regla y sintió miedo de quedarse embarazada. Eran fechas en las que me encontraba en disposición de ligar con relativa facilidad. Seguí jodiendo con mis primas y con algunas de mis vecinas. Muchas de éstas se echaron novio y, pasados los años, llegaron al matrimonio. Entonces comprendí que no estaba desarrollado lo suficiente. Lo mismo le sucedía a mi hermana. Las chavalas con las que me había acostado disponían de unas espléndidas tetas y de una enorme mata de pelos vaginales; mientras que nosotros dos estábamos como «peladitos» y en lo demás contábamos con algo que podía ser considerado «normal».

No sé si fue por el hecho de comprobar que no podía considerarme un tipo «superdotado», algo que me hubiese dado cancha para convertirme en un «ligón». El caso es que me dediqué a ir de putas. Esta fue mi actividad sexual preferente a lo largo de más de veinte años.

Recuerdo que un día me encontré solo con mi hermana, que ya tenía novio. Estábamos en casa. De pronto, ella me llamó diciendo que le dolía la tripa. Me fui a su habitación y empecé a darle unos masajes y a pasarle la mano por el vientre, de arriba a abajo y de un lado para otro.

De una forma inesperada mi hermana se bajó las bragas y pude comprobar que su mata de pelos era extraordinaria. Me llené de ilusión. Por lo visto había tardado en crecerle más que a las otras chicas, pero ya ofrecía una mata superior a todas las muchas que yo había tenido la suerte de contemplar. Se me puso la polla tiesa.

Tuve que irme a mi dormitorio, dispuesto a sacudirme una paja a su salud. Por fortuna ella se había venido detrás de mí, con la idea de que la follase como hacíamos siempre. Lo malo es que me estaba saliendo la leche, fruto de la masturbación.

— ¿Ya no tienes miedo a quedarte embarazada?— le pregunté, con un poco de recochineo.

— Es lo que pretendo Antonio. Como vengo jodiendo con mi novio, que debe ser impotente ya que no me deja preñada. Si tú me haces una tripa, le diría que ha sido él… ¡De esta manera le cazaría, porque está muy reacio a casarse! ¿Qué dices?

— ¡Es una verdadera cabronada lo que me estás proponiendo, hermana!

— ¿No será que te has vuelto maricón? Ya no vas con mis amigas y sales casi todas las noches… ¡Seguro que tienes algún tío al otro lado de la ciudad!

Nadie me había llamado maricón hasta entonces. Cogí tal cabreo que me fui a vivir a otra casa. Busqué un puerto de mar, donde conocía a una chica. Le tiré los tejos, con el gancho de que pensaba casarme con ella, y me dijo que me fuese para allí. Lo hizo a pesar de que salía con un tío. Creo que pretendió cubrir una soledad, ya que el otro vivía lejos y sólo le veía los fines de semana y los días de fiesta.

Claro que con esta nueva chavala no pasaba del magreo y de los besos. Volví a tropezarme con el inconveniente de que se negaba a tomar la píldora, y no quería follar por temor a quedar preñada. Un círculo vicioso que me obligó a mandarla a paseo.

A partir de entonces caí como en una especie de maldición, porque las dos mujeres siguientes con las que salí no tragaban conmigo, pero una de ellas lo hacía con otros, y la segunda se echó un novio rico.

Llegué a perder la fe en mi destino. Con el rabo entre las piernas regresé a mi casa, donde no me importó hacer un agujero en la pared de mi dormitorio. Con la intención de espiar a mi hermana. No se había casado. Me conformé con hacerme pajas viéndola desnudarse.

Me parece que ella se dio cuenta de mi situación. Empezó a insinuarse, pidiéndome que la invitase al cine. Una vez en la oscuridad de la sala, me metía mano. Esto me llevó a suponer que resultaría fácil follármela. Aproveché la ocasión que estábamos en la playa. Pero volví a tropezarme con el fracaso. ¡Y mira que me había calentado al verla en biquini!

Más adelante, sorprendí a mi madre duchándose. Había dejado abierta la puerta del cuarto de baño. Mi padre estaba acostado en la habitación, lo que me supuso un freno. ¡Con qué ganas me hubiese jodido a mi madre!

