Este verano he pasado las vacaciones con mi mujer en una playa de Huelva. A los dos o tres días hicimos amistad con un matrimonio de edad parecida a la nuestra, de 30 a 40 años, que tienen dos hijos preciosos —19, el niño, y 18, la niña—. Ellos están como un verdadero tren.
A la semana de tratarnos, nos invitaron a cenar en su apartamento. Dado que el nuestro se hallaba pegado al suyo, mi mujer sólo llevaba una bata casera, sin sujetador ni bragas debajo, pero con el pantalón del pijama. Nada más entrar, nos dimos cuenta de que nuestros amigos iban de la misma forma. Sus hijos no estaban allí, porque habían ido a una discoteca con unos amigos. No sabían cuando regresarían.
Después de cenar y, cuando estábamos tomando unas copas de despedida, se presentaron los chicos. Como ella se fue a su habitación sin darnos las buenas noches, sus padres preguntaron al muchacho qué les había pasado. Se disponía a contestar, cuando se presentó ella. Apareció ojerosa, llevando tan sólo las bragas y con las tetas al aire. Su madre corrió a taparla con una blusa, que le echó encima; luego, quiso saber qué estaba sucediendo allí. Sin reparo alguno, la chiquilla contestó:
—¡Mirad, esta noche me ha pedido un chico que me acueste con él! ¡Yo estaba decidida…! Pero, antes, necesitaba saber cómo se hace para no sufrir… ¡Una amiga me ha contado que lo pasó bastante mal al principio! Así, que he pensado que seáis vosotros mis maestros, antes de entregar mi cuerpo a cualquier desaprensivo que no me proporcione ningún placer… y sí un daño irreparable.
Naturalmente, sus padres le llamaron de todo: sinvergüenza, desnaturalizada, guarra, puta, etc. Sin embargo, la niña siguió en sus trece; después, empezó a llorar. Entonces, su padre se fue hacia ella y, abrazándola, la consoló diciéndole palabras cariñosas. Claro que a la afligida se le cayó la blusa, con lo que sus tetas rozaron el vello del tórax del hombre y las mismas tetillas. La polla de éste no pareció entender nada de parentescos, ya que comenzó a ponerse tiesa y gorda.
Al mismo tiempo, a todos los demás nos asaltó una calentura de imposible extinción. Particularmente, yo me arrimé a mi mujer, y comencé a besarle la boca y a sobarle las tetas, que se le habían puesto durísimas; con la otra le sobeteé los muslos. Y ella, en lugar de oponer resistencia, abrió todavía más sus piernas, con el fin de que le metiera los dedos hasta los peludos labios de su coño, que se estaban expandiendo solos y ya se encontraban muy mojados.
Mientras tanto, la hija ya había bajado el pantalón a su padre, y le estaba sobando la enorme verga. A su vez, él le magreaba las tetas y le lengüeteaba furiosamente en la boca, para invadir el interior. Comprendiendo que ya todo se hallaba decidido, la madre se quitó la bata y se metió dos dedos en el chumino; además, se tocaba los pezones y nos echaba unas lujuriosas miradas a mí y a su hijo.
Su hijo ya no aguantó más y, desnudándose del todo, llegó donde estábamos nosotros; se arrodilló, me quitó la mano del chocho de mi esposa y, metiendo la cabeza, se entregó a lamerlo y a chuparlo. Yo me quedé atónito, pues no esperaba un comportamiento de este tipo. Sin embargo, al comprobar que a mi mujer no le disgustaba, los dejé hacer. Porque había fijado mis ojos en la amiga. Me acerqué a ella, la eché sobre la alfombra y la metí toda mi picha en su chumino.
Tardamos una media hora en reaccionar, en darnos una exacta noción de lo que allí estaba ocurriendo: padre e hija ya se habían compenetrado, con lo que follaban a toda marcha —la chavalilla había sangrado un poco, pero ya gemía y suspiraba moviéndose a todo ritmo, dando fuertes empollones a la verga paterna.
Luego de corrernos varias veces, cambiamos de pareja. Aquello resultó un fabuloso espectáculo: admirar la forma de joder de la madre con su hijo, a la vez que la chiquilla entregaba su chumino a la boca de su hermano; mi esposa follando con nuestro amigo; y yo haciéndome una paja frente a todos ellos.
Estuvimos descansando una media hora, luego de la orgía. Entonces, mi esposa me dijo:
—Voy a chuparle el coñito a la chiquilla. Quiero comprobar a qué sabe esa mezcla de efluvios femeninos y semen.
La pequeña no pudo oír estas palabras; sin embargo, cuando notó la presencia de la lengua de mi mujer en su pipa, comenzó a contonearse y a gemir llena de placer. Para no ser menos, me dirigí a mi amigo, le cogí la polla, y empecé a meneársela hasta que conseguí que eyaculase en mi boca. Entonces, la esposa de éste me gritó:
—¡Por favor, no te la tragues… Méteme su leche en mi coño, para que yo también disfrute, a la vez, sintiendo en mis carnes internas un líquido tan exquisito!
Aquella noche realizamos intercambios de parejas de todos los tipos. Lo único que nos faltó fue sodomizarnos, pues nos daba cierta prevención. Pero los machos nos besamos y nos mamamos alternativamente, al igual que hicieron las hembras. El momento culminante llegó cuando ellas, formando un círculo con sus cuerpos, se chuparon el chocho al mismo tiempo, nosotros las lamimos las tetas o nos masturbamos.
Por último, montamos una especie de campeonato: nos pusimos a masturbar a cada una de las mujeres, con el fin de comprobar quien era capaz de proporcionar más orgasmos. Fue un auténtico ejercicio circense, viendo a las hembras gemir de placer a la vez, ella nos suplicaban que les metiésemos el nabo en el coño. Más de una vez estuvimos tentados de hacerlo, pero no traicionamos las reglas de la competición. Finalizamos con un extraordinario sesenta y nueve que nos dejó totalmente agotados.
Un andaluz – Sevilla