Mi marido estaba en el armario
Relato enviado por Marta – Barcelona
Nunca olvidaré a Serafín, un carpintero que venía a casa todos los lunes, miércoles y viernes. Mi marido le había encargado distintos trabajos, que este hombre iba realizando con bastante arte. Eran unas modificaciones en el garaje, el sótano y la cocina.
Como en realidad era yo la que le atendía, no tardé mucho en fijarme en su fortaleza, su simpatía y en que parecía muy atractivo. Le invitaba a tomar café y, cuando ya llevaba viniendo unos dos meses, le preparaba un bocadillo a media mañana.
De una forma inconsciente le fui convirtiendo en el centro de mi interés sexual. Con más frecuencia de lo que aconseja la prudencia, me quedaba cerca de él, viéndole trabajar con la madera y le hablaba de cualquier cosa. Serafín apenas me contestaba; sin embargo, yo sabía que no se perdía ni una sola de mis palabras y que, en algunos momentos, se quedaba mirándome como si yo le pareciera la mujer más deseable del mundo. Sus ojos resultaban tan reveladores.
—Estás jugando con fuego, Marta —dijo mi marido cuando se lo conté—. Ese hombre y yo compartimos campamentos de verano. No le conozco demasiado; pero sé que es viudo, un honrado profesional y un ser introvertido. Pero le provocas demasiado. Ya sabes que cuentas con mi aprobación para acostarte con él. Lo que me preocupa es que tú no sepas contenerlo cuando «eso» ocurra.
Una mañana de primavera que había amanecido haciende mucho calor, yo estaba en la cocina bastante ligera de ropa. Súbitamente, apareció Serafín con el pantalón y la camisa manchados de cola.
—Tengo que marcharme, señora —dijo sin mirarme a la cara—. No sé en lo que estaba pensando… El caso es que me he caído de la escalera…
—¿Se ha hecho usted daño ?—pregunté muy preocupada.
—No. Lo que ocurre es que me he puesto perdido. Necesito quitarme esta ropa.
—Puede ponerse un pantalón y una camisa de mi marido. Usted y Antonio son de la misma talla; mientras, yo le lavaré lo que lleva encima.
—El pegamento no saldrá con un simple lavado, Mart… señora —intentó replicarme, mostrándose más nervioso de lo que en él era habitual.
Para cambiarse de ropa se fue al lavabo; después, volvió más decidido y, al poco rato, se marchó al garaje, donde estaba instalando unas estanterías y unos armarios para las herramientas.
Yo me esforcé en dejarle la ropa limpia, con el aliciente de haber comprobado que junto a la cola de carpintero había otra sustancia más natural, también propia de una cola, pero ésta muy distinta, al ser esperma. Supuse que Serafín se había estado haciendo un pajote, no había duda que a mi salud, a consecuencia del cual sufrió un pequeño accidente.
En el momento que Serafín terminó de trabajar, apareció en la cocina. Su ropa no estaba seca.
—Tendrá que irse con lo que lleva ahora —aconsejé. Luego, como le vi queriendo marcharse, le pregunté con un mohín de sensualidad— ¿Es que no me merezco una muestra de agradecimiento?
Se quedó inmóvil, casi atónito. Momento que aproveché para besarle en la mejilla, muy cerca de la boca. Su reacción fue inmediata, salvaje es su mejor definición: me metió la lengua hasta las anginas. No voy a compararle con «Aníbal el Caníbal», el psicópata de «El silencio de los corderos» pero la forma como me abrió mis labios con los suyos y me introdujo la lengua resultó bestial.
Me dejó sin aliento, caída de espaldas sobre el fregadero y con los ojos en blanco. Cuando pude reaccionar, ya se había ido. No sé si os lo podréis creer, pero yo acababa de orgasmear.
—Tuvo la posibilidad de echarte un buen polvo y se largó de la cocina — dijo Antonio, mi marido, cuando se lo conté durante la comida—. Ese hombre es más raro de lo que yo suponía.
—Me noto cachondísima, querido. Esta tarde tú no vas a irte al despacho, ¡porque necesito que me folles hasta dejarme exhausta!
Por fortuna me había casado con un macho al que le encantaba que los demás me desearan. Se quedó a mi lado y nos estuvimos revolcando en la cama hasta bien entrada la noche.
—Tomo la píldora —recordé mientras estábamos en el cuarto de aseo—. Dentro de dos días voy a follar con Serafín. Lo haré aquí mismo. Te lo digo, Antonio, por si quieres esconderte en el armario. Creo que me sentiría más caliente al saber que tú me estabas observando. Fíjate que el mueble es lo suficientemente grande como para que puedas meter una silla para sentarte; además, dispone de unas rejillas de ventilación.
—De acuerdo, Marta. Creo que nos lo vamos a pasar los dos de maravilla. Cuarenta horas más tarde, invité a Serafín a tomar café. Luego me quité la blusa, el sostén y las bragas y me puse un simple suéter de terciopelo, sin nada debajo. Me solté el cabello, hasta entonces siempre lo había llevado con una cola de caballo y me dispuse a actuar.
Mi marido estaba muy cómodo en el armario y al besarle, antes de cerrar la puerta, pudo darse cuenta de lo excitada que yo estaba.
El carpintero llegó unos minutos más tarde al dormitorio. Todo quedó en silencio. Yo no llevaba camisa y tenía el pelo revuelto. Me volví hacia él y, en lugar de besarle, se me ocurrió decir:
—No puedo hacerlo…
Serafín se acercó y me besó con pasión. Era la primera vez que mi marido me veía besar a otro hombre y le afectó un poco. Seguidamente, el carpintero me cogió y me echó sobre la cama. Se inclinó y volvió a besarme. Yo le respondí, lo que hizo que se tumbara a mi lado insistiendo en sus atenciones, hasta que le rodeé con mis brazos.
