Cuando yo tenía 18 años, estuvimos veraneando en casa de mis tíos durante un mes. Ella era hermana de mi madre, además de ser mi madrina. No tenía hijos. Mis padres se volvieron al pueblo y yo me quedé allí, en Alicante, para hacer el bachiller.
Mi tía tenía 29 años, era alta —1,77 de estatura— y pesaba unos 70 kilos. Su piel blanquísima correspondía a un cutis finísimo. Su marido era un poco mayor, pues tenía 44 años. Disponía de un negocio que Ies permitía ganar mucho dinero. Lo peor es que él siempre estaba ocupadísimo.
Durante los veranos nos íbamos con mis padres al balneario, donde nos bañábamos. Mi tía y yo echábamos carreras de natación, jugábamos a hacer los «muertos» o la barquita. A mí comenzó a ponérseme la verga tiesa. Un día, me di cuenta de que ella miraba mucho a la entrepierna. Esto lo hizo muchas veces en los días sucesivos.
Un domingo mi tío se vino con nosotros. En seguida me di cuenta de que a él casi no se le notaba el bulto de su verga. Con la comparación mental, conseguí que se me pusiera tiesa. Entonces comprobé que mi tía me estaba dedicando una sonrisa de complicidad.
Pocos días después se fueron mis padres. Como era el mes de agosto, seguimos bañándonos. Cuando mi tía y yo entrábamos en la caseta de baño, procuraba quedarme en el pasillo de fuera. En el momento que ella estaba lista, me avisaba. Luego, se iba al mar, y me tocaba entrar a mí a cambiar la ropa por el bañador.
Fechas más tarde, alquilamos un patín y nos fuimos bastante lejos de la playa y de las miradas de la gente. Entonces mi tía comentó:
—Casi siempre te veo como si te aislaras del mundo, Ricardo. ¡Pero hay algo en ti que habla, o descubre, lo que pasa por tu cabeza!
Acompañó sus palabras con un dedo, que apuntaba a mí entrepierna. Con un gesto rápido intenté tapar el bulto. Yo todavía no había cumplido los 20 años. Sin embargo, ante su insistencia, decidí mostrarle lo que ella quería contemplar.
Mi verga ya medía 17 centímetros de largo. Además, me atreví a cogerle una mano para llevarla a mi cipote. Se la apreté.
—¡No, querido niño!
Pero no la retiró, al momento yo dejé de sujetársela, y mi tía comenzó a meneármela. Muy pronto la grité:
—¡Ya viene algo muy caliente…!
Entonces ella agachó la cabeza, me dio unas chupadas y se tragó toda mi primera leche. A mí me entró un gusto inmenso, inolvidable.
Varios meses después, mi tía me invitó a irnos a casa para dormir la siesta juntos. Quería que llegáramos lo antes posible. Cogimos el tranvía. Yo la coloqué en el fondo, donde no había pasajeros, y la apreté mi cosa contra su coño. Ella me preguntó:
—¿Es posible que ni siquiera te puedas aguantar ni unos minutos?
Como mi tío no iba a venir a comer, nos duchamos juntos —mi tía no paraba de admirar mi picha— y nos fuimos a la cama. De pronto, me confesó algo sorprendente:
—¿Sabes que mi marido lo único que me ofrece es una pilila que no llega a los seis centímetros de largo máximo?
—¡Eso quiere decir que materialmente eres virgen, tía?— exclamé, muy animado.
—Anda, Ricardo, dejemos de hablar de cosas triste. ¡Prefiero que me chupes el coño, pues me vuelve loquita!
La metí la lengua con cierta habilidad, porque ya se lo había hecho a varias compañeras del Instituto —no conseguimos más que calentarnos muchísimo, y que las chiquillas me soltaran unas gotitas de pis—. Debí ponerme bien, ya que ella gritó:
—¡Ay, nene, qué delirio! ¡No te detengas, y lame a tu tita ese botoncito saliente de su carne!
¡Vida mía, cómo te voy a querer… Ay, qué buenos han sido tus papas al dejarte conmigo! ¡Ay, chiquitín mío, lame con todas tus ganas, como lo estás haciendo…! ¡Seguro que me lo vas a dar todo…!
—¿Me dejarás que lo haga a menudo, tita?
—¡Claro que sí, vidita… Pero no te detengas, por favor…
Sigue, sigue… Me estás dando tanta felicidad…!
Ascendí por sus piernas, y ella me cogió la verga y la puso en
la entrada de su coño. —¡Ahora te vas a mover entrándome, nene mío!
¡Entrame con toda tu polla!
Al fin tropecé con una pequeña dificultad, que mi tía solucionó dándome un fuerte empujón en el trasero; a la vez, que me decía:
—¡Aprieta con todas tus energías, cariñín!
Le di tres empellones. Ella soltó un pequeño alarido, me mordió en la boca y confesó, satisfecha:
—¡Nene mío, acabas de desvirgarme de verdad…!
