Los dos somos bisexuales

Siempre he tenido fantasías homosexuales desde que era muy pequeña. A los dieciocho años mantuve relaciones con Aurora, una amiga mayor que yo. Y esto me dejó la idea de que era una persona aparte, totalmente condenable desde el punto de vista moral y social. Pero no me atreví a hablar de ello con nadie, por lo que me convertí en una chica tremendamente reservada. Al mismo tiempo, las relaciones entre Aurora y yo siempre resultaron tremendamente discretas.

A los veinte años conocí a Pablo en una fiesta. Me gustó mucho al comprobar que era reservado, inteligente y muy abierto de espíritu. Nunca trataba de aprovechar los bailes largos y lentos para apretarse demasiado y siempre actuaba con mucha corrección.

Tengo que añadir que él tenía casi treinta años y seguía soltero. Nos vimos varias veces después de aquella fiesta, y empecé a plantearme si me estaba enamorando.

Fue él quien primero habló del tema. Me dijo que le gustaban las chicas, pero sentía dentro de sí unos impulsos homosexuales que se hallaban unidos a una cierta tendencia al vouyerismo. Reconoció que estaba enamorado de mí; pero no podía comprometerse en un matrimonio clásico sin aclararme antes su manera de ser. Creía que terminaría por engañarme.

Yo me confié también a él, descubriéndole mi lesbianismo. Y entonces decidimos casarnos. Mantuvimos una unión clásica durante tres años; sin embargo, a menudo invitábamos a un amigo o a una amiga. Jodíamos los tres con mucha satisfacción…

Aquella noche, yo me tumbe boca arriba en la cama, apresé con mis labios el cipote de Pablo y dejé mis ingles ampliamente expuestas a los ataques gloriosos de nuestro amigo Matías. Estos no se retrasaron ni un segundo.

—¡Bébetelo todo, preciosa… Te sabrá delicioso, tanto que vas a poderte emborrachar! —gritó Pablo, empezando a abrir el dique de su eyaculación.

Me bebí la substancia con el frenesí de una sedienta hambrienta, sin consentir que una sola gota se me escapara por la comisura de los labios. Al mismo tiempo, concentraba todas las energías de mis músculos, para que la conjunción de la follada resultase lo más penetrante posible.

Sorprendentemente, mi esposo no necesitó ni siquiera un minuto de recuperación. Ya que en seguida entró en faena. Lo mismo que le estaba ocurriendo a Matías. Y los tres conseguimos armonizar de tal manera nuestras acciones que parecimos casi un único cuerpo, fabuloso en su belleza y poderío. Realmente habíamos conseguido formar un único ser que se agitaba desenfrenadamente.

Debido a que existía una relación precisa entre los movimientos de mis caderas, que seguía tumbada en la cama, y las embestidas de las pelvis de los machos. No importaba si me daban por detrás o por delante, o si me la encajaban en la boca. Nos habíamos transformado en una perfecta canalización, que trasladaba el placer de unos a otros.

En seguida, aquel ensamblaje superior generado por tres cuerpos distintos, comenzó a agitarse con un ritmo cada vez más exigente. Y de la misma manera creció el tono y la intensidad de los gemidos y de los gritos de placer que cada uno dejaba escapar, dando origen a un concierto extraordinario, a una especie de sinfonía a tres bocas que se dejaban ir en el delirio de la gozada.

Una vez más se produjo el armonioso encuentro, dentro de su lujuria bisexual, entre unos seres deseosos de obtener el máximo placer y de disfrutar de todas las posibilidades que se hallaban a nuestro alcance. Un encuentro que pareció ir a concluir con una ráfaga de orgasmos, mediante los cuales nos sentimos sacudidos. Tuvimos que retorcemos durante largo tiempo. Dominados por un placer intenso y electrizante.

Después, en un intervalo de tranquilidad, yo me quedé un momento admirando el espectáculo de aquellos dos espléndidos genitales, con los cojones algo vacíos y las pichas semi fláccidas. Todavía me venían eructos a la garganta en función de que me sentía repleta de leche y de ganas de seguir la follada en triángulo.

Los tenía a pocos centímetros de mis ojos y me entretuve en pasar la lengua de uno a otro. Pacientemente y esperando que recobrasen su vitalidad. Una empresa que me llevó poco más de diez minutos.

—Si te digo que mi esposa era una criatura que le hacía ascos a la relación a tres, ¿te lo podías creer viéndola actuar ahora mismo? —preguntó Pablo, queriendo encenderme todavía más.

Casi en el acto se repitió el ensamblaje. Estando yo tumbada en la cama, y teniendo una picha en la boca, la de Matías, y la otra en mi coñazo. Ensartada a la manera de una lechoncita que va a ser asada en la fogata del deseo.

