Muy pulcras hasta que se ponen cachondas

Ella aparentaba ser muy digna, presumida y recatada, lo que se conoce por una niña pija. Pero detrás se escondía un alma endiablada, bruta y salvaje.

Nos conocimos de casualidad o no, quién sabe en esta viña del Señor. Ella tenía 19 años y yo 23, ambos visitábamos la misma frutería. Llevaba varias semanas echándole el ojo, la tía estaba muy buena. No era muy alta, de complexión delgada, morena y con una cara fina y atractiva. En conjunto, me ponía muy cachondo su cuerpo, su cara y la energía que desprendía.

Me lancé a la caza, calculaba la hora a la que iba para coincidir “espontáneamente” con ella. Le saludaba y compraba lo mismo, aunque no me gustara, simplemente para ganarme su atención.

Un buen día después de charlar un poco vi la ocasión perfecta para pedirle su número, me lo dio sin reparo. A partir de ese momento, iniciamos un intercambio de mensajes que nos llevó a nuestra primera cita.

Me la llevé al atardecer a un acantilado de playa, para disfrutar de tan maravillosa estampa. Allí hablamos un poco y terminamos comiéndonos la boca y tocándonos los bajos.

Al volver al pueblo, mientras conducía a baja velocidad por una carretera secundaria, me soltó:

-¡Oye, que para echarme un polvo, no hace falta que me lleves a un acantilado!.

La muy puta me dejó sin palabras. Yo queriendo conquistarla con mi buena fe y ella sólo buscaba que le echase un canelo.

A partir de este instante se despertó mi lado salvaje. Sabiendo ya sus intenciones, yo no me iba a quedar atrás. No pensaba llevarla a su casa y quedar como un pagafantas.

Le solté que íbamos a una zona tranquila, donde nadie nos molestara. Llegamos a una carretera perdida, donde yo sabía que había un picadero. Pues ya me había cepillado a más de una en el mismo sitio.

Al llegar, me hice el sorprendido, como de costumbre:

–“Joder, que buena zona, aquí nadie nos molestará”.

–Si, parece tranquila – replicó ella.

— ¿Nos vamos atrás para estar más cómodos?

— ¡No, mejor fuera del coche, no hace frío y me gustaría que me empotraras!

Hay que tener en cuenta que la tía ya venía cachonda del acantilado, donde me encargué de activar su sexo con un buen frotamiento de chumino.

Salimos del coche comiéndonos la boca y quitándonos la ropa, la tía estaba encendida, cachonda y caliente como un volcán.

Podía notar sus ansias de sexo en sus gestos y movimientos. Nos fuimos a la parte delante del coche. Coloqué sus manos sobre el capó mientras le besaba el cuello y le comía la oreja.

Colocado oportunamente detrás de ella, levanté su corto vestido, donde me encontré con un diminuto tanga negro y un precioso culo. ¡Qué buena estaba la hija de puta!

Azoté sus nalgas con mi diestra mientras la sujetaba por el cuello, seguidamente sin dejar de besarla, desabroché los pantalones donde aguardaba mi verga a punto de caramelo.

Le di la vuelta, la agarré con fuerza del pelo y la hice bajar al pilón. Semidesnuda y arrodillada en el suelo, me la agarró con desesperación y la empezó a chupar como una experta.

–¡Sólo tenía 19 años y la mamaba como una profesional!

Después de lubricarme el pistón con su dulce boca, la levanté del suelo y la eché sobre el capó del coche. Perfectamente tumbada, levanté sus piernas echándolas sobre mis hombros. Aparté su tanguita que seguía en el mismo sitio e introduje con fuerza mi polla en su raja humeante y caliente.

Al clavar mi estaca a pelo, pude notar cómo manaba de su chirri una densa lubricación natural. ¡Estaba caliente como una burra! ¡Comencé un mete-saca intenso, fuerte y explosivo! ¡Sus gemidos de zorra podían escucharse a varios km a la redonda!

El capó del coche no era suficiente para mi corrida. Quería follarla más y más duro y quedar como un buen macho ibérico. Así que me dispuse a llevarla al maletero. Allí la coloqué de pie con las manos apoyadas en la puerta. Me puse detrás y comencé a martillear su chumino en la postura clásica del “empotramiento”.

—¡Dame más duro cabrón! – Me soltó la chochona

La agarré del pelo y empecé a tirar con fuerza mientras la cubría de macho.

–Córrete dentro si quieres y relléname como un pavo…

-¿¿Estás loca??—

— Me tomo la píldora, puedes correrte donde quieras cariño

Al escuchar eso, no me lo pensé dos veces, tenía la oportunidad de soltar mi cargamento dentro de su galería vaginal y no podía desaprovechar tan buena ocasión para hacerlo. Así que me dediqué a cogerla con fuerza por la cintura, mientras mantenía sus manos y cabeza apoyadas en el maletero.

Se la clavé con dureza hasta que pude notar cómo la leche viajaba por mis tuberías internas hasta el fondo de su matriz. Allí solté la lefa que llevaba acumulando semanas en mis visitas a la frutería hasta que al fin pude conseguir el mejor fruto, el fruto de la pasión.

Jesús – Málaga