Me va la marcha

No lo puedo remediar, me excita que me maltraten. Vamos, como decía mi madre: «nenita, a ti lo que siempre te ha ido es que te den marcha». Para no convertirme en una mujer facilona, me pasé toda la adolescencia y parte de la madurez haciéndome la «estrecha». Así pude casarme con un empresario del gremio del transporte, que me proporcionó la existencia de una reina: bien cumplida en la cama, una casa con todas las comodidades y una asistenta que viene a hacer lo más «gordo» del trabajo doméstico. Cuando no parecía que yo me quedase embarazada, a los dos años de casada empezó a darme por pensar en cómo podía satisfacer mi «vicio».

Me lo tomé con calma. Sin embargo, una mañana llegó a casa el hijo de Luisa, la asistenta. Era un muchacho guapo, viril, mal hablado y que vestía con ropas de cuero y llevaba una gorra del mismo material. Me dejó completamente anonadada.

Días más tarde, eché un vistazo al bolso de Luisa, sin que ésta se diera cuenta, y supe que el muchacho se llamaba Leandro y tenía 25 años. Sólo dos años menos que yo. Como también me hice con su número de teléfono, me puse en contacto con él para que viniera a casa a reparar una avería en la cocina. Al oírle que me visitaría al día siguiente, le pedí que esperase veinticuatro horas más; después, le indiqué el momento exacto. Era el que a mí más me convenía, ya que no estaría con nosotros ni su madre ni mi marido.

—¿Julia? —preguntó Leandro nada más que le abrí la puerta.

—Sí, pasa… Es el fregadero, no traga. Quiero que le eches un vistazo.

Me cogió por la muñeca derecha, me dio la vuelta y me pegó un beso que me dejó sin aliento y me aflojó las bragas.

—¿No es verdad que no me consideras un fontanero, Julia?— me soltó, luego de separar su boca de la mía y empezando a subirme la falda con una mano caliente.

—Tienes pinta de macarra de motos. ¡Un exhibicionista que se pone remaches en las ropas y cadenitas en la gorra! ¿Necesitas eso para considerarte un hombre de verdad, Leandro?

Le di en la línea de flotación; pero no pude hundirle. Al contrario, porque era un macho de los que a mí me gustan.

Tiró la gorra al suelo, me sacó una teta del sujetador y me propinó un terrible mordisco en el pezón. El dolor me obligó a echar la cabeza hacia atrás; pero, singularmente, la sonrisa no me desapareció de los labios… ¡Ya tenía el hombre que andaba buscando!

Por otra parte, debido a la flojera de mis piernas, las bragas se me cayeron hasta quedar más abajo de las rodillas. Momento que aproveché para echarme en el sofá. El muchacho del cuero continuó dedicándose a mis tetas; pero ya empleando una lengua voraz… ¡salvaje!

—Debes tener un montón de chicas a tu alrededor, ¿eh, guaperas? —le provoqué, queriendo que me hiciese más daño— ¡Tomas de ellas todo lo que se te antoja… A ti te follo hoy, mañana, a esta otra; y pasado mañana, ya veré con quién sigo…!

—Muy graciosa, Julia. Si hasta le has puesto a tus palabras un tonillo cachondón —replicó, volviendo a buscar mi boca con su lengua— Soy un currante en un taller de reparaciones de motos… ¡Un tío muy serio, hermosota!

De pronto una de sus manos se metió entre mis muslos, por atrás, y llegó a la altura de mis grandes labios, Los tocó y…

«¡Acaba de descubrir que estoy tan mojada como si me hubiera meado!», me dije, asustada. «¿Cuál será su reacción al saberse vencedor… pues me ha puesto a caldo?»

La respuesta no me la ofreció con palabras, ya que prefirió hacerlo con los hechos. Introdujo todo su puño en mi coño y empezó a «cavar» de una manera brutal.

—Me haces daño, Leandro… En el caso de cambiarlo por tu picha sería diferente… Por favor, no quisiera verme forzada a echarte de mi casa…

—¡Deja a un lado el papel de señorona, zorra! ¡A ti te gusta esto y más!

Profundizó con el puño hasta casi meterlo en su totalidad. El placer se volvió angustia y me abracé a él. Momento en el que mi lengua se hizo más voraz que la suya. Se la metí tocando su paladar, hasta que la falta de aire al tener mi nariz pegada a su cara llevó a que me separara. Caímos juntos en el sofá; pero yo le sujeté el brazo para que no sacara el puño… ¡Porque me hallaba fabricando mi primer orgasmo, ése que llevaba tanto tiempo esperando!

Me quedé sin fuerzas; además, le empapé toda la mano y algunas gotas de caldos se deslizaron por mis muslos.

Ya no esperé más. Le quité los pantalones y fui a comprobar que no utilizaba ni siquiera un pequeño slip. Era un guarro; ¡y esto me incendió aún más la libido por su morbosidad! Me arrodillé sobre la alfombra del suelo.

Tomé su picha entre mis manos y la toqueteé con delectación. Al tenerla tan cerca de mis tetas, me la pase por los pezones, quemaba y estaba ligeramente húmeda. El capullo adquirió un tono granate y se humedeció un poco. Comprendí que estaba brotando la primera gotita de la corrida y me relamí.

—¡Aguantaré lo que quieras, Julia!

Comprendí que no era un bravata. Antes de casarme tuve una aventura con un profesor de la universidad, el cual era capaz de retrasar la eyaculación más de quince minutos luego de haber soltado esa gotita…

Le mamé la picha durante unos minutos, dando mayor agresividad a mi lengua. La voracidad había cobrado un tono más agresivo; y lo mismo demostró Leandro al aplastarme contra el sofá. Para follarme como si yo fuera una muñeca, sin pensar en el dolor que pudiera causarme con sus mordiscos, sus apretones y sus emboladas.

Jadeé con fuerza y me dejé ir…. ¡Para construir un orgasmo, ¡el único que fue a coincidir con su corrida! ¡Jamás me había sentido tan sometida a un hombre como en aquel instante: todo el peso de su cuerpo sobre el mío, las tetas aplastadas y su lengua machacando la mía en el interior de la boca!

Noelia – Tarragona