Mi perro no es celoso

Cuando nos retiramos al chalé de la montaña, aunque éste se encontraba a pocos kilómetros de la capital, nos sentíamos ciertamente aislados de la civilización. Mi marido pensó que era mejor tener una cierta protección por lo que pudiera pasar y compró un perro guardián para cuidar nuestra propiedad. Muchas veces él se encontraba fuera, y así yo contaría con una protección cierta contra cualquier peligro. No me opuse, ya que consideré la idea muy conveniente. Terminamos teniendo un fiel acompañante, mezcla de perro y lobo, que era muy ágil en sus movimientos y muy listo respecto a las órdenes que se le daban.

En las largas estancias de mi marido cuidando de sus negocios, el perro se dedicaba a acompañarme observando lo que hacía. Yo le hablaba, no tenía una persona con quien hacerlo y le fui brindando un cariño tal que se sentía un poco celoso cuando acariciaba a mi esposo, cosa que a los dos nos divertía grandemente. Se trataba de un cachorro ya crecido, que se estaba transformando en un fuerte y formidable adulto. Su figura era magnífica y, cuando creía que yo me encontraba en peligro, se transformaba en una auténtica fiera.

Durante una de estas estancias, acercándonos el verano, noté que la inquietud del perro crecía por momentos. Se encontraba en la época de celo y se dedicaba a pasarse por los sillones en una actitud de lo más extraña. Por primera vez, al desnudarme para entrar en el baño, me dominaron las sospechas de que me estaba mirando. En sus ojos había una expresión de deseo y su polla se encontraba erecta. Por lo que comenzó a invadirme una sensación de ansiedad insufrible.

Me acerqué hasta él y pasé mi mano por su verga, mientras, con su lengua me lamía la cara, el cuello, los pezones desnudos… Era evidente que se encontraba muy excitado por mi cuerpo. Progresivamente me fui colocando debajo de él, que, cuidadosamente, apartó sus patas para no pisotearme; pero, luego, dejó en medio de la excitación que lo poseía verdaderas marcas de pezuñas por toda mi piel. Su polla pasaba por mis tetas, mi vientre, mi entrepierna… Situé su glande junto a mi clítoris, y comencé a masturbarme rítmicamente, hasta que mi propia calentura me hizo superar los temores y permití que penetrase aquel enorme cipote en mi coño. Yo siempre había oído hablar de los peligros que comportaba que, en aquel momento, el animal se sintiera atemorizado y quisiera librarse del chumino en el que se encontraba preso.

Pero no sucedió nada malo. Siguió lamiendo mi cara y moviéndose hasta alcanzar un placer nuevo, que me hundió profundamente en la animalidad. Y mi concepción de la sexualidad como mal que los seres humanos llevamos adherido. Me daba cuenta de que aquello suponía una infidelidad a mi marido, pero no pude evitar repetir estas escenas incluso después de haber follado con mi esposo. En cuanto escuchaba que el coche se alejaba, pasaba a excitar al animal yo misma sin esperar una reacción de su parte. Cuando no me penetraba, le hacía una felación mientras él aullaba de placer.

Un día me encontraba en uno de estos momentos, cuando escuché a mi marido que atravesaba el umbral de la puerta. Yo me hallaba desnuda, con los labios apretando el glande del animal. Y éste se asombró un poco de la presencia del «extraño». Contrariamente a lo que esperaba, mi esposo no dijo nada. Se limitó a meterse en su cuarto, de donde volvió totalmente desnudo.

Cogió entre sus manos la polla del perro y comenzó a masturbarlo; mientras, yo acercaba mis labios a la verga en erección. Recorrí con la lengua sus testículos, la superficie que dista entre estos, y el ano. A la vez, mordía suavemente la piel. Por su parte, él se dedicaba a hacer lo mismo al animal, hasta que le eyaculó en la boca.

Ellos no me habían tocado, pero yo me sentía terriblemente excitada por la escena. El perro se acercó a lamer mi pubis que se encontraba mojado en gran cantidad. Y mi marido se quedó contemplando, sin dejar de colocar su polla en mi boca.

Desde entonces hemos mantenido sesiones de este estilo, y mi esposo me ha suplicado que le deje asistir aunque sólo sea como espectador. Yo he guardado su promesa, aunque a veces se encuentra en situaciones de lo más extrañas con respecto al perro. No sé a quién ama más: a mí o al animal… Como veis en mi casa ninguno somos celosos, especialmente nuestro fiel amante.