Yo llevaba quince días esperando a Dolores. A pesar de que no había mantenido mis genitales inactivos, quería probar el «papo» de aquella tigresa con la que me acoplaba a la perfección. Ella apareció en el piso más morena que nunca…
—¡Vaya quince días en Río de Janeiro! —contó a la vez que dejaba las maletas en un armario— ¡Todos los clientes de nuestra Agencia eran jóvenes ginecólogos, la mayoría casados, a los que sólo se les exigía dedicar las mañanas al Congreso; pero por las tardes y por las noches… Que bárbaros, chico!
—¿Es qué pretendes ponerme celoso, guapa? —pregunté, abrazándola por detrás y besándole en el cuello a lo vampiro- Porque estás a punto de conseguirlo. Seguro que te queda mucho por contarme; me lo estás revelando con esos ojos de gata.
—¡He aprendido tanto!
—¿Más de lo que sabías? — le repliqué con un marcado tono zumbón— Si tú eres la tía con más escamas puteriles que conozco. Sólo prentendes calentarme.
Ya lo estaba consiguiendo, dado que me faltaban manos y boca para ocupar la cintura, los labios y las tetas de Dolores.
—Creo que se va haciendo oportuno que te haga algunas demostraciones de lo mucho que he aprendido, cariño
—dijo ella, terminando de desnudarse ante la cama.
Seguidamente, hizo que me tumbara sobre la colcha y me cogió el cipote para iniciar la felación; pero se cuidó de presionar el glande como si quisiera aplastarlo con sus labios. A la vez…
—Esto ya me los has hecho otras veces, Lola —continué con mis burlas— ¿Dónde está la novedad… o lo que te han podido enseñar esos «ginecólogos casados»?
—Espera, impaciente. Todo a su debido tiempo… ¡Si vuelves a interrumpirme con otra chorrada propia de tu desconfianza me voy a la ducha! ¡Quedas avisado!
La amenaza permaneció en el aire, pesando en mi ánimo de macho celoso; mientras tanto, ella había vuelto a recuperar el ritmo de la felación. Presionó de nuevo mi capullo con sus labios; luego, se lo sacó de la boca y se lo llevó a las tetas, para restregarlo contra sus durísimos pezones y, a los pocos segundos, lo devolvió a su boca, en un proceso alternativo que fue combinando con una paulatina frotación de mis cojones con la mano que le quedaba libre. Encima…
Pasados los quince minutos de este «tratamiento», se entregó a realizar unas succiones en el mismo agujero de la uretra, teniendo la mitad de mi cipote engullido… ¡Un recurso casi «imposible», que a mí me puso en acción los genitales!
—¡La madre que te parió… Voy a reventar de verdad… Quítate…!
—¿Te has convencido, «barbitas»? —preguntó Dolores, empezando a bajarse de la cama mirándome fijamente—
¿Quién mejor que unos ginecólogos para enseñarte los recursos sexuales más efectivos? ¡Además, sin miedo a que te quedes preñada!
—¡Ole por la azafata de turismo, tan experta que dispone de un «harén» de sabios amantes! —reaccioné con energía, agarrándola por la cintura— ¿Te la han metido por el culo tus «ginecólogos»? Espero que me contestes con un no…
—Esas cosas no se le hacen a una mujer durante las primeras noches… ¡Cuidado!
No la hice caso. Procuré situarla en la posición que a mí más me convenía; y se la empecé a hincar por su prieto agujero, redondito… ¡y tan caliente!
—Debí imaginar que reaccionarías así, Álvaro… ¡Eres un condenado celoso, aunque tú y yo hayamos «firmado» un pacto de acostarnos con quien nos guste siempre que, por necesidades de tu trabajo o el mío, debemos estar separados!
Dolores intentaba razonar, acaso para impedir que su men¬te y toda su humanidad se vie¬ran arrastradas por mi canden¬te hierro, que le atravesaba la ga-lería anal en busca de sus zonas más sensibles. En seguida cayó en la cama.
—¡Ardo entera… Qué calor, tío…! —gimió.
Se había tenido que agarrar las tetas, cuyos pezones parecían válvulas de presión y todo su pandero se hizo gelatina, bajo el azote de mis cipotazos, que le estaban extrayendo del pensamiento a todos los ginecólogos y a cualquier otro hombre… ¡Cierto!
Nadie la conocía mejor que yo; y aunque esta realidad a veces le «jodiera», por lo que tenía de dependencia de mí, que soy un tío mujeriego, debía reconocerlo…
—Si al final no resultas tan perverso como pareces… — susurró, tumbada boca arriba, con la pierna derecha levantada y teniendo mi cipote en su coño. Me estás ofreciendo lo que más necesito… ¿Consideras necesario que te dé las gracias?
El último vestigio de ironía se disipó al sentir mi capullo trabajando a niveles de sus ovarios y mis dientes mordiéndole un pezón. La acción de nuestros genitales invitaba a las mayores «barbaridades» sexuales, a obtener lo nunca conocido. Porque acaso, muy en el fondo, yo fuese un poco celoso.
Dolores intentó apretar con todas sus fuerzas las paredes vaginales y, finalmente, advirtió la llegada de mi semen. Se agarró a mis hombros y esperó anhelante.
—Disponemos de tres días para nosotros solos —dije, en el momento que yo estaba recuperándome— ¡Y no hemos podido iniciarlos de una mejor manera, cielo!
¿Ya veis lo que significa mantener una relación abierta? Confío en que merezca el honor de ser incluida nuestra experiencia en vuestras extraordinarias secciones de relatos.
Alvaro – Mallorca