Los dos éramos estudiantes —Javier de informática y yo de química—, y decidimos alquilar un apartamento, que disponía de comedor, dormitorio, cocina y una habitación que nos servía para estudiar y recibir a las amistades. A mí me venía a ver Solé, una futura farmacéutica, y a Javier le acompañaba Paco, un licenciado en sociología.
Javier practicaba varios deportes, era alto y guapo, y resultaba sexualmente liberado por completo. Y había mantenido relaciones íntimas con Solé; pero también con Paco. Después, aprendió a relajar el ano y a dilatar sus esfínteres.
Yo tampoco era virgen después de mi encuentro con Javier, y acepté vivir con él sin ningún problema. También yo frecuentaba a las chicas y me había dejado ganar por los goces del sadismo con Solé, una ninfómana. Y ésta en seguida me permitió disfrutar de su colección de vibradores. Ya veis que Javier y yo éramos bisexuales. Mis veintidós años se complementaban con los veinticinco de él. Nuestra potencia sexual aumentaba después de cada uno de los encuentros con los demás. Por mi parte, practicaba el yoga y el judo.
Sabíamos que no íbamos a conseguir mucho con nuestros títulos respectivos y decidimos marcharnos a los Estados Unidos. Nos pusimos de acuerdo con unos amigos americanos estudiantes como nosotros. Reunimos los fondos necesarios y nos marchamos a U.S.A. una quincena antes de empezar las clases, con el fin de preparar nuestro alojamiento, contactar con los profesores y los estudios en las mejores condiciones.
Una noche nos encontramos con Phil, americano; Mel, canadiense; Karen, inglesa; y Sun, un cubano. Pronto comprobamos que todos ellos carecían de tabúes sexuales. Interrogamos rápidamente a Sun sobre el tema y obtuvimos esta respuesta:
—Si les queda a esos algún tabú, yo conseguiré que lo olviden por completo, vamos a encontrarnos esta noche en mi casa… Luego, cada día nos iremos reuniendo en las de los otros ¿de acuerdo?
El cubano nos confió que Mel, Phil y Karen estaban invitados en su apartamento hacia las veinte horas. La verdad es que eran casi vecinos todos ellos; pero respetaban perfectamente la intimidad de los demás. A la hora convenida fueron llegando. Estábamos en invierno y todos llevaban ropas cálidas. La verdad es que la piel en aquel país más que un lujo resultaba una necesidad. Ninguno había cenado por idea de Sun, que deseaba poner en práctica lo que pretendía experimentar.
Todos eran amigos y se sentían a gusto sin dedicarse los cumplidos convencionales. Yo me había vestido muy sexy debajo de mi abrigo: un jersey que iba muy ceñido y que ponía de relieve mis amplias formas. Se podría decir que iba desnuda debajo, con una falda muy ajustada y con una amplia abertura por delante. Como no llevaba braga, resaltaba mi monte de Venus e incluso se transparentaba mi vello púbico.
—¡Cómo me facilitas las cosas, Lina! —dijo Sun—. ¿Alguno se siente impactado por tu forma de vestir?
Mel, el canadiense, sonrió aprobando mi actitud. Karen dio la impresión de querer desnudarse también. Y Sun continuó explicándonos:
—Bueno, todos nos conocemos del campus. Javier y Lina me han preguntado si alguno de nosotros tiene «tabúes» y rechaza las actividades sexuales más corrientes por aquí, pero no forzosamente admitidas en otros países. Por ejemplo, hablo del intercambio de parejas y la utilización de los vibradores. Aquí nadie impone nada; sin embargo, estas prácticas exigen: primero, el consentimiento de los participantes sin la menor reserva (Javier y Lina se aman, pero eso no les impide estar con nosotros); segundo, el intercambio supone que lo que se haga se realice a la vista de todos, para el mayor placer de los exhibicionistas y mirones: y tercero, los homosexuales se dejarán penetrar con vibradores y lo más natural, mientras saborean cunnilingus y mamadas de polla. Nada ha de impedir que una mujer reciba a la vez al hombre en su coño, en su ano y en su boca… ¡Y se tragará el esperma! Se puede uno aislar para tomar una ducha, es un decir; sin embargo, en seguida, tendrá que contar cómo le ha ido o se inventará lo que se le antoje. Pero, en este momento, será mejor que vayamos a la mesa.
Todos cenamos y, luego, Mel y Karen se fueron a duchar. Al pasar a mi lado me tiraron del pelo diciendo:
—Tres es mejor. —Y añadieron para los demás—: Luego os contaremos. Eso va a excitaros.
Nuestros amigos se pusieron a beber mientras tanto. Sun sirvió champán y preparó a los demás un cocktail, que liberó las inhibiciones, despertó los espíritus y calentó los sentidos. Mel, Karen y yo volvimos de la ducha con unas toallas en los hombros, sin preocuparnos de que nos vieran desnudas aquellos golferas.
—¡Contadnos!
—Antes miradnos bien.
Sun se quedó rápidamente en slip. Comprobamos que se le presentaba una gran complicación para ocultar su enorme polla, algo floja, y sus dos enormes bolsas.
—¡Qué reserva de esperma hay en estos cojones!
Era Phil, el americano, el que acababa de hablar.
—¿Quieres probarlo? —le preguntó Sun.
—Desde luego; déjame hacer…
Se arrodilló para pasar su mano derecha por el bajo del elástico del slip.
