Noche de Sexo Salvaje

Yo me considero una prostituta normal, que comencé chupando pollas en un cine céntrico, hasta que me decidí a hacer la «carrera»; es decir, la calle. Jamás había tenido experiencias con una mujer; pero, como se dice, «nunca te acostarás sin saber algo más». Y mejor en mi profesión.

A la misma hora de todas las noches suelo caminar por las calles habituales, en busca de mi clientela. Recuerdo que sólo llevaba allí unos minutos, cuando me detuvo la mirada profunda de unos ojos oscuros. Era un hombre joven, alto y de aire varonil, con el pelo moreno. Me contemplaba con una media sonrisa, que dejaba ver la blancura de sus dientes perfectamente delineados. Dos oyuelos, uno a cada lado, remataban su rostro atractivo.

Sin pestañear, descruzó los brazos y con un gesto me abrió la puerta de su coche, que se hallaba aparcado a su lado. Mi intuición había fallado o se encontraba bloqueada, pues me quedé petrificada y con la mente en blanco.

Durante todo el tiempo que llevo de profesión jamás me había sucedido nada semejante. Sin saber cómo, me vi sentada a su lado y atravesando la ciudad a una velocidad de vértigo. Las pocas palabras que intercambiamos se produjeron mientras cenábamos en un restaurante de cinco tenedores. Una de las pocas cosas que me dijo fue que se hallaba conmigo porque le gustaban las mujeres hermosas y atractivas. Además, no me volvería a ver más, ya que su conducta se regía por una frase «sagrada»: «nunca se acostaría dos veces con la misma mujer, salvo que se añadiera un acompañante masculino».

De nuevo en el coche, hizo que me quitara el sujetador y las bragas; luego, puso su mano en mi raja, y me la acarició con soltura. Sus manos eran las de un maestro del Sexo. A la vez, me estaba inspeccionando. Más tarde, subió su diestra y palpó mis tetas y pezones. Durante unos instantes temí lo peor, que me despidiera.

Cuando al fin pronunció las palabras «no me he equivocado», respiré tranquila, pues esa leve caricia de mis partes más sensibles me había deshecho. Y si él me hubiese pedido que jodiéramos allí mismo, con los ojos cerrados hubiera puesto mi coño en lo que imaginaba como una enorme y preciosa verga.

Lo cierto era que mis sorpresas no habían hecho nada más que comenzar. Al poco rato, estábamos entrando en un teatro. Llegamos a un palco privado del segundo piso; mientras, el telón era izado. Casi al mismo tiempo de producirse el primer pasaje musical, él se bajó los pantalones y me subió la falda.

Su polla candente se acopló con un certero movimiento a las paredes de mi coño. Me vi obligada a soltar un aullido con mi garganta reseca, que desconcertó a los espectadores de la platea. Entonces, ardiente y lujuriosa, me enrosqué en su tornillo. Creí que estaba siendo atravesada. Fue tan grande el terremoto de su eyaculación que él quedó sin sentido durante unos minutos.

Cuando las luces se encendieron, a duras penas pude componer mi figura. Nada más empezar el segundo acto, él me desnudó completamente y puso su abrigo encima de mi cuerpo. Luego, al son de la música, introdujo su verga en mi boca.

Lamí y relamí su prepucio, y nuevamente sentí los estertores del placer recorrer todo mi cuerpo. En aquel instante apareció un acomodador, pero no nos molestó. Ya estaba mi espeso matorral a punto de incendiarse. El macho misterioso me dio la vuelta y, apoyando mi barbilla sobre la barandilla del palco, volvió a ensartarme…

Creo que mis gruñidos y jadeos alertaron al público que se encontraba inmediatamente debajo. Aún peor resultó lo siguiente, ya que el placer me obligó a perder el control sobre la saliva de mi boca, que se deslizó hasta la platea.

El escándalo estaba formado. La gente empezó a murmurar y a mirar hacia arriba. Ambas cosas hicieron mella en mí de una manera sorprendente, por lo inesperado e incomprensible de la situación, en un estruendoso orgasmo.

Acto seguido, escapamos a toda velocidad, dejando atrás toda mi ropa. La única prenda que llevaba era el abrigo. Y él parecía estar rebosante de felicidad. Sin embargo, yo me notaba sorprendida al haber tenido un orgasmo tan fantástico en aquellas condiciones. El primer día que iba a un teatro, me soltaron dos polvos.

Nada más que entramos en el coche, volvimos a atravesar la ciudad sin un solo semáforo en luz verde, todos eran rojos. Pero ésto al macho misterioso no parecía preocuparle.

En las afueras de la ciudad, paramos ante la casa de dos amigas suyas. Una vez dentro, me invitaron a quitarme el abrigo. Un sudor frío recorrió todo mi cuerpo. Sin darme tiempo a pensar, una de ellas desabrochó el abrigo y quedó al descubierto mi desnudez.

Gratamente sorprendida, miró a su amiga con ojos insinuantes. Así, totalmente en cueros, me senté en un sofá. Rápidamente, una a cada lado, ocuparon su sitio junto al mío. La rubia cubrió mi boca, cara y cuello de besos. Y la morena metió su lengua entre los dedos de mis pies; luego, subió hasta las pantorrillas mordiéndolas a su paso para, más tarde, engolosinarse en un aprieta y afloja desde los muslos hasta mi monte de Venus.

Pronto tuve a cada una en un pezón distinto, disputándoselos y desafiándose para ver cuál de ellas me arrancaba los gemidos más profundos. Poco después, la morena abrió mi culo y, seguidamente de repasarlo con su lengua, me introdujo un enorme falo; mientras, la rubia se dirigía a mi ano, sirviéndose de los dedos y también de la punta de la lengua.

Sus bocas se juntaron ente mis piernas. Se encelaron en pasarse mis jugos de una boca a la otra. De esta manera llegaron los de mi ano a mi coño, y los de éste al ano. Teniéndome mirando al techo, una puso sus inglés en mis labios.

Los gemidos se confundieron con los jadeos, y éstos con los gritos según se acercaba el fin de la orgía lésbica. Llegamos todos juntos al orgasmo. Ninguna de las tuberías dejó de soltar su cálido líquido. Me sentí plena de todo: de felicidad, de orgullo, de semen, de vergas y de dulce perfume de mujer. Algo fantástico e irrepetible.

Había amanecido cuando llegué a mi casa. Me metí en la ducha, porque mi cuerpo parecía una fuente de chorros blancos. Mientras caía el agua sobre mi piel, no dejé un sólo momento de pensar en lo que me había ocurrido aquella noche.

En todos mis años de prostituta jamás me había sucedido nada igual. Al día siguiente, mi trabajo fue de lo más vulgar y aburrido. Resultó igual que siempre: abrirme de piernas y alguna que otra mamada. Pero nadie me arrebatará el hermoso recuerdo de aquella noche de Sexo salvaje…

¡Lástima que el macho misterioso y sus amigas tengan por costumbre no repetir con la misma mujer! Otra de las ventajas de la sesión maravillosa fue que me tributaron muy bien… ¡De verdad, ahora mismo estaría dispuesta a devolvérselo por repetir la experiencia!

Aquellos tres amantes me permitieron olvidar mi profesión, «la más vieja del mundo», y pude encontrar eso que toda hembra que dispone de un coño vivo está deseando alcanzar…

Mabel – Barcelona