Desde entonces me siento enamorado de ella. No hago otra cosa que tenerla en mi mente. Una tarde que los dos estábamos solos —mi madre tenía 55 años y yo 29—, me habló de una vecina viuda que se sentía muy sola.

De esta manera me ofreció una buena oportunidad. Con la viuda me fui a la playa, nos sentamos a las espaldas de un hotel. Allí pude joderla. Pronto comprendí que estaba cargándome el mochuelo de otro, pues estaba preñada. Me abrió la bragueta, sin dejarme reaccionar, y me sacó la polla. Comenzó a hacerme una paja.

Cuando entendió que ya estaba tiesa se subió las ropas y se bajó las bragas. Sin mi ayuda se introdujo el capullo en su coño. Dio comienzo a unas acciones tremendas. Sin embargo, al correrse no se le ocurrió otra cosa que exclamar:

— ¡Cómo me gustaría casarme contigo, Antonio!

Pese a las facilidades que me daba tuve que dejarla. Yo no cargo con los paquetes de los demás. Por otro lado, la tía follaba con mis amigos y con todo el que se le ponía delante.

Hoy día mi madre tiene 75 años y yo 49. Sigo soltero. Estuve manteniendo una especie de vida conyugal con una señora separada, que era once años mayor que yo. Nos veíamos casi todas las semanas. Pero a mí me trasladaron en el trabajo y rompimos las relaciones. Creo que se ha liado con un señor de su misma edad. Recuerdo que follábamos en la cama, en el comedor y en la cocina. De pie, sentados o acostados. Todas las posturas nos servían, y ella siempre se hallaba bien dispuesta para la diversión sexual.

Esta señora acostumbraba a cogerme la polla para meneármela; mientras, yo le mordía los labios y la abarcaba las tetas con una mano. La otra la empleaba para sobarle el coño. De camino le chupaba los pezones. Por cierto, que casi no tenía – eran un diminuto brote oscuro, que sobresalía un poco al pasarlos la lengua—.

Nada más que mi polla se me ponía tiesa, ella se la hundía en su chumino. Empezábamos a movernos hasta que nos llegaba el gusto. También me bajaba al pilón y hacíamos de todo.

Con el traslado laboral me traje a mis padres conmigo. Ya eran mayores. Los dos sufrieron unas dolencias muy graves, con el paso de los años. Mi madre quedó totalmente inválida. Tenía que vestirla y desnudarla todos los días. Una noche me dijo:

— Desde que tu padre sufrió la trombosis se ha quedado impotente.

Entonces me enseñó sus muslos, su coño y su buena mata de pelos negros. De nuevo la presencia de mi padre me impidió seguir adelante. Esta sería mi cruz permanente: amarla y no poderla conseguir jamás.

En otra ocasión que volvimos a quedarnos solos, le leí una poesía que había encontrado en alguna parte. Se refería a una chica:

— Siendo una flor tan hermosa, no dejes marchitar mi capullito. Pudiendo nosotros, con el amor, hacer florecer una bonita y hermosa rosa… —Sin esperar su respuesta, le confesé lo siguiente— ¿Sabes que he sorprendido a padre haciéndose una paja en el retrete?

Me bajé el pijama y saqué la polla. Y me puse a meneármela delante de ella. No se me ocurrió otra cosa, al no podermela follar. Menos mal que mi madre reaccionó bien, pues no se asustó. Claro que tampoco me dejó que la tocase. Tuve que irme a mi cuarto, llevándome sus bragas. Lamí la zona de tela que había estado en contacto con su coño. No paré de masturbarme hasta que eché la leche.

Ahora utilizo sus prendas más usadas, esas que retienen los aromas de mayor intensidad, para pajearme a su salud. La pega que hay es que aún vive mi padre. Porque ella no se niega a enseñármelo todo, lo mismo que yo le exhibo mi polla.

Recurrí hasta decirla que me escocía, para que me la tocase. Lo hizo. Pero no hubo forma de encontrarle las vueltas para follarmela.