Cuando me sentí más relajada, Serafín se animó a meterme mano bajo el jersey, tocándome las tetas; al mismo tiempo, yo bajaba una mano hasta su paquete. Las cosas se desarrollaron a toda marcha a partir de entonces. Le cabalgué, me quité el suéter y empecé a pasarle las tetas por la cara.
El carpintero se bajó los pantalones hasta las caderas; y yo terminé de quitárselos a patadas. Llegados a aquel punto, mi marido supo que yo no me iba a detener por nada ni por nadie.
Serafín fue colocándose de forma que pudiera metérmela. Yo me meneaba encima de él y mostraba mi excitación con toda clase de sonidos y movimientos. Me corrí y caí encima de él. Mi marido creyó que todo había terminado y quedó algo decepcionado por la brevedad de la función.
Pero era yo y no el carpintero la que me había corrido. Este mantuvo la polla en mi almeja, puso las manos en mis glúteos y empezó a moverse despacio. En seguida empezaron los gemidos y jadeos de placer.
Yo apretaba mi cuerpo contra el de Serafín, que me atrapó las piernas con las suyas. Al cabo de un rato, quedé a cuatro patas y empezó a follarme desde atrás. Estábamos de cara al armario y mi marido podía ver nuestros rostros perfectamente y mis tetas moviéndose rítmicamente.
El carpintero se la meneaba con una mano mientras con la otra tocaba mis tetas. No podíamos creerlo, ¡qué espectáculo!
Mi marido se agarró la tranca y empezó a masturbarse. No podía entender lo mucho que Serafín aguantaba sin correrse. Yo había tenido por lo menos un par de orgasmos. Mi bestial amante la sacó de mi raja y volvió a tumbarse de espaldas, con el cipote elevado hacia el techo. Yo me la metí en el cuerpo, me senté y le cabalgué como una salvaje amazona. Le cogí las manos y las coloqué sobre mis tetas. Serafín comenzó a gritar y yo le supliqué:
—¡Tío, por favor, follame!
El carpintero me incrustó la polla en el coño y procedió a moverse adelante y atrás. Aceleró el ritmo; y yo le atrapé entre mis piernas. Así me volví a correr; pero él no se detuvo ni bajó el compás.
Finalmente, tras lo que me pareció una hora y que en realidad no pasó de cuatro o cinco minutos, ambos estallamos y quedamos inmóviles durante unos instantes.
Luego Serafín, que no había sacado todavía su verga de mi cuerpo, volvió a empezar. Yo le dije que mejor sería dejarlo, porque ya era hora de recoger a los niños en el colegio. El carpintero la sacó tan dura como al inicio, sólo que más mojada y brillante. Mientras se vestía, yo permanecí tumbada sobre la cama con los ojos cerrados, completamente desnuda. Antes de marcharse, me morreó, jugueteó con mis tetas y se despidió.
Cuando mi marido salió del armario, yo le sonreí y le dije:
—Todavía no entiendo cómo he sido capaz de hacerlo, aunque ha sido magnífico.
—Tú sigue en la cama, Marta, porque yo iré a recoger a los niños.
En el momento que regresó, me encontró profundamente dormida. La experiencia con Serafín había resultado tan agotadora. Pero quedaba más…
Al levantarme por la mañana me dolían las ingles y me costó ponerme en vertical. Todavía sentía los zurriagazos del carpintero en mis entrañas, como ese recuerdo que te queda en las piernas cuando has estado mucho tiempo nadando o has subido una escalera de caracol muy alta. Antonio se llevó a los niños al colegio. Tuve que meterme en la ducha para espabilarme del todo. También hice un poco de bicicleta fija para desentumecer los músculos.
Ese día no venía la asistenta porque tenía a su madre enferma. Puse la lavadora y, después, fui a regar los tiestos. Entonces, le vi en el jardín. Serafín estaba plantado delante de mí. Se había vestido como si fuera de fiesta. Quise preguntarle por qué no había ido a su otro trabajo o por qué estaba allí si no era el día indicado. Retrocedí hasta la cocina, a la vez que él avanzaba. Pensé en mi marido…
Junto al fregadero, Serafín me levantó las piernas, se introdujo en medio de las mismas y me la clavó. Mi culo rozó los grifos, para acabar sentada en el cuenco donde estaban los platos y las tazas del desayuno. Algo que no me importó, ya que lo único que contaba para mí era que la clavada se hiciera más honda. Le rodeé la cintura con mis piernas, apretando con intensidad.
Jadeé, grité y casi perdí el sentido. El carpintero me estaba dedicando un perfecto trabajo de ajuste, con sus cojones golpeándome en la parte superior de los muslos. Fue algo terrible y, al mismo tiempo, sublime. Calculo que me echó un cuarto de litro de esperma. Cuando me soltó en el suelo…
—No lo vuelvas a hacer, Serafín… Por favor, me disgustaría que me tomases por una zorra…
—Tiene mi palabra de que la respetaré, señora. Sólo cuando usted me lo pida gozaremos, aunque yo lo esté deseando cada minuto de mi vida…
La relación matrimonial ha sido estupenda desde que yo me solté el pelo. Mi marido como buen cornudo me ha sugerido que me tire a otros hombres si se presenta la ocasión. Le he respondido que no, que con Serafín me lo paso de miedo y que ya tengo bastante. Pero, ¿quién sabe?
El año pasado, por estas fechas, me sentía insultada si alguien me dedicaba un piropo. Así que el futuro nos puede deparar cualquier cosa… ¿No os parece, colegas de «polvazo»?