La cala secreta de las sirenas

Es ésta una aventura de las que ocurren en las películas X; pero que me tocó vivir a mí. Sorprendentemente. Confío que tenga el honor de aparecer publicada en «polvazotelefonico».

Aquella mañana salí con una lancha de segunda mano. El motor rateaba desde que empecé a navegar; pero el mecánico me había dicho que si mantenía una velocidad regular y no me sorprendía ninguna marejada podría hacer el recorrido Valencia-Ibiza sin contratiempos.

Me gusta la mar porque siempre ha sido mi aliada. Cuando algo me preocupa me echo a navegar, en la mayoría de las ocasiones sin ningún rumbo fijo. Así puedo pensar hasta dar con la solución que más conviene. Nunca me falla el recurso.

En aquella ocasión salí a la mar porque tenía que cerrar el compromiso con Begoña, una ibicenca que iba a heredar una pequeña fortuna; pero de la que no me consideraba lo suficientemente enamorado para llegar al matrimonio. La verdad es que mi economía flojeaba.

Lo primero que acudió a mi cabeza fue que no debía pensar en chorradas, ya que me convenía dar ese paso. Por otro lado, siempre me quedaría el recurso de echar alguna cana al aire en el caso de que Begoña me dejase el pijo insatisfecho.

Es posible que mis ideas materialistas enfureciesen al mar o que se desatara una de esas tormentas de verano tan frecuentes en el Mediterráneo. El hecho es que me vi en medio de una cáscara de nuez, con el motor parado y sin poder controlar el timón. Luché como un jabato; pero ni por esas. Naufragué….

Aún no puedo explicarme cómo pude llegar a aquella cala, agotado, con los vaqueros, mi única ropa, destrozados. Perdí el sentido y estuve delirando. Por momentos creí que me hallaba en el cielo…

Cuando abrí los ojos vi a dos chavalas divinas, auténticas sirenas, que me llevaron a pensar que estaba protagonizando una especie de cuento fantástico. Intenté cerrar los ojos.

Sin embargo, al notar que ellas me estaban lamiendo el pijo supe que aquello era real… ¡Me estaba pasando a mí!

—¿Dónde me encuentro…? ¿Quiénes sois vosotras…? —pregunté al sentirme con fuerzas para poder hablar—. ¿Por qué me estáis haciendo… una cosa así…? ¿Acaso es un sueño…?

Me hallaba demasiado confuso para coordinar las ideas, aunque tuviera claro lo que aquellas chavalas me dedicaban. Pero no me respondieron, ya que lo suyo parecía centrarse únicamente en conseguir que llegase mi eyaculación.

Esta surgió al cabo de mucho tiempo, a costa de que me dolieran más los huesos de todo el cuerpo y los cojones se me pusieran a reventar. Luego de que hubiese vaciado mi leche en sus gargantas, la rubia me miró, formó una sonrisa y se explicó:

—Mi amiga se llama Virginia y yo Laura. Esta es nuestra cala secreta, a la que venimos desde que éramos unas crías. Te vimos llegar destrozadito. Corrimos a ayudarte, te echamos sobre una de las alfombrillas de paja y nos entregamos a hacerte el boca a boca; por último, te la hemos mamado… ¡Ya está curado!

—Es una forma muy peculiar de atender a un náufrago… Así pueden matarme, señoritas…

—¡Nada de señoritas, amigo! —exigió Virginia, poniéndome un dedo en la boca—. Puedes llamarnos por nuestro nombre o darnos otros apelativos más íntimos. ¡Te lo imponemos!

—Quiero recordar que «en la otra vida» me conocían por Vicente; era ingeniero industrial, tenía 27 años, no me había casado y poseía un cacharro que el mar se ha engullido..

Las dos me besaron en la boca para sellar nuestra amistad.

Las sirenas eran muy previsoras. Allí había frutas de todas las clases, refrescos y comidas más fuertes. Me alimenté despacio, sin dejar de observar cómo ellas se iban desprendiendo de las escasas prendas que llevaban encima. Tuve que decir:

—Esto lo veo en la «tele» o en el cine y no me lo creo… Es como si el destino me hubiese obligado a venir a esta cala, que pertenece a dos mujeres hermosísimas.

—Cierra el pico, Vicente —me pidió Laura, la rubia—. Por haberte rescatado del mar nos perteneces. Así lo dicen las leyes internacionales de la Marina. ¡Y vamos a obtener el mayor provecho de ti!

Me quitaron los vaqueros y se cuidaron de limpiarme los labios como si fuera un niño indefenso. Acto seguido, me dejaron sobre una zona caliza, donde tuve que beber en el coño de Virginia a la vez que Laura me masturbaba. Eran unas maestras en las cosas del Sexo.

En aquel instante empecé a tomar los primeros jugos vaginales. La sirena que estaba de pie sobre mi cara, permitiendo que le mamase el coño, era de esas mujeres que no cesan de soltar líquidos cuando se notan muy excitadas. Me embriagué.

—Nuestro náufrago ya se encuentra listo —avisó Laura, incorporándose de un salto—. ¡Ahora sí que van a ser plenamente satisfechas nuestras fantasías!