Una mañana que íbamos al entierro de mi tío, como sé que mi madre toma pastillas para dormir, cogí dos del frasco y las partí. Se las eché en un vaso de agua, que se bebió a la hora de comer. Así pude aprovecharme de su sueño para follármela. Ya no me tropecé con el fracaso. Estaba visto que se habían acabado nuestros problemas.

Con las veces que la he visto en cueros, mientras la ayudaba a vestirse o a desnudarse. Siempre aguantándome las ganas de llegar a más. Pero frenandome el hecho de que mi padre estuviera cerca o porque ella no accedía pensando en su condición de mujer casada.

Se realizó mi ilusión de «entrar por donde salí». Ya no me importaría morirme en lo alto de ella, porque le he echado mi esperma en su coño. La encuentro riquísima y hermosa. Posee un cuerpo blanquísimo, de piel fina y maravillosa.

Con nada que falte mi padre lo meto mano. La muerdo los labios, la cojo las tetas y le chupo los pezones. No paro hasta estrujarle el coño. Pues continuo soltero, ya que la tengo a ella. Y todas las demás mujeres se parecen insignificantes, no le llegan ni a la altura de la rodilla.

¡Me pide el cuerpo gozar de ella, no parar de demostrarle que la amo desde que tenía 18 años… y ya he cumplido 35! ¡He llegado a echarle cinco polvos en una sola tarde! ¿Queréis que os describa cómo lo hicimos…?

Mi madre se había sentado en mi polla, que estaba dentro de su coño. Siempre había sido para mí. Si la amaba por su físico y su personalidad, el regalo que me estaba brindando la convertía ante mis ojos en una criatura sin igual.

Continué dándole candela de lo lindo, hurgándole en las proximidades de la matriz, y golpeándole en las puertas del chumino con los cojones. Mientras, ella se alzaba y se bajaba al ritmo de la follada. Realizando todo un proceso de acoplamiento, que empezó a hervir el semen en la raíces de mi escroto y a prender chispazos de excitación en mi cerebro.

Mi médula espinal ya era una máquina puesta a la máxima aceleración. Me quedé tenso, por unos momentos, y le acaricié las tetas con ambas manos. Todo en ella me pertenecía, lo mismo que yo era enteramente suyo por derecho de conquista.

— ¡Nunca se sabe lo que significa el placer… hasta que se encuentra a la persona que te lo ofrece como nadie antes lo había hecho…! —exclamé, presionando con mis ingles contra sus cachas—. La mayoría de los hombres que te han follado o sodomizado sólo pensaban en su propio goce… ¡Mientras que yo quiero ser completamente distinto…!

Mi verga seguía escarbando en sus galerías vaginales, recorriéndolas desde el principio hasta el final. Y las vibraciones de las carnes de mi madre adquirían esa dimensión que anuncia un nuevo orgasmo. La tuve que sostener por la cintura, dejando que su cabecita se apoyara en mi hombro derecho, para evitar que se cayera fuera de la cama. Nos hallábamos tan conjuntados, que podía adivinar todas y cada una de sus reacciones, ya fueran físicas o mentales.

— He perdido la cuenta de las veces que me he «corrido», hijo querido —susurró, volviéndose para mirarme a los ojos—, ¡Como agradezco que te decidieras a «violarme» echando las pastillas en mi vaso de agua, porque me ha permitido conocer otro universo sexual, más generoso, rico y feliz!

En aquel instante su chumino se cerró igual que un tenaza, apretando mi polla de una forma que sentí lo mismo que un «churro»: mi capullo engordó y temí no poder sacarlo… ¡No, lo que me estaba ocurriendo en el interior del coño de mi madre se parecía más a un proceso de trituración, como si me estuviera «devorando» para quedársela allí de una forma permanente!

— ¿Cómo es posible…? — grité, impresionado—. ¡Estás actuando como la mejor amante que he conocido! ¿Qué haces con los músculos de tus bajos, mamá?

En aquel preciso instante, extraje la polla de su coño y abrí la válvula de la eyaculación… ¡Sobre las tetas de mi madre preciosa y sorprendente, que se reía y se apretaba los volúmenes carnosos queriendo recibir toda la carga en la ranura, en la cara y en el cuello!

— ¡Qué feliz me has hecho, hijo mío! —exclamó.

ANTONIO – BADAJOZ