Luego, materialmente me devoró a besos. Me atenazó con sus piernas, y la penetré hasta los cojones. Estaba convencido de que lo nuestro suponía un «pecado muy grande»; pero no me importó.
—¡Ay, ay, nene mío… Échame tu lechecita en mi vaso de los placeres…. Vamos, ya la tienes en puertas… Suéltala que no te dolerá…!
—¡Ya… ya está aquí, tita….! ¡Qué bueno es esto… Síiii…!
Descansamos un buen rato; luego, comimos en seguida. A los postres, mi tía me preguntó:
—Seguro que te conviene tomar unas cucharadas de leche condensada, ya que me has regalado con una buena cantidad de la tuya. Ahora no hay en la despensa, pero me cuidaré de traerte de la mejor. ¿Quieres que te la vuelva a menear?
Antes de que yo le respondiese, me la sacó del pantalón. La tenía durísima. En seguida me dedicó una mamada. Poco más tarde, me colocó su coño a dos dedos de mi boca.
—Si te dedicas a pasar tu lengua por mi raja, estaremos haciendo un sesenta y nueve, mi nene. ¿Te atreves a jugar con tu tita a una cosa tan divertida y caliente?
Atenacé sus muslazos, me arrimé su chochazo a los labios y empecé a lamerlo. Antes se me ocurrió decir:
—¡Será como si hubieras añadido una buena ración de miel al postre, tita! ¡Pero lo mejor me llega de tu boca…! ¡No sé lo que me estás haciendo en la picha… Es algo maravilloso…! ¡Ay, qué delicia…!
No paramos hasta que los dos alcanzamos el orgasmo o la «corrida», como ella la llamaba. Por último, me dijo con voz fatigada:
—Por hoy ya está bien… Han sido cuatro veces… ¡Es demasiado para la primera vez!
Al día siguiente, después de marcharse mi tío, salté a su cama. De sopetón me recibió con las piernas separadas. En un momento la estaba follando, la eché dos polvos, y ella consiguió unos cinco orgasmos. Gracias a que el segundo lo retardé una barbaridad.
Y por la tarde, nada más que realizamos las faenas de la casa, me fijé en lo empinado que tenía el culo. Por eso la pregunté:
—¿Te gustaría que te la clavase por aquí, tita?
—Lo que tú quieras, cariño. Será un nuevo desvirgamiento para mí: ¡nunca me han dado por el trasero! Ya sabes que tu tita no es capaz de negarte nada. Basta que lo desees, para que yo me ponga a tu disposición inmediatamente…
Nos fuimos al cuarto de baño, donde ella preparó una pera de agua caliente. Yo mismo se la puse en el ano. Al momento hizo caca. La apliqué otra, y se le quedaron las tripas bien limpias. Después, me pidió que la enjabonase todo el culo, pues quería que se lo comiera enterito. Finalmente nos fuimos a la cama, donde se colocó apoyada en la cabecera.
Me arrodillé detrás de ella. Comencé a morder las prietas carnes y a pasarle la lengua. La abrí las nalgas y empecé a lamerla el coño y el ano. Creo que realicé unas verdaderas filigranas. Hasta que ella me entregó un tarrito de vaselina. Le puse la mitad en el orificio y me dispuse a perforar o desvirgar.
—Con tus dedos ves metiendo la vaselina bien dentro.
Cuando lo hice a su gusto, se volvió, me cogió la verga y me dedicó una mamada, para ponérmela durísima. Después, me aplicó una buena cantidad de vaselina en el capullo.
—Rey mío, ahora tienes que apretar muy despacito. ¿Verdad que seguirás los consejos de tu tita?
—Si, tita. Procuraré hacerte el menor daño posible…
Pero sólo necesité cuatro emboladas para metérsela hasta los cojones. La escuché gritar un poquitín. Pronto comenzó a mover el culazo; mientras, yo la cogía por las caderas. No paré de bombear, sacándole más de media polla y volviéndola a clavar.
También la metí dos dedos en el coño; a la vez, mi tía me pedía que la «destrozase toda entera». Dándole unos mordisquitos en la nuca, la eché el manguerazo de leche. Pero continué dentro de ella, y sin parar de darla masajes con mis dedos. Un momento después, volví a bombear de nuevo.
Esta segunda vez permanecimos más de siete u ocho minutos hasta desencadenar el chaparrón. La cogí con las piernas dobladas y hundí mi verga en su coñazo. Mi tía inició una media vuelta, para quedar encima de mí. Sus tetas quedaron al alcance de mi boca. Los dos nos agitamos sin parar. Y le introduje dos dedos en el ojete.
Ya no pude aguantar ni un segundo más. Me abracé a ella y nos corrimos juntos. Después, nos fuimos al cuarto de baño. La ayudé a ponerse una lavativa y me pidió:
—Ricardo, quiero que vuelvas a darme por el culo. No va a ser ahora mismo. Voy a tomarme un tiempo para asearme a conciencia. Luego, lo haremos a plena comodidad, no como antes. Él «virgo» siempre obstaculiza las cosas buenas.
