Los dos me creyeron virgen

Soy la mayor de seis hermanos y he vivido en un pueblecito pequeño a treinta kilómetros de la capital. Mi padre trabaja en la construcción, y aunque no nos faltaba lo más necesario, que era la comida, sí estábamos escasos para atender otras necesidades como calzado y ropa. Esto fue precisamente lo que me decidió a salir de mi casa para aliviar en parte el problema que tenía mi familia.

Aproveché un anuncio que leí en un periódico donde decía que necesitaban «señoritas de compañía». Preparé las pocas cosas que tenía y por la mañana cogí el tren que me llevaría a la ciudad donde vivían estos señores.

Fui recibida cordialmente por la señora y estuvimos arreglando mi paga y mis obligaciones desde aquel momento.

Como debía dormir allí a partir de entonces, me llevó hasta mi habitación, bastante confortable, donde me instalé cómodamente. A partir de aquel momento empezó mi nuevo empleo.

La familia constaba del matrimonio y tenían una hija casada que residía en otra capital. La señora se hallaba un poco delicada de salud y periódicamente pasaba temporadas en el chalé de su hija a fin de cambiar de aires. También tenía esta señora un hermano que vivía en otra capital, el cual tenía un hijo que teniendo terminado el Bachillerato iba a venir a casa de sus tíos para empezar una carrera luego de superar la selectividad.

Habían pasado varias semanas, cuando una tarde paró un coche en la puerta. Era el sobrino. Yo misma le abrí la puerta y, al hacerlo, quedé maravillada. Tenía un cuerpo atlético, varonil, los ojos azules y el pelo muy bien cortado. Para él yo tampoco pasé inadvertida: se fijó en mis tetas, que sin llevar sujetador se mantenían rígidas, y para dieciocho años que tenía parecían mayores.

Después de que hubo saludado a sus tíos me encargué de llevarle la maleta a su habitación, que no estaba muy lejos de la mía. Solamente había que cruzar el salón. Aquella tarde salimos juntos en coche. Estaba ansioso de ver la capital. Dimos varias vueltas, paramos en distintos sitios y tomamos algo de licor. Así se hizo de noche.

Al pasar por un cine vimos que en la cartelera se exhibía «una película de acción interesante»; y decidimos entrar. La película nos pareció buenísima; pero sirvió para recalentar los ánimos.

De regreso a casa dimos un rodeo por fuera de la ciudad y en un desvío que él conocía, todo cubierto de árboles, paramos el coche. Y con esa delicadeza de un hombre educado me dio el primer beso que había recibido en mi vida.

Después me llegaron varios en la boca. Me levantó el vestido y me metió la mano entre los muslos hasta llegar a mi chichi. Empezó a acariciarme por encima de las bragas; y, sin darme cuenta, yo cada vez abría más las piernas y me iba echando para atrás del gusto.

Entonces fue cuando él echó el asiento para atrás y quedé completamente tendida. Seguidamente, me quitó las bragas y me desabrochó la camisa, donde aparecieron mis tetas redondas y duras. Allí me las estuvo chupando. Me pasaba la lengua por los pezones y esto me retorcía de gusto.

Era la primera vez que un hombre se fijaba en mí; y todo me resultaba nuevo. Después que me estuvo chupando los pezones, se fue para abajo, lamiéndome las axilas, la barriga, el ombligo, hasta detenerse en mi chichi, que por la excitación que me embargaba y el gusto que estaba recibiendo se me habían puesto los labios más gordos. Se abrazó a mis muslos y me metió la lengua, lo cual me proporcionó un gusto que me moría.

Todo era nuevo para mí; sin embargo, algo en mi interior me decía que no debía temer, que aquello era lógico, aunque pareciese una locura, entre un hombre y una mujer.

Me veía aguantada por unos potentes brazos, a la vez que mis muslos se hallaban apresados. De esta forma me vino el primer orgasmo. Supe que él también se estaba corriendo sólo con el contacto de mi chichi en su boca.

Aunque llegamos algo tarde, aquel día lo tenía libre y no me echaron de menos. Pasaron dos fechas sin ninguna novedad; y al cruzarnos en el portal, él me dijo que no cerrara la puerta de mi cuarto, ya que iría a verme.

Yo me retiré a mi dormitorio y me desnudé completamente, tapándome con las sábanas. Me notaba muy ansiosa, pues esperaba que aquella noche me desvirgara, dado que en el coche se había limitado a mamar el chichi.

Hallándome en estas reflexiones escuché que la puerta se abría. Mi amante cerró con llave y cambió la bombilla por otra de luz tenue. Se acercó a la cama y lo primero que hizo fue besarme apasionadamente. Me quitó la sábana hasta dejar al descubierto mis tetas, luego mi chichi. Empezó a desnudarse y pude ver su polla que ya estaba erecta. Era la primera que lo veía y me pareció hermosa.

