Menage a trois

Un beso para empezar y, deprisa, deprisa, os he de dar un consejo: si no habéis probado un «apaño a tres», también llamado «menage a trois», no perdáis el tiempo y montároslo rápidamente. Yo volví a probarlo el otro día y aún se me mueve el conejito de alegría.

La cosa vino sin premeditación y después se desarrolló con alevosía y nocturnidad. El caso es que bajó a verme Ester, la única amiga que tengo en toda la finca. No llovía y por lo tanto nos dedicamos a meterle mano a una botella de un extraño licor oriental que me regaló un japonés de esos que no paran de reír, que se menean como ratoncillos y que además follan con sabiduría y perseverancia propia de una vieja cultura sexual.

El «vinacho» no estaba mal y entraba de maravilla. Nos pusimos algo cachondas. Ester se quitó la blusa y sus gloriosas tetas inundaron la estancia. Yo la imité, añadiendo además la liberación de mi vaquero que me estaba haciendo polvo los ovarios. Seguimos bebiendo y no sé cómo salió la conversación de la depilación púbica. Ella se bajó las bragas tras levantarse las faldas y mostró un moreno y espeso matorral que apenas si dejaba vislumbrar su raja.

Del armario del baño saqué jabón para afeitar y una maquinilla de hojas de acero. Mi amiga se despojó de la única prenda que le quedaba y me dijo que le afeitara el coño, que le hacía mucha ilusión. Puse manos a la obra y enjaboné su pelambrera negra y rizada.

Tras una primera pasada, el chumino colorado de mi amiga lucía esplendorosamente. La volví a enjabonar y con mayor delicadeza fui repasando todo su conejo hasta que no quedó ni un punto negro.

Me entraron ganas de morderla, de lamerla. Pero le traspasé los trastos y me puse en una posición que inequívocamente obligó a Ester a afeitarme a mí también. Abrí la puerta de la calle después de que la persona que se hallaba tras ella estuviera diez minutos jugando con el timbre. Mi amiga se esmeraba en efectuar un rasurado perfecto y no era cuestión de cortarle la vena artística.

Asomé la cabeza para ver quién se escondía en el rellano. Era Pepón, así que le abrí la puerta de par en par, la de la calle, puesto que la de mi coño ya hacia rato que estaba entreabierta e invitaba a traspasarla.

Pepón se rió a carcajada limpia, como sólo un bruto de su especie podía hacerlo. Le hizo gracia vernos el parrus sin parrus, es decir el conejo pelado y dispuesto para comérselo.

Ester no conocía personalmente a mi particular bestia parda, le había explicado con pelos y señales nuestros polvos animales, pero no llegó nunca a coincidir con él. Estábamos muy cachondas las dos y ella no se inmutó ante la presencia de Pepón y su, nunca mejor dicho, total desnudez. Mi gran follador sí que se inmutó. La bragueta le delató. Parecía una tienda de campaña.

Le dije que se desnudara y no se preocupara de Ester. El mocetón se puso más rojo que de costumbre e hinchando los sonrosados mofletes dejó escapar una risa nerviosa. Tuve que desnudarlo yo misma. Mi amiga reía con esa risa tan característica de los etílicamente alegres. Se quedó muda cuando bajé los calzones (Pepón dice que los «slips» son de maricones y utiliza calzoncillos de lana largos) y quedó al descubierto la brutal polla de mi amigo.

Ester se levantó, sonámbula, poseída, caliente, ávida de sexo y se abalanzó sobre la picha de mi «novio». Tuve que hacer un gran esfuerzo para arrancar la enorme lapa de la pija de Pepón. Propuse afeitarle las pelotas y mi gigantón follador se parapetó tras el sofá. Nos lanzamos las dos sobre él. Su polla rebotaba por nuestras piernas y casi estuve a punto de dejar que se parara sobre mi coño para agujerearlo, pero proseguimos nuestra particular guerra.

Ester cogió la brocha y el jabón y yo la maquinilla. Indiqué a Pepón que como no se quedara quieto le íbamos a cortar los cojones. Esto lo amansó y pronto dos bolas carnosas quedaron libres de su manto.

Sin mediar palabra, las dos nos pusimos a chupar aquel enorme pepino. Había ensalada para todas. Me monté sobre su polla y Ester se sentó frente a mí. Pepón sorbía el clítoris de mi amiga que se deshacía abrazada a mí. El roce de sus tetas con las mías aumentó la excitación. Noté el cañonazo espérmico de mi follador y cambiamos la postura.

Pepón enculó a Ester y yo recorría sus cuerpos con la lengua, levantando la piel a mi paso. Follamos hasta bien entrada la noche. Fue algo inolvidable.

Por cierto, y ahora que la señorita Elena Francis ya no nos cuida con sus sabias recomendaciones, ¿conocéis algún rápido remedio para que la picazón de los pelos que quieren resurgir desaparezca pronto? Si es así me lo contáis porque voy por la calle rascándome el coño todo el día y no es plan. Me han dicho ya cada guarrada que un día de estos acabo en comisaría después de haberme despachado a algún gracioso.