—¿A qué fantasías se refiere tu amiga? Me parece que las dos estáis un poco «tocadillas»…

—Nosotras hablamos de muchas cosas cuando nos encontramos solas en esta cala secreta —empezó a contarme la morena Virginia—. Pero el tema principal siempre ha sido que un día llegarían del mar dos hombres guapísimos, un par de tritones, con los que podríamos follar como jamás hemos podido hacerlo…

—Miradme, sirenas… ¿Qué tengo yo de un hombre guapísimo… o de tritón? —bromeé.

La cuestión es echarle un poco de fantasía —intervino Laura—. No estás del todo mal y, lo mejor, dispones de una polla muy prometedora… ¡Vamos, ponla a nuestro servicio!

Curiosamente las dos se echaron en el suelo, formando un «69» sáfico; pero cuidándose de situar sus popas al descubierto para que yo empezase a utilizarlas. Tentadoras.

Me dediqué a la rubia, que era la que mayor trajín se traía lamiendo el coño de su amiga. Pero me vi obsequiado con las manos de Virginia y con su boca, pues en ciertos momentos me lengüeteaba los cojones al haber yo ocupado la cueva donde ella estaba gozando.

—¡No hay duda de que se ha curado por completo! —exclamó Laura, culeando—. ¡Cómo me está atizando con su polla… Me he convencido de que nuestras fantasías se han hecho realidad!

Terminé por creerme que era un tritón y así procuré comportarme. Es posible que todo el mérito debiera atribuírselo a los jugos vaginales que había bebido, no lo sé. Lo cierto es que le eché reaños a la jodienda. Como nunca había hecho.

Tiempos atrás, en mis últimos años de universitario, participé en algunas orgías, ya que era un golferas. Pero al entrar a trabajar en la multinacional de automóviles senté un poco la cabeza, sin que ello fuera en perjuicio de mi polla, a la que había acostumbrado a echar de cuatro a cinco polvos semanales con una colección de chavalas, cuyos teléfonos guardaba secretamente en una cajita fuerte.

Bueno, con lo del compromiso de Begoña había estado casi tres días sin joder; y si a esto añado el sobresalto del naufragio, con el añadido de mi resurrección junto a aquellas dos sirenas… ¡No hay duda de que yo era un hombre nuevo!

Nuevo para afrontar hazañas sexuales inimaginables. Repetí la eyaculación en aquel soberbio coño de la rubia, para servir mi leche a las chavalas. Poco más tarde, me recreé viéndolas jugar en plan sáfico. Se hallaban cargadas de vitalidad.

Las sirenas que llamaban al mítico héroe griego Ulises debieron ser así: hiperactivas, ingeniosas y de una fascinante belleza. Verdaderas bisexuales que obtenían provecho de todo, olvidando los prejuicios y la barrera entre los sexos. ¡Sus jugos vaginales!

No dejaban de fluir entre sus grandes labios, para brindárselos a la otra. Los tomaban con fruición, glotonamente; sin embargo, quedaban gotitas que se me ocurrió recoger con un dedo para llevarlas a mi boca. Estaban ácidas y poseían la cualidad de «embriagarme».

El numerito que estaba contemplando me hizo trempar de nuevo. Mi polla se había amotinado y actuaba a su capricho. Algunos de mis músculos aún se hallaban dolidos por el naufragio; no obstante, allí se disparaba ese «rebelde» buscando los coños.

Cuando ellas superaron los efectos de la colección de orgasmos, creí que se habían olvidado de mí… ¡Ya, ya! Pronto las tuve encima.

Echaron un vistazo a mi polla, la estuvieron toqueteando y besando como se hace con un cómplice que no va a fallar en el mejor momento.

Después se dedicaron a metérsela en el coño… ¡Sus jugos vaginales! ¡Me lo bañaron por completo!

—Laura es un poco ninfómana cuando encuentra una polla en condiciones. ¿Me ayudas a servirle unos buchecitos de saliva en su chocho?

La rubia se extendió sobre una de las alfombrillas y nos agachamos a dedicarle unos cunnilingus bisexuales. Pero, antes, la morena abrió los grandes labios de su amiga.

—Observa la coloración rojiza que ofrece todo el interior, como si fuera carnecita sangrante. Son sus jugos, unido a que aquí siempre hay algo que cuece. ¡Es maravilloso!

El néctar vaginal lo recogí con la lengua y toda la boca, unido a la saliva que iba dejando Virginia. Poco más tarde, volví a follar con ambas; y también las ayudé a que cocinasen la última tortilla sáfica. Así llegó el momento de la partida.

Las sirenas eran hijas de los dos hombres más importantes de la localidad costera. Esto me facilitó mucho las cosas para volver a casa. Me olvidé de Ibiza y de Begoña, con la que jamás me casaré. Virginia y Laura pueden viajar a menudo.

Durante el verano y la primavera nos encontramos en nuestra cala secreta; y en las otras épocas del año vienen a mi piso. Estamos pensando en montar un negocio juntos, que nos permita vivir en la misma casa. Ya se han resuelto mis problemas económicos y tengo una nueva embarcación.

Vicente – Castellón