Tardó más de una hora en prepararse. Repetimos el unte de la vaselina. Luego, se dio la vuelta y en un momento se introdujo mi verga en la boca. No paró de mamarme hasta que consideró que ya estaba lo suficientemente tiesa. Entonces, me llenó el capullo de crema y ya pude encularla.
—¡Ay, nene mío, aprieta más! ¡Cómo me estás poniendo, cariñín…!
Llevé mi mano derecha a su coño y me dediqué a masturbarla.
—¡Ricardo, bombea más fuerte…!
—¡Ya la tienes toda, tita… Te voy a regar el culazo…!
Llegamos a tal grado de delirio que perdimos materialmente el sentido. Por eso necesité tomarme un leve respiro. Luego, me arrodillé y empecé de nuevo a dedicarle una lamida fenomenal, que la dejó sin respiración.
Horas más tarde, mi tía me comentó que su marido tenía una colita diminuta, por lo que nunca la había hecho feliz en el plano sexual. Así pasamos unos 10 años, hasta que falleció mi tío.
Pese a las críticas de mi familia, no paré hasta casarme con ella. Cuando la hice mi esposa, yo tenía 25 años y ella 40. Cuando mis padres se iban a ir, les dije que se podían quedar con nosotros ya que la casa era muy grande. Aceptaron al ver nuestra insistencia. Papá se fue al pueblo para liquidar sus propiedades, y mamá se quedó con nosotros.
Pero mi tía-esposa era una fuera de serie en todos los conceptos. A los pocos días le contó a su hermana lo que ella y yo hacíamos desde hacía años. Lo describió con tanta gracia y lujuria, que las dos acabaron revolcándose en la cama como cuando lo practicaban siendo unas cha valillas.
Esta juerga tuvo el premio más inesperado: mi nueva mujer le dijo a mamá que yo disponía de un «pedazo de carne que medía 18 centímetros», y añadió:
—¡Tienes que probarlo, querida! Quítate de la cabeza la idea de que sea tu hijo. Si me gusta a mí, ¡seguro que a ti te volverá loquita! Además, en el asunto de la jodienda no hay clases sociales y parentescos: una se calienta, ¡y quiere a toda costa que la calmen el chocho!
Aquella misma noche, se hizo la enferma para animarme a romper el hielo. Luego, se mostró muy cabezota al negarse a compartir la cama conmigo, pues quería dormir sola. Me obligó a acostarme con mamá.
Tuvimos que aceptar su imposición. Antes nos quedamos a ver la tele, luego de preocuparnos de su salud y comprobar que se había quedado dormida. Por cierto que mamá llevaba una bata muy ligera, ya que estábamos en julio, de las provistas de un cinturón. Los dos nos sentamos muy juntos.
—Esta noche lo voy a pasar muy mal al no poder follar. Como tu hermana está indispuesta…
Nos animamos mucho y comenzamos a besarnos. En seguida le abrí la bata, y le metí la mano en sus intimidades. Luego, la llevé a su cama, recordando todas las pajas que de adolescente me había hecho a su salud. La besé en la boca con mucho amor.
Mamá se sentó en la colcha, completamente desnuda. Yo me quité toda la ropa y me arrodillé entre sus muslos. Apreté mis labios contra su coño y la sujeté por las caderas. Empecé lamiéndola el pedazo de carne latiente que tenía delante. En seguida busqué su clítoris con la punta de la lengua; sin embargo, procuré saltar de esta raja al ano.
Ella no paraba de estremecerse, con sus manos en mi cabeza me apretaba contra sus ingles o contra sus glúteos, según fuera el lugar «atacado». Por último, atrapé su clítoris, lo chupé sin parar. Sus muslos se cerraron alrededor de mis orejas, espasmódicamente.
En el momento que se quedó relajada por el placer. Le dediqué todo lo que daba a mi tía-esposa. Dispusimos del tiempo y las ocasiones imprescindibles, siempre con el consentimiento de aquélla.
Por la mañana mi maravillosa mujer vino a despertarnos, diciéndonos que teníamos el desayuno preparado. Todo fue una combinación de las dos hermanas. Desde entonces hemos dormido en la misma habitación, como un perfecto triángulo.
Uno de nuestros principales juegos consiste en que, mientras las dos se están regalando con un sesenta y nueve, yo me dedico a empalarlas por el culo. Saltando de una a otra, sin dedicar mayor atención a una o a otra. También me jodo a cualquiera de ellas, reteniéndome, para que el riego sobre ambas sea de lo más abundante.
En la actualidad, mi mujer tiene 64 años, mi madre 67 y yo 48. Seguimos siendo tan felices. Yo les he sido fiel a las dos.