Mamada en el ascensor

Siempre me enloquecieron los pechos. Me refiero, por supuesto, a los más grandes, a esos pechos de ama de cría de otros siglos. Nada más ver un par de tetas bien puestas mi polla tiene una erección instantánea. Hace algunos meses, en Barcelona, me tocó en suerte compartir el ascensor con una chica que poseía las tetas más grandes y bien formadas que yo recuerde haber visto en mi vida. Era una chavala que no pasaba de los veinte años. Estábamos solos, en el ascensor, y ella vestía una falda gris y un jersey ceñido a aquellos globos formidables. Nos miramos, ella correspondió a mi sonrisa, e intercambiamos algunas frases.

En ese momento, por alguna razón, el ascensor quedó sin energía, entre dos plantas, y ella lanzó un gritito de terror.

Quedamos en silencio y sumidos en la más profunda oscuridad. No esperé más. Prefería el riesgo de acabar con mis huesos en la cárcel al de que el ascensor se precipitara y me fuera de este mundo sin probar esas tetas.

De manera que me acerqué a ella con el pretexto de tranquilizarla la abracé y la besé en la boca. La chica no se resistió. Una de mis manos ascendió hasta apoderarse de su teta.

Era magnífica. Grande, turgente, firme y joven. Acaricié aquella masa caliente y palpitante y mi mano libre se apoderó de la teta que había quedado abandonada.

Levanté el jersey y hundí mi rostro entre aquellos pechos enormes y empecé a besarlos golosamente… Eran deliciosos, y mientras mis manos los valoraban y recorrían, los oprimían y los acariciaban, mis labios atraparon los pezones sedosos y erectos como pollas diminutas.

Empecé a mamarla como no recuerdo haber mamado a ninguna chica. Ella suspiraba, se meneaba con la espalda apoyada en la pared del ascensor. Ninguno respondió nada a la voz que nos pedía calma, a gritos. Estábamos demasiado ocupados. Sin dejar de mamarle las tetas metí una mano bajo la falda, separé hacia un costado la telita de la braga e inicié una paja frotando su clítoris con mis dedos.

Mis labios continuaban chupando las tetas y la chica temblaba y gemía moviéndose con mayor entusiasmo. Yo quería hacerla llegar al orgasmo antes de que el ascensor volviera a ponerse en marcha. Y lo conseguí. Fue maravilloso. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, sus tetas vibraron convulsas, y sus jugos se derramaron sobre mi mano.

Entonces, la obligué a arrodillarse y a mamarme la picha. Yo estaba tan caliente que nada más metérsela en la boca me corrí hasta vaciarme los cojones. Y cuando me disponía a entretenerme de nuevo con sus tetas volvió la luz y el ascensor se puso en marcha.

Por supuesto que nos presentamos después de terminar con esta aventura. La invité a tomar un café, y como es lógico nos citamos para vernos por la noche.. Fueron las tetas que me acompañaron, sin pausa, durante todos estos meses. Hasta que apareció un tío que logró excitarla más, y ella se marchó con él.

Julio – Barcelona.