Laura y yo nos marchamos a Sevilla en viaje turístico. Por supuesto habíamos oído hablar de la Giralda, de la Torre de Oro, del barrio de Triana y del parque de María Luisa, así como de las corridas de toros; pero, también, pensábamos en algo muy interesante; cómo son las pollas de los sevillanos. Probándolas podríamos juzgar si la leyenda tenía algo de realidad.
Las dos habíamos programado, desde unos meses atrás, un viaje por Andalucía durante las vacaciones de verano. Estábamos interesadas en todas sus tradiciones y en el arte y, por supuesto, en el intercambio sexual con los andaluces. También nos gustaba mucho la música andaluza, en especial si brotaba de una guitarra flamenca.
Por lo tanto, una noche decidimos acudir a un tablado, de esos preparados para los turistas. Él ambiente nos pareció estupendo: música, color, gracia, etc. La verdad es que muy pronto estábamos disfrutando como locas del espectáculo. Uno de los guitarristas, que sólo debía contar 27 años, no nos quitaba ojo. Laura se dio cuenta y me comentó lo estupendo que sería ligarselo, para llevárnoslo al hotel con el «honesto» propósito de gozar ambas con la polla que adivinábamos. Y de paso comprobaríamos si la leyenda del sevillano ardiente era realidad.
Ni cortas ni perezosas empezamos a insinuarnos ante él, manteniendo su mirada y guiñándole los ojos. Cuando finalizó el espectáculo, Pepe, así se llamaba el guitarrista, se acercó a nuestra mesa y nos pidió permiso para sentarse. Empezamos a charlar y a tomar unas copas, hasta que surgió la conversación del sexo y nuestras dudas sobre la veracidad de la leyenda del macho andaluz.
Pepe estaba deseando joder con nosotras, y nos dijo que podíamos comprobarlo con él mismo. Así fue como llegamos al hotel. Una vez allí la cosa marchó rápida, sin ningún tipo de preámbulos innecesarios. Nos ayudó a quitarnos las ropas; mientras acariciaba nuestras tetas que, sin sujetador quedaron desafiadoramente expuestas. Luego, fuimos nosotras las que nos apresuramos en desnudarle, dejando pronto al descubierto aquella polla tan ansiada.
Laura se lanzó como una loca hacia ella y, sin metérsela en la boca, fue dándola una serie de lametones con su lengua experta. El capullo reaccionó ante aquella sabrosa caricia, y cada vez se le veía más en forma. Al mismo tiempo, yo le besaba la lengua para intercambiar las salivas.
Entonces, la mano izquierda del guitarrista separó los pliegues de mi coño, y se quedó mirando lo que había allí dentro. Le invité a que lo tocase. Naturalmente su reacción fue rápida y, rítmicamente con mis jadeos, su lengua recorrió todos los resquicios de mi cueva. La encontró regada por un líquido viscoso.
Laura se sentía tan hambrienta de polla que llamó ansiosamente a Pepe; y él se separó de mí y se colocó en pie sobre la boca de mi amiga, con el único propósito de que su polla pudiera llegarla hasta el fondo de la garganta. Mientras tanto, ella aprovechaba mi posición para meterme la boca en el coño y absorberme el clítoris. Ambas jadeábamos y de vez en cuando, decíamos palabras dulces y ardientes, que excitaban todavía más a aquel macho en acción.
¡Vaya técnica la de Laura chupando pollas!
Pepe hubiera deseado correrse y dejar que su esperma regara la garganta de la mamona; sin embargo, tuvo que dominarse, pues quería prolongar al máximo aquella situación.
—¡Ven, túmbate! —le dijimos ambas.
Y él nos obedeció sin dudarlo, sabiendo que nuestra experiencia le permitiría gozar muchísimo. Y así fue. Nos alternábamos, y casi puedo decir que nos disputábamos su polla, unas veces para metérnosla en la boca y otras para introducirnosla hasta el fondo del chumino. Siempre para volver luego a chuparla, decididas a que recuperase la potencia.
En el momento más fogoso, yo le pedí que me la metiese hasta el fondo, y me sentó sobre su polla. Deseaba gozar, sabía que había llegado el momento y quería que ésto ocurriera teniendo dentro la verga del guitarrista fabuloso. Y de esta manera, moviéndome como una gata, fui buscando el roce interno de la polla sobre las paredes de mi coño. Subía y bajaba y me movía hacia todos los lados. De repente, mi amiga, viéndome gozar tanto, deseó aumentar mi placer; y con gran alegría por mi parte me introdujo su lengua para titilarme el clítoris. Ni qué decir tiene que me corrí inmediatamente, estimulada no sólo por la polla sevillana, sino también por la lengua de mi amiga, tan ágil y sabia.
Recibí el regalo de unos caldos que brotaban de la abertura vaginal de Laura. La mantenía bien abierta: un pozo hondo, brillante y sin final. Delicioso y, al mismo tiempo, muy tentador. Luego, por espacio de unos minutos, me encontré convertida en el eje de todos los ataques de Pepe.
Mis ingles recibieron los golpes de una lengua voraz, y me sentí transportada al paraíso donde la lujuria, el sexo y todos los placeres de la carne constituyen un camino para convertirnos en diosas y no en diablesas. Aquello era una obra de arte, el encuentro de unas naturalezas prodigiosas nacidas para amar y gozar.
Ni siquiera existían las barreras sociales. Todo quedaba anulado en beneficio de la igualdad más absoluta. Pero, ¿existe mayor conjunción que cuando se lame, se mama, se beben jugos y se besa el coño de las mujeres a las que se desean?
Y mientras yo me había arrodillado para mordisquear las tetas de Laura, hizo su presencia la picha del guitarrista. Ya estaba lo suficientemente erguida como para poder entrar en mi orificio anal. Al verme atacada gemí levemente, provocando que mis dientes se cerraran con una relativa fogosidad alrededor de los pezones de mi amiga.
—¡Me haces daño, querida! —exclamó ella.
Todas las acciones sexuales se incrementaron lentamente, a un plano de fogosidad compartida. Además, ninguno de los tres aceptábamos una posición fija. Lo mejor era improvisar continuamente. Ya fuese en el momento de la follada o al tomar la verga con los labios. Sin embargo, la mayor dedicación se centró en esta última tarea. En efecto, la estaca podía considerarse un prodigio anatómico, una de esas bellezas masculinas que las mujeres tenemos necesariamente que adorar.
Por último, Laura terminó sentada en el glorioso cipote, alzada como si sus ingles fueran un coche al que se pretende cambiar una rueda. Yo la sujeté de una forma especial, pues me cuidé de acariciarle las tetas. Nos mantuvimos así hasta el final… ¡Los machos sevillanos son una maravilla!
Carlota – Bilbao