Juego Incansable
En 2001 vivíamos en una aldea bastante poblada, donde casi todos éramos parientes más o menos cercanos. Mi primo de 19 años y yo, que entonces contaba unos 18 años, nos teníamos por los mejores amigos y pasábamos juntos la mayor parte del tiempo libre.
Recuerdo que había descubierto que mi hermana, de 20 años, solía visitar con frecuencia el pajar que ocupaba la parte superior de un edificio anexo a nuestra casa, que se usaba para guardar aperos, herramientas y cosas por el estilo. Poco más tarde, la seguía su novio, de 25 años.
Como la curiosidad me dominaba, procuré esconderme detrás de los sacos, las balas de paja y los barriles. Allí pude observar como la pareja, después de darse muchos besos y abrazarse, cada vez más apretados, pasan a tocarse los órganos genitales y a masturbarse mutuamente. Claro que yo terminaba por imitarles.
Mi cuñado —se casaron poco más tarde— solía colocar su pene entre los muslos de mi hermana, y se movía igual que si se la estuviera jodiendo hasta que se corría. Le dejaba el semen deslizándose piernas abajo; luego, ella se lo limpiaba con las bragas. Siempre la oía decir, cuando se lavaba la ropa interior, que recordaba aquellos momentos gozosos.
Una tarde, le conté a mi primo lo que ocurría en el pajar. Quedamos en ir a verlo juntos. De esta forma nos propusimos espiarlos. Como estaba previsto, llegó ella primero; y él apareció casi en seguida. Se pusieron a conversar sobre muebles, vestidos, etc. Nos sentimos defraudados. Sin embargo, no se olvidaron de los besos. Y cuando mi hermana le puso la mano en la bragueta, se desprendió de la boca de su novio y le dijo que al día siguiente iba a tener la regla, por lo que podían echar un polvo.
Mi futuro cuñado no se puso nervioso. Lentamente le acarició los muslos y las nalgas. Se daban la lengua ardientemente. Mi hermana le soltó el pantalón y los calzoncillos. Y en el momento que él se agachó para quitarle las bragas, se levantó la falda. Pero como se hallaban de espaldas a nosotros no pudimos verla el coño, que suponía el mayor techo de nuestra curiosidad. Al tío sí que conseguimos verle el hermoso pene erecto, y de qué manera la comía a besos los muslos y, acaso, también el pubis.
Mi hermana se tumbó sobre un montón de sacos; su novio se la colocó encima y osciló rítmicamente sobre el vientre que tenía debajo. Cuando ella se lo indicó, abriendo al máximo las piernas, él la penetró con suavidad, ternura y amor. No cabe duda de que le arrebató la virginidad. Gozaron lo indecible, dedicándose las más tiernas palabras de pasión, que mezclaron con algunas alusiones al pene, a la vagina y al ano.
Como es de suponer, nosotros nos hallábamos al rojo vivo. Habíamos dejado las pollas al aire y manteníamos contenida la respiración. Quietos como estatuas, uno al lado del otro. Mi primo alargó su mano derecha y la dejó descansar en mi capullo. Lentamente comenzó a acariciarlo, hasta que lo asió por completo. De esta forma inició un movimiento de vaivén. Pronto creí que iba a perder la visión; claro, no me opuse. El espectáculo y la paja juntos resultaban algo excesivo. Me sentí turbado.
Mientras, la otra pareja se aproximaba a la cima del placer sexual. Entonces, mi primo se arrodilló y empezó a dedicarme una serie de suaves lamidas a lo largo de mi picha, que remató con un beso en el glande; luego, abrió lentamente la boca y se la introdujo un momento para iniciar otro asalto. Poco a poco fue incrementando el tiempo que mantenía mi capullo entre su paladar y su lengua, hasta que no lo soltó y me dedicó la primera felación de mi existencia. Cuando me corrí en su garganta, se tragó todo el semen con sumo placer.
Mi hermana y su novio ya habían terminado, y estaban diciéndose las cosas que en aquellas fechas eran habituales entre una pareja de enamorados.
Mi primo se acababa de levantar, y exhibía una erección más que regular. Me puse a acariciarle la polla. Me gustaba tener entre mis dedos una carne tan caliente y dura. Era una sensación nueva, muy agradable. Ya se me había pasado el estado de tensión de unos momentos antes y me sentía tranquilo. A la vez que iniciaba una masturbación, pensé que podría agradecerle su mamada besándole la picha; no obstante, al ponerme de rodillas ante él, no me limité a realizarlo.
Necesitaba algo más, porque me atraía aquel miembro tan suave, terso y bellísimo. Le lamí una gotita que se desprendía de la minúscula rajita, la saboreé y me gustó. Entonces, toda mi ilusión se concentró en degustar de la fuente de vida y goce.
Los enamorados ya se habían marchado cuando él eyaculó todo el torrente cálido, suave y maravilloso de su semen, que llenó mi… Repetidamente, sus manos me impidieron retirar la cabeza, y tuve que tragarme toda su corrida.
Ni qué decir tiene que éste fue el principio de unas frecuentes relaciones homosexuales, que todavía duran a pesar de haber transcurrido 38 años. Ahora los dos tenemos hijos, nuestras vidas matrimoniales son espléndidas y ningún otro hombre, al menos puedo hablar por mí, ha venido a añadir una segunda experiencia que ambos hemos estado disfrutando.
Pero, volviendo al relato inicial, un par de semanas después, vinieron del pueblo unos parientes, y debíamos amontonarnos un poco más en las camas disponibles. Así que a nosotros nos tocó compartir el mismo lecho de unos primos recién casados. ¿Verdad que fue un disgusto?
Además, los anfitriones se olvidaron en seguida de nosotros. Y nos hacían contemplar sus espectáculos a cualquier hora de la noche. En la primera ocasión ya nos acostamos desnudos. Nuestra primera experiencia fue un 69, y la gozamos hasta lo indecible.
A medianoche, en el instante que nos despertó la jodienda de los recién casados, mi primo sacó del bolsillo del pantalón un tubito que había cogido de la mesilla de noche de sus padres. Desde el primer momento temí que pudiera suceder esto. Me atemorizaba a pesar de desearlo, así que le dejé hacer e incluso guié con mi diestra su nabo para corregirle la puntería en el caso de que fallase.
No nos tropezamos con las prisas, ni con ningún tipo de atropello. Suavemente, con gran paciencia y aplicando más vaselina del tubito en su pene, fue entrando en mi ano. Me dolió cuando me penetró con todo su glande. Las emociones cambiaron radicalmente al sentir toda la longitud de su rica pija dentro de mí, y fui feliz escuchando sus suspiros y sintiendo el riego de su eyaculación espasmódica y delirante.
A continuación me tocó a mí penetrarle a él. Gocé muchísimo. Pero, si soy sincero, debo reconocer que lo pasé mejor al mamársela. Todavía hoy día lo prefiero, aunque mi primo continúe decantándose por el coito anal. A mí me satisface mostrarme plenamente como un amante activo, tanto si me relaciono sexualmente con él o con mi esposa. Pero no rehuyo el papel receptor, aunque lo rechace todo lo que me es posible.
Icaro – Zaragoza