Por medio de este sobeteo, el cipote había doblado el tamaño. Los dedos de Phil siguieron yendo y viniendo por las nalgas y, muy despacio, resbalaron a lo largo del vientre masculino. La verga saltó de su prisión, sin descapullar todavía. Y aunque continuaba flácida me pareció de enormes proporciones y espléndida en su forma.
—¡Qué bien lo haces, tío!
—Sólo acabo de empezar la diversión.
Phil se sentó sobre sus talones. Dejó el capullo de Sun al nivel de su rostro y de su boca entreabierta. Una de sus manos descendió hasta colocarse debajo de los testículos. Los acarició y los masajeó dulcemente. Nos sorprendió su delicadeza, el amor genial que mostraba. Era toda una adoración. La otra mano se escurrió entre las nalgas y a lo largo de la hendidura culera. Sun abrió los muslos sin que nadie se lo pidiera, y de esta manera Phil pudo llegar al ano, en el que introdujo un dedo y, al instante, corrió por el perineo para acariciar los cojones.
Phil se sintió feliz de que la polla del cubano continuase floja, porque así pudo tomarla con su boca sin el menor obstáculo. Buscó con la lengua el orificio del batano, lo encontró y lo ensalivó con intensidad. Luego, hizo resbalar la piel, y encontró el meato urinario; más tarde, el frenillo. Ya fue y vino para despertar al cipote.
Advirtió que el pedazo de carne entraba en erección, hinchándose en su boca. ¡Qué sensación más prodigiosa, erótica y sensual!
El americano abrió con una mano sus pantalones y comenzó a masturbarse. Yo no esperaba otra cosa de Phil. Dulcemente le levanté la mano y, desnuda por completo, me arrodillé y empecé a practicarle una felación. Para demostrarle mis habilidades. Mi lengua marchó del ano al perineo; regresó al ano, donde insistió solicitando el acceso. Aunque muy ocupado en la mamada (su verga se hallaba en plena erección y estaba pasando la lengua por el glande de Sun, de arriba a abajo), me respondió a las insistencias, relajando los músculos de los esfínteres y permitiéndome introducir la lengua en su conducto anal.
Pero mi posición inclinada hacia Phil, con las piernas separadas y las tetas colgando, no dejó indiferentes a los espectadores. Javier sabía que a mí me encantaba la sodomización. Ya estaba desnudo. Se aproximó a mí y llevó su lengua a mi grupa y contemplando todo lo que yo le dejaba al descubierto con un impudor total (me refiero a la hendidura maravillosa que rodea mi chumino). Empezó a chupar por detrás mis grandes labios. Remontó mi clítoris, que titiló para hacerlo erguirse, e introdujo la lengua, su «onceavo dedo», en mi corredor vaginal.
Yo sabía lo que Javier estaba buscando, pues me había entrenado en ello como resultaba evidente. Gracias a los consejos de una mora conocida, que practicaba la danza del vientre, podía contraer y aflojar los músculos de mis bajos e incluso apretar el interior de mis órganos genitales. Llevaba tres años de práctica, y estaba segura de que Javier quería actuar sobre mi matriz.
Cuando sentí su lengua y su boca chupándome, absorbí con fuerza para tragarme el esperma de Phil, sin que éste se pudiera contener. Mientras, hacía descender mi matriz de tal manera que Javier llegase con su lengua al cuello de la misma. Así tuve la posibilidad de obtener el placer único, de gozar intensamente.
En efecto, Javier llegó con su lengua a las puertas de mi matriz y, lentamente, penetró allí con su polla, en un relevo prodigioso. Mi excitación al ser follada en lo más profundo, unido a que seguía rodeando con la boca la verga de Phil, me resultó tremenda. Además, sentía dos manos que me estaban acariciando las tetas y un vibrador de gran calibre que resbalaba entre mis mucosas anales. ¡Qué delirio!
En aquel momento, Phil tenía la polla de Sun llenándole la boca hasta la campanilla. Y una vez vencida la náusea, el enorme miembro se puso a ir y venir volcando sus secreciones en el estómago del norteamericano: mientras, mi felación le sobreexcitaba.
Sun me pidió que me retirara, pero ya resultaba demasiado tarde. Había alcanzado el punto en el que no podía abandonar. El esperma del cubano llenó la garganta de Phil, y éste se lo tragó mientras gritaba que su orgasmo había sido promovido por las oleadas de mi placer. Lo cierto es que yo me veía arrastrada en una cascada de orgasmo, gracias a que el cipote de Javier me llenaba el vientre y comenzaba a explotar de una manera fulminante.
¿Qué había hecho Mel durante aquel tiempo? Se dedicó a meter los vibradores a los demás. Luego, nos dejó besar y lamer a todos. Por mi parte, cuando Javier se encontró conmigo y me penetró, gocé interminablemente sentada a caballo de mi amante. Troté sobre su polla; a la vez, él me acariciaba las tetas y el clítoris. Karen también gozaba. Resultaba adorable verla y comprobar que sabía servirse de los vibradores…
Todos nos sentimos felices. Y ya muy avanzada la mañana, nos retiramos a nuestras casas. Experimento sexual realizado. Se había demostrado que no existía en ninguno de nosotros el menor tabú represor. Y sabíamos que la noche siguiente podríamos encontrarnos, de nuevo, en casa de otro cualquiera de aquellos grandes amantes.