Me utilizaron mis clientes

En las últimas vacaciones, después de llevar a Elena y a los niños a la playa, me encontré solo en la ciudad. Tengo que decir que soy joyero de profesión.

Un día se presentó un hombre de unos cuarenta años, que se mostró muy interesado por unas pulseras y unos anillos. Discutimos sobre el precio y, al fin, se lo vendí con un beneficio bastante considerable para mis intereses.

Empezamos a hablar sobre distintos temas, hasta que él llevó la conversación a los efectos de la fotografía. Y como ésta es una de mis aficiones más apasionantes, descubrimos los dos en seguida que teníamos muchos puntos en común. Como simpatizamos bastante, Raúl, mi cliente, me propuso que fuéramos a cenar juntos aquella noche, pues yo iba a estar solo dos semanas.

A eso de las ocho llegué a casa de Raúl, me recibió Julia, su mujer, que me pareció prácticamente igual que una de mis actrices de cine favoritas. Me quedé encantado con ella. Cenamos abundantemente y, a la vez, bebimos mezclando vinos y licores. Dos botellas de cava terminaron por ponerme de buen humor, de un optimismo tremendo.

En los postres me quedé solo con Julia; mientras, Raúl preparaba el proyector de diapositivas que me quería enseñar. Pude ver la boda de ellos, excursiones por el campo, un viaje a México y algunas otras cosas. Entre las diapositivas había varias de ella completamente desnuda mientras tomaba el sol. Raúl me sirvió un licor de ciruelas y, guiñándome un ojo, me dijo:

—¿A que es preciosa mi Julia? ¿Te gustaría verla un poco menos vestida de lo que está ahora?

—¡Vamos, querido! —le interrumpió ella, nerviosa—. Ya vas a empezar con tus manías…

—Pero, ¿qué hay de malo en ver unas buenas nalgas cuando han sido bien retratadas? — remacho él.

Yo aprobé el comentario discretamente, desde el fondo de mi sillón.

—¿Te das cuenta? —insistió Raúl—. No todos lo días se invita a un buen conocedor de esa parte del cuerpo femenino.

De esta manera, al cabo de media hora, pude conocer todos los detalles más íntimos de la encantadora Julia. A su esposo le debía encantar, sobre todo, el trasero femenino, debido a que la mayoría de las fotografías la representaban con la cara apoyada en la almohada y las nalgas bien levantadas.

La vulva no ocultaba ni el menor de sus secretos. En la pantalla aparecían con toda claridad sus gruesos labios; unas veces peluda y otra afeitada, pero siempre poniendo en relieve la maravilla del coño.

Entonces, todo sucedió muy de prisa. Quise ponerme de pie, pero me resultó una empresa imposible. Estaba como clavado en el sillón, porque había bebido demasiado.

Me di cuenta de que Raúl aparecía con un flash; al mismo tiempo, Julia empezaba a desnudarse lentamente. Seguidamente, una vez se quedó sin ropas, empezó a quitarme las mías. Poco después, se echó sobre mí y hundió su chumino en mi boca. Tuve que chupar… ¡Su marido no dejaba de ametrallarnos con las luces del flash!

Olvidándome de estos resplandores, comencé a utilizar la lengua. Recorrí el espeso y oscuro sendero y llegué más allá de los grandes labios. Donde se guardaban jugos que iban a ser míos. Y que podía beber hasta la saciedad. Golpeé repetidamente sobre el clítoris, para comprobar que la cosa funcionaba.

Se produjo una convulsión de muslos, un palpitar agitado de las carnes que estaba traspasando y los jadeos, largos y prolongados, que no cesaban de brotar de la boca femenina. Todo esto me animó a insistir en la titilación, a pesar de sentirme bastante aturdido por la bebida.

Durante unos momentos no dejé de recibir unos líquidos densos, aromáticos y que mantenían un flujo continuado. Intensifiqué la caricia buco genital, animado por las voces y los gestos de Julia. Toda una esencia que supe extraer con cierta comodidad.

Entonces yo me incorporé, recogí mi polla con una mano y la exhibí como si estuviera aguardando un premio. Lo obtuve al ser recibida por la boca femenina. En una excitante tenaza, que me repasó toda la punta, lengüeteó el reborde del glande y besó toda la estaca carnosa. Pero, en especial, se quedó en el primer momento, reteniendo la cabeza de mi glande apasionadamente.

Ella respiró profundamente y, poco a poco, se fue acoplando al ritmo más devastador. Por unos momentos yo tuve la sensación de que mi polla se había transformado en un soldador eléctrico, que se negaba a separarse de la felación. Me la estaba rechupeteando. De repente, se me ocurrió abrazar por detrás, recogiéndole las tetas con las dos manos.

Pero ella continuamente se mantenía con el coño o las nalgas en exhibición, para que fueran recogidas por la cámara fotográfica cuyo flash no dejaba de funcionar a nuestro alrededor… Los dos ya nos dimos la boca, con las lenguas dispuestas a golpearse húmedamente. Nuestras salivas formaron un combinado afrodisíaco; al mismo tiempo, mis dedos recorrían sus pezones, las areolas y toda la piel y la carnosidad de unos volúmenes de lo más comestibles.

Advertí que iba a llegar a la eyaculación. Pero la bebida me lo impidió de una forma sorprendente. Y sin pensar más en la causa, entregué mis besos a la boca de Julia. Retorciéndonos sobre el sillón frenéticamente.

Terminé mamándole las tetas, devorándolas con un mimo exquisito. Controlando mi ansiedad, para evitar esas marcas que hubiesen deteriorado el aspecto externo de unos monumentos tan hermosos. Y cuando entendí que ella había llegado al orgasmo, la elevé por la cintura y se la clavé en el coño. Con una entrada salvaje, sin piedad, que encima quise hacer más profunda al abrir las piernas femeninas.

Ella pareció encontrarse repleta de macho. Encima se vio rotando alrededor de mi cipote: sentada en el sillón y recibiéndome en los dos orificios… No se cómo pero me vi capacitado para saltar del anal al vaginal. Siempre con una gran facilidad y eficacia.

Según quiero recordar disfruté de los momentos mejores de mi vida. Pero, nada más eyacular, caí en un sueño profundo…

Al despertar ya estaba vestido y vi que mis anfitriones, o mis clientes, desayunaban el uno frente al otro. El flash y la cámara fotográfica habían desaparecido. Comprendí que me habían «emborrachado» para realizar unos numeritos a su gusto, que conservarían en su colección de fotos. No me importó. Sin embargo, me disgustó aquella forma de actuar. Así que me despedí rápidamente para ir a abrir mi tienda. No les he vuelto a ver a ninguno de los dos.

Alberto – Almería

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