No obstante, yo también necesitaba aportar mi granito de iniciativa. Por eso me coloqué de rodillas, sobre el mismo lugar, dejé mi pandero en pompa y me entregué a mamar la polla de nuestro amigo.

—¡Al ataque, preciosa! — gritó mi marido, atizándome por el ano.

Del impulso a punto estuvo de conseguir que me quedase sin amígdalas para toda la vida. Sin embargo, encontré la manera de lamer la polla con mi habilidad de siempre: sacándomela de la boca, cogiéndola con una mano y repasándola toda la piel con la punta de la lengua, los labios y un roce delicado con los dientes.

Al mismo tiempo, estaba aguantando todo el peso de Pablo en mi espalda y en mis glúteos. En una sodomización que me mantenía en vilo, a pesar de no dejar de agarrarme al cipote de Matías.

En aquel mismo instante los dos hombres se cuidaron de colocarme en otra posición: boca arriba y con las piernas echadas hacia la cabeza. Me pusieron dos cojines para que estuviera más cómoda. Y ya Pablo me la metió casi toda, para comenzar a bombear. Pero sin dejar que su verga llegase hasta el fondo.

Yo había asumido a la perfección mi papel. Movía el trasero y las mandíbulas con unas ondulaciones o unos desplazamientos de arriba a abajo, sin olvidarme de segregar mucha saliva y lubricación vaginal.

—¿Quieres que te demos más carne, hermosa?

—No te puede responder, Pablo. Tiene mi capullo en el mismo nacimiento de la lengua — advirtió Matías.

Mi esposo me penetró todo lo que le fue posible; no obstante, al final dejó un cacho de verga fuera.

—¡Dame más! —pedí, dejando de mamar el nabo del «tercero».

Los dos machos empujaron de nuevo, y yo temblé presa de un placer cada vez más intenso y devastador.

—Tendremos que darle todo lo que aún no ha tomado contacto con sus agujeros. ¡Lo desea ahora mismo… Y hay que complacer a mi mujercita! — ironizó Pablo.

—¡Sí, yaaaa…! —grité, sin sacarme apenas el capullo de Matías—. ¡Lo necesito… tantoooo…!

Fue casi un quejido, acaso el último. Porque los dos machos me cargaron con todo lo que disponían. Hundiéndome las pichas hasta la misma pelvis y hasta las cuerdas bucales. Con unas emboladas repletas de furia y de un brutal deseo de posesión.

Me abrí todavía más de piernas y de boca, para acelerar al máximo los músculos afectados por la doble agresión sexual. De esta manera continuamos hasta que, a los pocos minutos, las vigorosas acciones fructificaron en el lento y prolongado orgasmo, que fue subiendo en intensidad y que yo sostuve en lo más alto. Lo que me obligó a tensarme, sin que ninguna de las pollas dejase de sujetarme.

Bajo tales efectos reanudé el ritmo con una energía salvaje, sin apenas concederme tiempo para la recuperación. Todo en los tres funcionaba de una forma despendolada, fuera de cualquier método de tranquilidad. Eramos unas potencias escondidas, furiosas, que no le teníamos ningún miedo al agotamiento físico y nos enardecíamos más y más a medida que íbamos avanzando en nuestras conquistas de placer.

A mí sólo me faltó que me la metieran por los ojos o por las orejas, ya que no hubo orificio en mi cuerpo que quedara sin penetrar de una u otra manera. Para terminar quedando repleta de semen, rebosante de caldos y con la satisfacción de haberme convencido de que lo mío era la cantidad, aplicada a la manera bisexual…

Nuestros amigos son siempre bisexuales, lo que nos permite organizar unos juegos que nos satisfacen a ambos. Gracias a ésto nuestra pareja sigue funcionando, y somos capaces de renunciar a cualquier cosa si vemos que uno de los dos se siente a disgusto. Comprendo que no resulta demasiado amable decirlo; sin embargo, estos compañeros que invitamos cumplen la función de simples juguetes para nosotros.

Nuestro mejor amigo se llama Matías, ejerce de médico en la provincia y está separado de su esposa. Cuando mi marido y yo le interrogamos discretamente sobre su forma de vida, nos dijo:

—Mi mujer es bisexual, lo mismo que yo. Los dos mantenemos unos deseos insatisfechos y, cuando estamos separados como ahora, nos resulta menos grave el hecho de relacionarnos con alguien de nuestro propio sexo. Pero estoy seguro de que, en el momento que llegue a conoceros y sepa lo bien que lo pasamos los tres juntos, ella estará deseando unirse al triángulo para convertirlo en una orgía.

En la actualidad nos hallamos aguardando el viaje que Matías hará a Sevilla para reconciliarse con su esposa, porque si ella es tan magnífica como él, podremos pasar los cuatro unos ratos de follada realmente extraordinarios.

Marlene – Huelva

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