Se echó encima de mí y empezó a acariciarme los pezones. El gusto me llegaba desde la matriz y sentía un desasosiego. Y es que estaba deseando que me penetrara. Pero él no tenía prisa. Lo mismo me chupaba una teta que me daba un lametazo en la pepitilla. Me dijo que me pusiera en pompa con el trasero y me estuvo chupando el chichi por detrás.

Cada vez era mayor mi angustia de ser penetrada. Casi se lo grité con mis gestos y el sudor que cubría mi piel. Pero él seguía con lo suyo…

Me pasó la lengua por el ano; y así me hizo llegar a dos orgasmos. Y, de pronto, me acostó boca arriba y empezó a penetrarme con la polla. Siguió pasándomela hasta que se corrió en la entrada del chichi. Esto sirvió para que me la metiese más suavemente, aunque me hizo daño; pero lo realizó con mucha lentitud.

A mí se me escapó un suspiro de dolor y otro de gusto, hasta que la introdujo entera. Una vez dentro, empezó un meneo suave, rozándome las paredes del chichi. Me la tuvo metida como una media hora; y cuando ya empezaba a clarear el día se fue a su cuarto.

Iban así transcurriendo los meses, gozando casi todas las noches. Terminaron los cursos y, como en años anteriores, él se fue a casa de sus padres y la tía le acompañó a pasar una temporada.

Quedamos el señor y yo en la casa. El primer día comí con él en la mesa y tuvo muchas atenciones conmigo. Me regaló una pulsera de bastante valor y me dijo que lo íbamos a pasar muy bien. Salimos con el coche cuando oscurecía; y al tomar la carretera general aminoró la marcha y me puso la mano en los muslos.

Me levantó la ropa e introdujo su mano en mis bragas, metiéndome el dedo en el clítoris. Aparcó el coche en un desvío y, sin decir nada, nos pasamos al asiento de atrás. Empezó a chuparme el chichi hasta que me corrí. Siguió lamiéndomelo buscando mi segundo orgasmo.

Entonces me sentó encima de él y me la hundió toda. Empezó a metérmela y a sacármela con un movimiento suave que nos vino el clímax a los dos al mismo tiempo. ¡Con qué delicadeza me chupaba las tetas; qué maestro en esa materia; cuánto arte al pasarme la lengua por el chichi!

Regresamos avanzada la noche, después de haber cenado en un restaurante; pero no quiso que me retirara a mi habitación. Follamos nuevamente en el salón; y desde allí nos fuimos a la cama. Entonces me dijo que hacía mucho tiempo que no estaba con ninguna mujer y tenía unas ganas acumuladas. Me estuvo chupando el clítoris hasta que me dormí.

Nos despertamos a las once de la mañana; y él dijo que no abriríamos la puerta a nadie. Después de desayunar, nos metimos en la cama. Como era verano estábamos completamente desnudos, y así pasamos todo el día. Unas veces le cabalgaba yo, echándome encima con las piernas abiertas, porque me entraba más que de cualquier otra postura; y otras veces me ponía él de rodillas cogiéndome las tetas por debajo; y cuando más apretaba mayor era el gusto que me proporcionaba. De esta manera llegamos los dos juntos al orgasmo.

Así pasamos todo el tiempo que la señora estuvo en él chalé de su hermano. Cuando llegó ella, nos mantuvimos quince días sin hacer nada. El sobrino se había quedado en su casa para terminar las vacaciones, pero preparaba el señor un viaje a otra ciudad e insistió en que debía acompañarle yo para ayudarle a traer unos encargos.

De regreso a casa, ya oscureciendo, aparcamos en un desvío lejos de la carretera. Y con los días que llevábamos de privación, me besó con locura, me mordió las tetas y me chupó los pezones. Me quitó las bragas y el sujetador, dejándome en cueros. Follamos en los asientos de atrás, hasta que nos corrimos varias veces.

Salimos del coche, me puso sobre el capó y me la estuvo metiendo por detrás. Después puso una manta en el suelo, me dejó caer, colocó mis piernas sobre sus hombros y así se corrió otra vez. Luego, le cabalgué yo; y de esta forma orgasmeamos los dos a la vez.

La pasión que sentían lo mismo el sobrino que él venía alimentada porque yo no había conocido ningún hombre antes. El sobrino me desvirgó; y el tío me encontró tan estrecha que creyó ser el primero. Supongo que lo mío es difícil de encontrar. Y no pienso sacarles de su error, pues jamás les contaré que no me tiene, cada uno de ellos, en exclusiva.

Pepi – Logroño