El año pasado no nos fuimos de vacaciones. Se había muerto la abuela; además, a papá le obligaron a quedarse a trabajar en la empresa por andar escasos de capataces. Bueno, no lo lamento porque esto me permitió conocer a Nicolás.
Este es un joven que se halla a punto de terminar la carrera de Arquitectura; y venía a casa cuatro horas a la semana para dar clases a Félix, mi hermano pequeño que acababa de empezar su primer año de carrera. Ya veis, los insuficientes de éste terminaron por servir para que yo me «ligase» a un guaperas…
La verdad es que sería difícil afirmar quién «ligó» a quién. Nos vimos en el comedor, mientras yo estaba delante del televisor a punto de dormirme. Escuchar su voz ya me despertó; y al contemplarle recuperé toda la lucidez.
Después me dediqué a entrar en la habitación de mi hermanito por mil motivos. Y, al final, provoqué que la salida de Nicolás de casa y la mía coincidieran. Muy amable se ofreció a llevarme donde yo quisiera. Le dije que no; pero como insistió…
Ocupé el asiento delantero, a su lado. Me hice la torpe para que me colocase el cinturón de seguridad. Y en el momento que sus manos tocaron mis pechos supe que estaba por mí. Luego, alegando que hacía mucho calor, me desabroché la blusa y le dejé materialmente bizco. No sé cómo pudimos evitar un choque…
—¡Chiquilla, si no llevas sujetador…, y eso que tienes unas ubres, digo unos senos, impresionantes… Por favor, cuando vayas a hacer una maniobra como ésta procura avisarme…, porque hemos podido pegárnosla, Estrella…!
Me dejó en los grandes almacenes; sin embargo, al final decidió entrar en el aparcamiento para seguir acompañándome porque él tenía que comprarse unos pantalones. Debió ser verdad, ya que hasta se metió en el probador. Una vez dentro, me hizo una seña para que estuviese con él. Quería que le dijese qué tal le quedaban.
No se había cerrado la cremallera de la bragueta y en el slip se le veía un bulto. Me agaché, le extraje la picha y se la mamé. Nicolás quiso impedírmelo.
¡De eso nada! Me agarré a sus muslos y seguí mamando, a pesar de que la puerta del probador se hallaba medio abierta. Cuando íbamos a follar oímos voces…
Nicolás se asustó e hizo intención de dejarlo; sin embargo, yo le cogí la polla, me elevé sobre las puntas de los pies y me la metí todo lo que pude. Un pedazo bastante grande se quedó fuera; pero tuve suficiente.
Comencé a moverme hacia delante y hacia atrás. Apretando con fuerza; a la vez, él me sujetaba por el culo, más bien para que no hiciéramos ruido. Fuera se escuchaban voces muy cercanas. Hubo un momento en que yo solté un gemido bastante fuerte, pues me estaba «corriendo».
—¿Qué ha sido eso? —preguntó alguien.
—Una idiota que se está probando una prenda dos tallas más bajas que la suya —respondió otra persona que debía ser «adivina».
Sonriendo me mordí los labios para impedir que se escapara otro gemido. Os juro que estuve a punto de liberarlo al ver como Nicolás abandonaba temeroso de que nos pillasen.
Salimos del probador con el máximo cuidado; pero allí ya no había nadie. ¡Vaya chasco!
¡Pero dos días más tarde lo conseguí!
Nicolás me invitó a cenar en su apartamento. No creí que fuese tan romántico. Encendió unas velas que puso en el centro de la mesa. Me dijo que se había pasado toda la tarde cocinando, cosa que no me creí porque en casa recurrimos al mismo restaurante. Vi sus envases y papeles de envolver en el cubo de basura. Bueno, esto es lo de menos.
Lo mejor llegó en los postres, cuando se vino hacia mí bajándose los pantalones nuevos y el slip.
Su picha apareció vibrante para… ¡introducírmela en el culo!
—¿Por qué…? —pregunté muy sorprendida—. Lo normal es por delante, ¿no, Nicolás?
—Eres una chavala con un pandero excepcional: alto y bien redondeado. Además, tienes esa forma de sentarte tan peculiar de las aficionadas a los enemas.
—¡Vaya con «Sherlock Holmes y con el dios Priapo: intuición y una picha descomunal!
—Ha sido de lo más sencillo. Toda mi familia, me refiero únicamente a las mujeres, son aficionadas a aplicarse agua tibia y perfumada en el recto. Me he fijado en ellas… ¡Pero sólo tu culo me ha invitado a sodomizarlo, Estrella!
No sólo me atizó de lo lindo con su rabo, ya que también me metió una de las velas por el chichi. Lógicamente, empleó el cabo que había estado introducido en el candelabro. Me lo pasé de miedo. No sé los clímax que Nicolás me proporcionó.
Recordé nuestra aventura en los grandes almacenes. Allí estaba teniendo una gran compensación al polvo fallido. Lo mejor surgió cuando Nicolás me echó sobre la mesa, que era la misma que habíamos utilizado para cenar, y me sirvió su rabo en todo el chichi.
Le había visto echar dos lechadas en mi culo, después de tomarse una copa de vino, pedirme que me echase en la mesa y, por último, disponerse a metérmela por tercera vez.
¡Temblé de arriba a abajo!
De alguna manera comprendí que me lo iba a dar todo, como si lo anterior hubiera sido el camino que preparaba aquel desenlace. En efecto, me agarró por la cintura y me atrajo hasta él. Nada más que me la metió, instintivamente, hice que mis piernas rodeasen sus duros muslos. Cerré los pies sobre sus glúteos y presioné con ganas.
Necesitaba verme bien ensartada, cuando era esto lo que a él también le preocupaba. Me arreó una serie de zambombazos de primera, a nivel de ovarios y empujando mi matriz. Di unas boqueadas porque la enorme tensión acumulada me impedía hasta respirar.
—¡Estrella, Estrellita…, cómo me has puesto! ¡A ninguna otra chavala le había echado yo tres polvos seguidos… pero es que contigo lo veo como un desafío! ¡La madre que me parió… Si es que me das todas las facilidades… y eres tan hermosa…!
Sus palabras me concedieron ánimos para incorporarme lo suficiente. Conseguí besarle en la boca. El contacto de su lengua en la mía, a lo que he de añadir las ventosas que eran sus labios, ayudó a que me viniesen dos clímax. Me hallaba en la gloria.
Sensación ésta que se incrementó cuando él cerró los ojos, apretó sus dedos sobre la piel de mi cintura y empezó a soltar su leche. No pudo ser tan abundante como las dos veces anteriores; sin embargo, me quedé llena y debí suplicarle:
—Vamos a dejarlo, «Nico», o no podré cerrar las piernas en todo el día.
Aún permanecimos allí, estando yo sobre la mesa, unos diez minutos. Necesitábamos el descanso. Más tarde, fuimos al cuarto de baño, donde nos duchamos juntos.
Supongo que al empeñarme en pasarle la esponja por los genitales quise dedicarle como una especie de homenaje.
Cuando íbamos a salir a secarnos, él me dio la vuelta, hizo que me agachase y me examinó el agujero del culo, abriéndolo con dedos muy expertos.
—Las chavalas que os habéis puesto enemas lo tenéis precioso. Yo diría que es como si lo hubieras dilatado «a propósito». Así queda en condiciones perfectas para ser enculado…
Pensé que me iba a atizar de nuevo por ahí; pero prefirió dejarme para una nueva oportunidad.
Nos despedimos muy entrada la noche.
Sin embargo, a la semana siguiente mi hermanito Félix nos pilló. El tonto de Nicolás me encontró en el pasillo de casa, solos los dos, y me abrazó y empezó a besarme. Tardó muy poco en meterme la cara entre las tetas y en bajarme las bragas…
¡Así nos fue a descubrir el canallita! ¡Qué sonrisita de conejo se le puso!
Hasta que me acosté estuve temiendo que apareciese mamá a echarme la bronca y anunciarme, después, que Nicolás jamás volvería a nuestra casa…
Sin embargo, mamá no tuvo ocasión de reaccionar de esta manera, debido a que mi hermanito quería «cobrarse» de otra manera. Llegó a mi habitación, hizo que me levantara de la cama y él se echó en la misma. Ante mi sorpresa se quedó desnudo.
—Quiero que me chupes la chorra o… ¿Prefieres que le cuente a papá lo que he visto esta tarde?
Tuve que aceptar el chantaje. Pero nada más que puse mis labios en aquel capullo sin descubrir, que seguramente sólo había conocido unas veinte o treinta pajas, apareció el borbotón de esperma. Apreté la chorra y dejé que escurriera la última gota. Félix se quedó deshechito y tuve que acompañarle a su habitación.
A la mañana siguiente no se pudo levantar. Mamá creyó que estaba enfermo y le llevó el desayuno. Yo le fui a visitar a las doce; y se la volví a mamar.
Ahora me tengo que encargar de los dos: demasiadas pollas para mi chichi y mi boca, ¡pero no me quejo! Especialmente cuando Nicolás se decide a encularme.
Como él dice: «Estrellita, tienes el agujero para ser invadido por una polla… ¡Esto es lo que ahora deseo más en el mundo!»
Porque lo de mi hermanito ya no supone un problema, sólo es una «obra de caridad» cada vez más espaciada gracias a que ha empezado a salir con una chica de su facultad que le debe dar algunas facilidades.
Para que no todo parezca escabroso, os confesaré que Félix y yo hemos formado un equipo estupendo dentro de la casa. Sabemos cómo mantener contentos a nuestros padres y los estudios marchan «guay».
Estrella – Madrid